Prólogo
por María Belén Riveiro
El presente libro compila textos de César Aira incluidos en publicaciones periódicas entre 1981 y 2010. Cuando en 2018 su obra superó los cien títulos, Ricardo Strafacce publicó César Aira, un catálogo (2018, Mansalva) donde, como en una muestra de arte, seleccionó una página de cada uno de ellos junto con la respectiva tapa. Menos conocido es que en revistas y suplementos culturales de diarios y periódicos también se pueden encontrar numerosos ensayos y reseñas de Aira. Aquí se recupera ese tipo de intervenciones para enriquecer el conocimiento tanto de su obra como de su figura. Esta compilación busca ser un aporte para expandir el estudio de su literatura, así como para disfrutar de sus escritos.
Entre 1981 y 2010, Aira publicó más de cien artículos. Algunos de ellos, adelantos de novelas —incluso de aquellas que permanecen inéditas, como El estúpido reflejo de la manzana en la ventana— y relatos, como “Cecil Taylor” (1988, Fin de Siglo). Aquí publicamos una selección de los textos que no son de ficción.
Esos artículos y reseñas están organizados por orden cronológico en tres capítulos (1981-1990, 19911999, 2000-2010) que muestran cómo cambiaron las publicaciones, los intereses y los temas sobre los que escribió Aira en relación con la época y con su trayectoria.
El primer capítulo incluye textos publicados entre 1981 y 1990. El comienzo de la década estuvo signado por debates y redefiniciones en medio de un período de apertura política que también se tradujo en el mundo cultural y artístico. Se crearon nuevos catálogos de editoriales de capitales nacionales —como la colección Narradores argentinos contemporáneos dirigida por Osvaldo Pellettieri de la Editorial de Belgrano, donde apareció Ema, la cautiva— y se fundaron revistas como Vigencia (1981-1986), El Porteño (1982-2000), Creación (1986) y Fin de Siglo (19871988). Ninguna de ellas se especializó en literatura. Abordaron temas de interés general, política y cultura y llegaron a tener una circulación masiva, como El Porteño, aunque otras se vincularon con círculos más restringidos, como el universitario (Vigencia fue una revista de la Universidad de Belgrano). En ellas escribió Aira.
Sus textos tampoco se limitaron a la narrativa, sino que también abordaron la poesía (“Tres maestros”, El Porteño, 1985, p. 43.
En esta recopilación se pueden observar trazos de la trayectoria de Aira, como el rescate de José “Pepe” Bianco tras su fallecimiento en 1986 (“Abril es un mes razonablemente cruel”, Creación, 1986, p. 48). Bianco había presentado, dos años antes, Canto Castrato (1984, Javier Vergara editor, Buenos Aires), en lo que parece ser la única presentación de un libro de Aira dejó rastros en “Los simulacros literarios del ‘boom’” (Creación, 1986, p. 55) y en “Desdeñosa ignorancia por la literatura del Brasil” (Creación, 1986, p. 62). Los escritos sobre Osvaldo Lamborghini (“Tres maestros”, El Porteño, 1985, p. 43; “De la violencia, la traducción y la inversión”, Fin de Siglo, 1987, p. 98) anticiparon los prólogos en los que Aira introdujo la obra completa de cuya transcripción y compilación se hizo cargo tras el fallecimiento en 1985 de quien definió como su maestro.
El segundo capítulo incluye textos desde 1991 hasta 1999. La universidad fue el lugar donde circularon. Se trató de revistas académicas, fue la transcripción de las clases de Aira sobre Copi.
