©José Ángel Báez ©Editorial Planeta Colombiana. S.A., 2019 Calle 73 No. 7-60 Fotografía de cubierta: © Bernd Thissen/dpa/Alamy Live News Diseño de cubierta: © Gabriel Henao Departamento de Diseño Grupo Planeta Diseño y armada electrónica de Editorial Planeta Colombiana S.A. | ISBN 13: 978-958-42-7919-4 ISBN 10: 958-42-7918-1 Primera edición: julio de 2019 Impreso por xxxxxxxxxxxxxx Impreso en Colombia – Printed in Colombia |
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INTRODUCCIÓN
Jesús Martín Barbero, el teórico de la comunicación, sentencia que gracias al melodrama regional ochentero, como Quieta Margarita o Caballo viejo, el colombiano descubrió cómo era el país. Y él mismo dice que fue gracias al ciclismo, a la Vuelta a Colombia, que conoció la geografía nacional, que Honda era un municipio de Tolima o que Pradera era Valle. Al paso de los ciclistas y las descripciones de los narradores, muchos igualmente comprendieron cómo vivía una región, a qué se dedicaban sus habitantes, qué cultivaban y cómo festejaban.
No solo paisajes y costumbres. El ciclismo es también un mapa de la vida. Reúne al solitario, al que trabaja en equipo, al guerrero, al peón, al ambicioso, al necesitado, al poderoso, al blanco, al mestizo, al de izquierda y al de derecha, al virtuoso, al indeseable y, lamentablemente, al tramposo. Cada uno ellos, a su manera, deja su versión en este deporte. El ciclismo es también historia.
Abundan las leyendas, de los que ganaron y perdieron de manera increíble, de momentos que rayaron entre el heroísmo y la demencia. Muchos aún se preguntan cómo es posible que un ser humano, casi inerme y por voluntad propia, decide montarse en un bicicleta para recorrer durante tres semanas algo más de tres mil kilómetros en los que encontrará frío perpetuo, vientos huracanados o sol estival. Y, si no es suficiente, atravesando una sucesión de montañas que parecieran elevarse hasta el espacio y extenderse sin fin. Siempre con el propósito de no caerse, de no enfermarse o de no tener un día malo. Las grandes carreras no dan espera. El reloj, bien se sabe, no da prórrogas.
El ciclismo está lleno misterios y de preguntas.
A través de Nairo Quintana, el protagonista esencial de este libro, muchas son resueltas. ¿Cómo se prepara un ciclista? ¿Cómo se forma? ¿Qué come? ¿Cómo se vive dentro de un equipo? ¿Cómo se planea una etapa? ¿Cómo es la vida dentro de un pelotón? ¿Cómo se llega a la cima?
Y la pregunta fundamental, para el caso, ¿cómo es Nairo Quintana? Este es el perfil de un hombre humilde que, como muchos de los deportistas colombianos, surgió silvestre, entre huertas y caminos empinados. Un muchacho que algunos supusieron no llegaría muy lejos, pero que él, más el apoyo irrestricto de su papá, Luis Quintana, se encargó de desvirtuar. Es un pedalista que suele ir contra los vaticinios.
El campeón del Giro de Italia y de la Vuelta España se caracteriza por su hermetismo, tanto que no fue posible hablar con él para este libro. Por eso, Llegar a la cima es la suma de los testimonios de familiares, amigos, compañeros, rivales, entrenadores y periodistas que en diferentes etapas de su vida han sido testigos de sus dichas y desdichas.
Con ellos se traza esta ruta, la del mejor ciclista que ha dado Colombia.
¡VAMOS, ATAQUE!
