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Cabeza colosal de La Venta.
Indice
LOS OLMECAS
Por Miguel Rivera Dorado
Profesor de Arqueología Americana
Universidad Complutense de Madrid
Por Emma Sánchez Montañés
Profesora de Antropología y Etnología de América
Universidad Complutense de Madrid
Por Andrés Ciudad Ruiz
Profesor de Arqueología Americana
Universidad Complutense de Madrid
Título original: Los Olmecas
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
La cultura Olmeca o cultura madre mesoamericana fue un civilización antigua precolombina que habitó en las tierras bajas del centro-sur de México, durante el periodo Preclásico Medio mesoamericano, aproximadamente en el estado mexicano de Veracruz y Tabasco en el istmo de Tehuantepec. La cultura Olmeca tuvo una muy amplia influencia ya que las obras de arte de esta civilización también se encuentran en El Salvador. Los olmecas se desarrollaron entre los años 1200 a. C. hasta alrededor del año 400 a. C., y por muchos historiadores es considerada la madre de las culturas o civilizaciones mesoamericanas que surgirían posteriormente.
AA. VV.
Los Olmecas
Cuadernos Historia 16 - 69
ePub r1.1
Titivillus 19.09.18
Cabeza colosal olmeca procedente de La Venta, México.
La civilización olmeca
El actual territorio mexicano agrupa una serie de espacios pertenecientes a la denominada Mesoamérica y, dentro de ella, presenta restos de algunas de las culturas que alcanzaron un mayor desarrollo en la época precolombina. De entre éstas, la olmeca muestra especiales rasgos de valor y originalidad, y su mismo estudio plantea de forma plena la cuestión general de las culturas americanas de base indígena. Las creaciones olmecas, generadas sobre una superficie aproximada de 18.000 kilómetros cuadrados de zonas pantanosas situadas al borde del Atlántico, nació hacia el año 1500 a. C. en medio de unas condiciones climáticas definidas por un elevado nivel de pluviosidad.
Los elementos conservados que han sido hallados a partir de las primeras excavaciones realizadas en el año 1938 permiten hablar plenamente de una verdadera civilización olmeca. Este pueblo contó con todos los elementos necesarios para establecer esta afirmación, ya que crearon una elevada cultura original a pesar de hallarse en medio de unas condiciones físicas en absoluto favorables para ello. Considerando las limitaciones que suponía contar únicamente con una economía agraria, los investigadores han encontrado en la actividad comercial desplegada por los olmecas la base de su expansión cultural.
En este Cuaderno, Miguel Rivera Dorado estudia en primer lugar la composición social y la organización económica, política y religiosa del pueblo del hule. Una comunidad que había de encontrar en sus elementos religiosos, centrados en la adoración de la figura del jaguar, el fundamento de su propia integración como grupo.
A continuación, Emma Sánchez realiza una aproximación a este sorprendente y maravilloso arte, que supone la primera creatividad en este campo merecedora de una calificación tal, llevada a cabo en la zona intermedia entre las dos Américas. La descripción de los rasgos y valores artísticos de los objetos conservados habla por sí misma de esta realidad.
Finalmente, Andrés Ciudad trata acerca de la expansión territorial del pueblo olmeca sobre las tierras limítrofes, tanto debido a su auge económico como a su esplendor cultural. La influencia olmeca, a partir de estos dos presupuestos, se dejará sentir de forma visible en el istmo, incluso en zonas bastante alejadas del centro de irradiación original de esta cultura. Ello constituye la mejor muestra de la vitalidad de la misma y de la validez de los principios que la inspiraron.
Cabeza olmeca tallada en jadeíta. Fue hallada en Tarango y actualmente
se conserva en el Museo de Antropología de México.
Los adoradores del jaguar
Por Miguel Rivera Dorado
Profesor de Arqueología Americana. Universidad Complutense de Madrid
L AS primeras civilizaciones americanas no comparten con sus iguales del viejo Mundo un rasgo que todavía sorprende a los investigadores: la precocidad de muchas de las perfectas realizaciones materiales con que se pueden identificar o distinguir.
En efecto, los arqueólogos promueven a menudo largos debates cuando tratan de vislumbrar las razones de que los antiguos objetos de jade de la cultura olmeca sean tan consumadas obras maestras, nunca superadas en los dos mil años siguientes de historia indígena independiente, o si pretenden resolver el espinoso problema del transporte y labrado de los colosales monolitos formativos —el período llamado Formativo se extiende entre el segundo milenio antes de J. C. y los comienzos de la era cristiana— de la región del sur de Veracruz y occidente de Tabasco o bien en los intrincados valles andinos del subcontinente meridional, al indagar los orígenes del arte barroco y maduro de Chavin de Huantar.
Todas esas manifestaciones, de un gusto exquisito, de una rotunda habilidad técnica, surgen de la nada como traídas a la vida por misteriosos encantamientos. De la sencillez tranquila que se adivina en los vestigios de las aldeas tribales pasamos sin solución de continuidad a percibir expresiones de fuerza y contundencia insospechadas. Casi podemos afirmar que en ciertos lugares de América el salto de un primitivismo plano y banal a las más clásicas elaboraciones plásticas e ideológicas se produjo con la asombrosa presteza con que el espíritu transpone el borroso límite entre el sueño y la vigilia, sin convulsiones aparentes, con sosegada naturalidad.