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Andrés Oppenheimer - ¡Basta de historias!

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Andrés Oppenheimer ¡Basta de historias!

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Periodista cardinal y siempre dispuesto a desafiar las modas políticas del - photo 1

Periodista cardinal y siempre dispuesto a desafiar las modas políticas del momento con inteligencia y humor, Andrés Oppenheimer demuestra en este libro que mejorar sustancialmente la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación no es tarea imposible. Pero sí tremendamente necesaria. La razón es simple: el XXI será el siglo de la economía del conocimiento. Contrariamente a lo que pregonan presidentes y líderes populistas latinoamericanos, los países que avanzan no son los que venden materias primas ni productos manufacturados básicos, sino los que producen bienes y servicios de mayor valor agregado. ¡Basta de historias! es un agudo viaje periodístico alrededor del mundo, que aporta ideas útiles para trabajar en la principal asignatura pendiente de nuestros países y la única que nos podrá sacar de la mediocridad económica e intelectual en la que vivimos: la educación.

Andrés Oppenheimer Basta de historias La obsesión latinoamericana con el - photo 2

Andrés Oppenheimer

¡Basta de historias!

La obsesión latinoamericana con el pasado

y las 12 claves del futuro

ePub r1.0

Narukei15.07.13

Título original: ¡Basta de historias!

Andrés Oppenheimer, 2010

Diseño de portada: Random House Mondadori

Editor digital: Narukei

ePub base r1.0

Notas 1 HAY QUE MIRAR PARA ADELANTE 2 FINLANDIA LOS CAMPEONES DEL MUNDO 3 - photo 3

Notas

1. HAY QUE MIRAR PARA ADELANTE

2. FINLANDIA: LOS CAMPEONES DEL MUNDO

3. SINGAPUR: EL PAÍS MÁS GLOBALIZADO

4. INDIA: ¿LA NUEVA SUPERPOTENCIA MUNDIAL?

5. CUANDO CHINA ENSEÑA CAPITALISMO

6. ISRAEL: EL PAÍS DE LAS START-UPS

7. CHILE: RUMBO AL PRIMER MUNDO

8. BRASIL: UNA CAUSA DE TODOS

9. ARGENTINA: EL PAÍS DE LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS

10. URUGUAY Y PERÚ: UNA COMPUTADORA PARA CADA NIÑO

11. MÉXICO: EL REINO DE «LA MAESTRA»

12. VENEZUELA Y COLOMBIA: CAMINOS OPUESTOS

13. LAS 12 CLAVES DEL PROGRESO

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Hay que mirar para adelante

Cuando le pregunté a Bill Gates después de una entrevista televisiva, fuera de cámara, qué opinaba sobre la creencia muy difundida en muchos países latinoamericanos de que «nuestras universidades son excelentes» y «nuestros científicos triunfan en la nasa», el fundador de Microsoft y uno de los hombres más ricos del mundo me miró con asombro y estalló en una carcajada. Levantando las cejas, me preguntó: «¿A quién estás bromeando?»

No fue una respuesta arrogante: minutos antes, frente a las cámaras, Gates me había hablado con optimismo sobre América Latina. Según dijo, existen condiciones como para ponerse a la par de China e India en las próximas décadas.

Decía Gates, mientras nos alejábamos del set de grabación, que a Latinoamérica le falta una dosis de humildad para darse cuenta cuál es la verdadera posición de sus grandes universidades y centros de investigación en el contexto mundial. Los países de la región sólo podrán insertarse de lleno en la economía de la información del siglo XXI —y producir bienes más sofisticados que les permitan crecer y reducir la pobreza— si hacen un buen diagnóstico de la realidad y dejan de creer que están así de bien, indicó.

«Si creen que ya han llegado a la meta, están fregados —me dijo Gates moviendo la cabeza—. Todos los países deben empezar con humildad. Lo que más asusta sobre el ascenso de China es su nivel de humildad. Están haciendo las cosas muy bien y, sin embargo, tienen una humildad asombrosa. Tú vas a China y escuchas: ‘En India están haciendo esto y lo otro mucho mejor que nosotros. ¡Caramba! Tenemos que hacer lo mismo’. Esta tendencia a la humildad, que algún día van a perder, les está ayudando enormemente.»