Bastaron pocos pedalazos, escasos kilómetros y una insignificante gota de sudor sobre su frente para saber que Nairo Quintana sería campeón. Ya no había mucho que cuestionarle a un muchacho humilde, del campo, por el que su papá, Luis Quintana, hizo hasta lo indecible para que triunfara sobre una bicicleta. Lo que no calcularon quienes lo veían es que sus triunfos irían más allá de los bordes de Boyacá y de Colombia, que un día también ganaría en Europa y en el país retumbaría su nombre cada vez que en la carretera apareciera una cima por conquistar.
Ese día, como lo menciona Rusbel Achagua, su entrenador de entonces, el escepticismo fue derrotado porque pocos pueden contar, en este deporte, que ganaron solos contra todos. Nairo Quintana es uno de ellos. Hoy, casi 13 años después, muchos recuerdan cómo su padre iba de pueblo en pueblo, echando a rodar un viejo Renault 4, buscando patrocinio para un adolescente que, aunque talentoso, despertaba dudas. ¿Quién no dudaría? Sufrir es la única certeza que proporciona el ciclismo.
Aquí puede comenzar la leyenda, en el Clásico Club Deportivo Boyacá, una vieja competencia que suma 36 ediciones y se corre la segunda semana de agosto, en diferentes categorías, desde mayor hasta juvenil. Una prueba que disputaron figuras consagradas de este deporte, como Félix Cárdenas, ganador de etapas en el Tour de Francia y en la Vuelta a España; o el malhadado Mauricio Soler, a quien algunos consideran el mejor escalador que parió Colombia y quien iba rumbo a ser uno de los grandes de este deporte, pero por un grave accidente en una Vuelta a Suiza, en 2011, abandonó el ciclismo. Sus médicos le advirtieron que, debido a las huellas de un trauma craneoencefálico, sería mortal seguir competiendo.
El clásico suele correrse en tres días con un recorrido que va, en el primer tramo, entre Sutamarchán y Tunja; luego va de Moniquirá a Tunja y, finalmente, se disputa una contrarreloj por las calles de la capital boyacense. Fue en esta carrera, en 2006, que apareció un modesto equipo amateur, con apenas dos corredores, en representación de la alcaldía de Arcabuco, un pueblo ubicado a unos 175 kilómetros de Bogotá, donde la papa es la base de la economía. Uno de ellos era pequeño y frágil, apenas tenía 16 años, vestía una camiseta roja atravesada a la altura del cuello por una franja blanca; un azul celeste se dejaba ver en sus mangas. El pantalón era rojo y tan ajustado como el de un torero. Una imagen de postal que siempre sobresale al escarbar en el pasado de Nairo Quintana.
A Rusbel Achagua, de 44 años, alto, grueso, jovial, buen conversador, nadie le quita el sello de ser el primer entrenador del quebradizo y silencioso adolescente. Su relato biográfico es corto: empezó trabajando con la alcaldía de Arcabuco como coordinador de deportes. Y decidió concentrarse en el ciclismo porque a nadie le importaba el fútbol o el baloncesto. En Boyacá es estéril luchar contra una historia y una cultura que suele moverse sobre dos ruedas. Mucho menos iba a complicarse cuando inesperadamente encontró, tras una convocatoria que buscaba deportistas por el municipio, en el Colegio Técnico Alejandro de Humboldt, a un muchacho llamado Nairo Alexander, que sobre una pesada bicicleta les ganaba, por márgenes insólitos, a todos sus compañeros.
Era una bicicleta antigua y maciza, a la que cargaba con la maleta de sus cuadernos y, a veces, con algún recado. Nairo vivía en Cómbita, pero Don Luis quiso que estudiara en Arcabuco, a unos 24 kilómetros de la casa. Achagua recuerda que el joven deportista en aquella época “tenía unos 16 años, más o menos, su familia era muy humilde y no tenía los recursos para pagar siempre un bus que lo transportara de la casa al colegio y del colegio a la casa. Pero su papá le consiguió una bicicleta en la que viajaba todos los días, aún así a don Luis no le gustaba la idea porque la vía es peligrosa, algunos camioneros no respetan al ciclista”.