DIARIO 2 (1957-1961)
En este segundo volumen de los DIARIOS, que abarca los años 1957-1961. WITOLD GOMBROWICZ prosigue su peregrinar argentino. A medida que transcurren los años de alejamiento de su país de origen, la realidad parece corroborar las intuiciones de las obras primerizas de Gombrowicz: sus motivos y obsesiones recurrentes ('desvelar los vínculos de la inmadurez con la madurez') se exponen en estas páginas, en efecto, bajo nuevos enfoques o a la luz de las experiencias y las lecturas contemporáneas a su redacción. Así, paralelamente a la progresiva conciencia de cómo la emigración moldea a un escritor, Gombrowicz arremete contra cualquier tentación de universalidad, declarándose decidido partidario de lo concreto y privado. Hallaremos asimismo cumplidas reflexiones del legendario autor polaco sobre el sufrimiento y el mal, y sobre la actitud del hombre frente al hombre.
Título Original: Dziennik 1957-1961
Traductor: Zaboklicka, Bozena y Miravidles, Francesc
©1957, Gombrowicz, Wiltod
©1989, Alianza Editorial
Colección: Alianza Trres
ISBN: 9788420638843
Generado con: QualityEbook v0.84
Witold Gombrowicz
Diario, 2 (1957 − 1961)
ALIANZA EDITORIAL
Traducción de:
Zaboklicka y Francese Miravidles
Título original: Dziennik 1957 − 1961
© Rita Gombrowicz
©Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A.,
ISBN: 84 − 206 − 3884 − 6 (Obra completa)
ISBN: 84 − 206—?247 − 3 (Tomo II)
Depósito legal: M. 41032 − 1989
1957
Capítulo I
NO me han comprendido del todo (me refiero a los artículos sobre Ferdydurke que aparecen en Polonia), o, mejor dicho, han extraído de mí sólo lo «actual», lo que conviene a su historia presente y a su situación. Me resigno a ello: semejante lectura fragmentaria, y hasta diría que egoísta, siempre desde el punto de vista de las necesidades del momento, es inevitable. Antes de la guerra Ferdydurke pasaba por los desvaríos de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de la sátira y de la crítica en el pleno sentido de la palabra ¡como Voltaire! Ahora se dice que es un libro razonable (¡más aún, transparente y preciso!), la obra de un lúcido racionalista que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada.
Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista? Sin embargo, llega un momento en que este racionalismo ferdydurkiano empieza a fallar a los críticos, cuyos artículos acaban por lo general con la constatación embarazosa de que probablemente «Gombrowicz no ha llevado sus reflexiones hasta el final», porque a pesar de todo la obra no quiere encajar totalmente en la interpretación que con tanto trabajo han elaborado. Pero ¿no será que no quiere encajar porque la interpretación es demasiado estrecha? Trataré de señalar los malentendidos más graves entre los críticos y yo.
Ferdydurke no es fácil de interpretar porque contiene una visión especial del hombre. ¿Cómo ven ellos a ese hombre mío? Y ¿cómo lo veo yo?
Ellos dicen —y con razón— que en Ferdydurke el hombre es creado por los hombres. Pero lo entienden sobre todo como una dependencia del hombre con respecto al grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos, el estilo… Y a veces hasta se les ocurre añadir que es una verdad del todo banal, una perogrullada, algo así como abrir puertas al campo.