Su respuesta me dejó pensando. Yo acababa de regresar de varios países latinoamericanos, y en todos me había encontrado con una versión triunfalista sobre los logros de las grandes universidades latinoamericanas y sus sistemas educativos en general. No solo los gobiernos alardeaban sobre los logros de sus países en el campo académico y científico, sino que la gente parecía convencida de la competitividad de sus universidades —salvo en cuanto a los recursos económicos— frente a las casas de estudio más prestigiosas del mundo. Cada vez que daba una conferencia en alguna de las grandes capitales latinoamericanas, y criticaba la eficiencia de sus universidades estatales, siempre saltaba alguien en la audiencia para rebatir mis comentarios con patriótica indignación. Las grandes universidades latinoamericanas, blindadas contra la rendición de cuentas a sus respectivas sociedades gracias a la autonomía institucional de la que gozan, muchas veces parecen estar a salvo de cualquier crítica, por más fundamentada que sea. Son las vacas sagradas de América Latina.

Según me comentaba Gates, en China, y anteriormente en Estados Unidos, había pasado exactamente lo opuesto: había sido precisamente la creencia de que se estaban quedando atrás del resto del mundo lo que había despertado a sus sociedades e impulsado su desarrollo. «Lo mejor que le pasó a Estados Unidos fue que, en los años ochenta, todos creían que los japoneses nos iban superar en todo. Era una idea estúpida, errónea, una tontería. Pero fue este sentimiento de humildad lo que hizo que el país se pusiera las pilas.»

¿Y en Latinoamérica? Gates respondió que veía importantes avances y que aunque las universidades no son tan buenas como deberían ser, son mejores que hace 10 años. Sin embargo, el disparador de la modernización educativa en Latinoamérica debería ser el mismo que en Estados Unidos, agregó. «La manera de despegar es sintiendo que estás quedándote atrás», concluyó encogiéndose de hombros.

VIVIENDO EN LA ILUSIÓN

Lo cierto es que en la gran mayoría de los países de América Latina está ocurriendo todo lo contrario: las encuestas (como la Gallup, de 40 000 personas en 24 países de la región, encargada por el Banco Interamericano de Desarrollo, bid) muestran que los latinoamericanos están satisfechos con sus sistemas educativos. Paradójicamente, lo están mucho más con su educación pública que la gente de otras regiones que obtienen mucho mejores resultados en los exámenes estudiantiles y en los rankings universitarios. El 85 por ciento de los costarricenses, 84 por ciento de los venezolanos, 82 por ciento de los cubanos, 80 por ciento de los nicaragüenses, 77 por ciento de los salvadoreños y más de 72 por ciento de colombianos, jamaiquinos, hondureños, bolivianos, panameños, uruguayos y paraguayos dijeron estar satisfechos con la educación pública de sus respectivos países. Comparativamente, sólo 66 por ciento de los encuestados en Alemania, 67 por ciento de los estadounidenses y 70 por ciento de los japoneses lo están en sus respectivos países, según revela el estudio.

«Los latinoamericanos en general están más satisfechos con su educación pública de lo que justifican los resultados de los exámenes internacionales. Están satisfechos sin fundamento», me dijo Eduardo Lora, el economista del BID que coordinó el estudio. Cuando le pregunté por qué tantos latinoamericanos tienen esta visión tan optimista, Lora respondió que la mayoría de la gente en la región tiende a juzgar su sistema educativo por la calidad de los edificios escolares o por el trato que reciben sus hijos en la escuela, más que por lo que aprenden.

En otras palabras, ha habido un gran avance en cuanto a la expansión de la educación —los índices de alfabetismo se han duplicado desde la década de los años treinta, para llegar a 86 por ciento de la población de la región—, pero no se ha producido un avance similar en la calidad de la educación. «El peligro es que, si la gente está satisfecha, no existe la exigencia social de mejorar los estándares educativos. Paradójicamente, esa demanda sólo existe donde ya se han alcanzado los estándares relativamente más altos de la región, como en Chile.»

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