Los escritos son más extensos y tienen un carácter ensayístico en comparación con el tono de los anteriores cercano al de las reseñas. En lugar de versar sobre cuestiones puntuales que respondían a la coyuntura, como, por ejemplo, aquel sobre el fallecimiento de Simone de Beauvoir (“Abril es un mes razonablemente cruel”, Creación, 1986, p. 48), Aira se centró en autores que construyó como parte de su tradición: Manuel Puig (“El sultán”, Paradoxa, 1991, p. 131) y Roberto Arlt (“Arlt”, Paradoxa, 1993, p. 137). También desarrolló los procedimientos: conceptos que puso en juego en sus novelas y con los que propuso ser leído (“Exotismo”, Boletín/3, 1993, p. 164; “Ars narrativa”, Criterion, 1994, p. 176). Esto último con gran éxito, dado que constituye una de las claves con las que se suele analizar su producción.
El tercer capítulo abre en 2000 y cierra en 2010, cuando los libros de Aira llegaron a numerosos países. Desde 2001 no pasó un año sin que se tradujera alguno de sus títulos. En 2003 comenzó a trabajar con el agente literario Michael Gaeb, encargado de la circulación de sus obras en el extranjero, y para la segunda década del siglo XXI las traducciones superaban el centenar. Aira participa de los circuitos internacionales dominantes regidos por los vínculos entre las sucursales de las casas matrices de editoriales transnacionales. No obstante, a su vez desafía esa lógica al ser parte de editoriales de capitales nacionales de América Latina que se enfrentan con numerosos obstáculos para la comunicación con sus pares aun cuando pertenecen a la misma región idiomática. Sus títulos aparecieron en Era de México y en pequeños sellos con tiradas artesanales, numeradas y firmadas por el autor, como Hueders de Chile, entre otros. Participó también en publicaciones latinoamericanas, desde los noventa, como Criterion de Venezuela, Siempre! de México y El Malpensante de Colombia.
Desde los inicios del siglo XXI, Aira comenzó a participar en medios de comunicación masivos como La Nación de Argentina, Babelia, suplemento cultural de El País de España y El Mercurio de Chile. A la vez colaboró en aquellos leídos por públicos mucho más restringidos, como los que estuvieron vinculados con la poesía desde los noventa, Vox Virtual, o con las artes visuales, Ramona, ambos de Argentina.
En estos años Aira reflexionó sobre clásicos de la literatura (“Pasión y duelo mortal a bordo del Titanic II”, La Nación, 2000, p. 221); el mundo del arte (“Los cuadros de Prior”, Vox Virtual, 2001, p. 261) y los modos de definir lo literario (“Braulio Arenas. Por una literatura modular”, Milenio, 2001, p. 246; “La utilidad del arte”, Ramona, 2001, p. 252). Estos temas se convirtieron en reflexiones sobre su propia tarea (“Los libros del pasado”, Guaraguao, 2002, p. 275; “Por qué escribí”, Nueve Perros, 2002/2003, p. 280; “¿Qué hacer con la literatura?”, Calidoscopio, 2003, p. 298).
Y si bien vemos que las preocupaciones fueron heterogéneas y cambiaron a lo largo de los años, hay líneas de continuidad. Una de ellas, las vanguardias. En los ochenta Aira reseñó la traducción de la poeta surrealista Unica Zürn (“Loca y con talento”, Fin de Siglo, 1987, p. 102). En 1990 elaboró una defensa de Emeterio Cerro como epítome de lo literario (“El test. Una defensa de Emeterio Cerro”, Babel, 1990, p. 126) y propuso que la radicalidad es inherente al arte (“La utilidad del arte”, Ramona, 2001, p. 252).
Los textos que se transcriben a continuación nos permiten descubrir autores y libros, releer a aquellos que ya conocemos con el tamiz de la mirada de Aira, explorar los debates de cada época, así como conocer desde otro registro su obra. No creo que sean opciones excluyentes. Como propuso Aira en un debate sobre Borges y las jerarquías literarias: “Como prenda de conciliación voy a citar a Mao Tse-Tung: ‘Que florezcan mil flores’. En realidad, la crítica insensata puede convivir con la crítica sensata. En realidad, no creo que haya una… Digamos, que sea un proceso de suma cero.