Pero hay una cosa que no han visto. A saber, que en Ferdydurke el proceso de formación de un hombre por los demás es concebido de un modo infinitamente más amplio. No voy a negar que exista la dependencia del individuo en relación a su medio; pero lo que para mí es más importante, artísticamente más creativo, psicológicamente más profundo, filosóficamente más inquietante, es que el hombre también es creado por el individuo, por otra persona. En un encuentro casual. A cada momento. Por el simple hecho de que yo soy siempre «para otro», calculado para ser visto por otro, de que puedo existir de un modo definido sólo para alguien y por alguien, y de que existo, en tanto que forma, a través de otro. De manera que no se trata de que un medio me imponga los convencionalismos, o como decía Marx, de que el hombre sea producto de su clase social; se trata de mostrar el contacto del hombre con el hombre y el carácter casual, directo y salvaje de este contacto, de demostrar cómo de estos vínculos casuales nace la Forma, a menudo imprevista y absurda. Y es que yo mismo no necesito la forma para mí, ella me es necesaria únicamente para que el otro pueda verme, sentir, experimentar. ¿Es que no veis que semejante Forma es algo mucho más poderoso que una simple conveniencia social? ¿Y que es un elemento imposible de dominar? Mientras veáis Ferdydurke como una lucha contra lo convencional, seguirá trotando apaciblemente por caminos trillados; pero en cuanto comprendáis que aquí el hombre crea a otro hombre en medio del más salvaje de los desenfrenos, este libro temblará, dará un brinco como espoleado y os llevará hacia la región de lo Incalculable. Ferdydurke es mucho más una forma-elemento que una forma-convencionalismo.
Ellos dicen asimismo que en Ferdydurke (y en otras obras) lucho contra la falsedad y la hipocresía… Seguramente es así. Pero ¿no será de nuevo una simplificación de mi hombre y de mis intenciones?
Al fin y al cabo mi hombre es creado desde el exterior, es decir, que es en su esencia inauténtico; nunca es él mismo, puesto que lo determina la forma que nace entre los hombres. Por tanto su «yo» le es atribuido en la esfera de lo «interhumano». Es un eterno actor, pero un actor natural, ya que su artificio le es congénito, es la característica de su condición humana, ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre significa imitar al hombre, ser hombre es «comportarse» como hombre sin serlo en lo profundo de uno mismo, ser hombre es recitar lo humano. En estas condiciones, ¿cómo se puede comprender el combate con la facha y con la mueca en Ferdydurke? No se trata, pues, de que el hombre haya de desprenderse de su máscara —pues detrás de ella no tiene ninguna cara—; lo único que se le puede exigir es que tome conciencia de su artificiosidad y que la confiese. Si estoy condenado a la falsedad, la única sinceridad posible para mí consiste en confesar que la sinceridad está fuera de mi alcance. Si nunca puedo ser del todo yo mismo, lo único que me permite salvar mi personalidad de la destrucción es la misma voluntad de ser auténtico, ese deseo obstinado que grita en contra de todo: «yo quiero ser yo mismo», y que no es más que una rebelión trágica y desesperada contra la deformación. No puedo ser yo mismo y sin embargo quiero ser yo mismo y debo ser yo mismo: he aquí una de esas antinomias que no es posible resolver…, y no esperéis de mí remedios para males incurables. Ferdydurke sólo constata este desgarramiento interior del hombre, nada más.
¿Y la degradación?
¿Por qué han hecho prácticamente caso omiso de la degradación, que juega un papel tan importante en mis obras, y que al fin y al cabo es lo que confiere a mi forma su carácter propio?
Se han concentrado en el problema de la deformación, olvidándose de que Ferdydurke es también un libro sobre la inmadurez… Si el hombre no puede expresarse no es sólo porque los demás lo deforman, no puede expresarse, sobre todo, porque sólo es expresable lo que ya está en nosotros ordenado y maduro, mientras todo lo demás, es decir, precisamente nuestra inmadurez, es silencio. Por lo tanto, la forma siempre será para nosotros algo desacreditador; la forma nos humilla. Y no es difícil ver cómo, por ejemplo, todo nuestro patrimonio cultural creado a expensas de la ocultación de la inmadurez, obra de unos hombres que se esfuerzan por alcanzar altas cotas y que sólo externamente son sabiduría, seriedad, profundidad y responsabilidad (mientras que silencian la otra cara de la medalla, siendo como son incapaces de revelarla), no es difícil ver, pues, como todas esas bellas artes, filosofías y morales nuestras nos ponen en ridículo, puesto que nos superan, y, más maduras que nosotros, nos empujan hacia una especie de regresión infantil. Interiormente no somos capaces de estar al nivel de nuestra cultura: es un hecho que hasta ahora no ha sido suficientemente tenido en cuenta y que sin embargo es decisivo para la tonalidad de nuestra «vida cultural». En el fondo somos unos eternos mocosos.