Andrés Oppenheimer - ¡Crear o morir!
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- Libro:¡Crear o morir!
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2014
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¡Crear o morir!: resumen, descripción y anotación
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Un agradecimiento muy especial para Romero Britto, uno de los artistas más exitosos del mundo, que sugirió la idea y diseñó personalmente la imagen de Albert Einstein para la portada de este libro. «Para ilustrar un libro sobre innovación, creatividad y genialidad, nada mejor que una cara de Einstein», dijo. El propio Britto es un ejemplo vivo de un creador y emprendedor exitoso que bien podría haber merecido un capítulo de Crear o Morir. Nacido en la pobreza, hijo de una madre soltera que tuvo 12 hijos, de los cuales tres murieron al nacer, Britto se mudó a Miami a los 22 años y comenzó a vender sus cuadros alegres y llenos de vida en las calles del vecindario de Coconut Grove. Al poco tiempo comenzó a colocar cuadros en una galería de arte en un centro comercial, hasta que su carrera se disparó cuando uno de sus dibujos fue seleccionado en un concurso de etiquetas para Absolut Vodka. De allí en más, sus diseños fueron comprados por marcas como Mini Cooper, Audi, Swatch, Movado y Hublot, y sus cuadros, esculturas y objetos pintados de producción masiva —en parte producidos en su taller de Miami, que emplea a unas 100 personas— facturan según algunos estimados hasta 80 millones de dólares anuales. Cuando le pregunté cuál fue el secreto de su éxito, Britto me dijo que nació espontáneamente. «A mí me gusta estar rodeado de cosas lindas, que me hagan sentir bien. Y lo que hice fue crear un lenguaje universal de cosas que hacen sentir bien a la gente», explicó.
Este libro se benefició enormemente de la ayuda de Cristóbal Pera, director editorial de Penguin Random House en México, que hizo sugerencias valiosísimas para mejorar el manuscrito original. Pera es un editor de lujo, que todos los escritores quisiéramos para todos nuestros libros: es un hombre de una calidez excepcional, siempre listo para ayudar en lo que sea, y con un ojo de lince para detectar párrafos que faltan, páginas que sobran, y conceptos que pueden ser mejorados. Otra persona que me acompañó en todo momento y me sirvió de guía en el mundo de las ciencias fue mi mujer, Sandra Bacman, a quien está dedicado este libro. Doctora en biología e investigadora científica en el Departamento de Neurología de la Universidad de Miami, Sandra me ayudó a entender lo que me habían tratado de explicar —algunos con más suerte que otros— varios de los científicos que entrevisté para este libro. Finalmente, mi agradecimiento de siempre a mi editor del Miami Herald, John Yearwood, cuyas recomendaciones siempre mejoran mis textos; a Cynthia Hudson y Eduardo Suarez, los directivos de CNN en Español, que me han apoyado facilitando estudios de televisión para entrevistar a varios de los innovadores que presento en este libro; a mi abogado Thomas Oppenheimer, uno de los mejores abogados de Miami; a mi agente de ICM Kris Dahl; a mis colegas Ismael Triviño, el productor periodístico de Oppenheimer Presenta en CNN y Foro TV, Annamaría Muchnik, Angelina Peralta, Bettina Chouhy, y a mis buenos amigos como Ezequiel Stolar y varios otros que me alentaron a explorar buenas ideas —y a desechar otras— durante la investigación para escribir este libro.
El mundo que se viene
Estamos entrando en un periodo de transformación radical
Palo Alto, California. El primer lugar que visité cuando empecé a escribir este libro fue Silicon Valley, California, el indiscutido centro de la innovación a nivel mundial y la sede de Google, Apple, Facebook, eBay, Intel y miles de otras compañías de alta tecnología. Quería averiguar cuál era el secreto del éxito de Silicon Valley y qué pueden hacer otros países para emularlo. Tenía mil preguntas en la cabeza.
¿A qué se debe la impresionante concentración de empresas innovadoras globales en esa área del norte de California, en los alrededores de San Francisco? ¿Es que el gobierno de Estados Unidos ha designado esa área como polo de desarrollo tecnológico y proporciona a las empresas de tecnología enormes facilidades para que se establezcan allí? ¿Es que el estado de California les da exenciones fiscales? ¿O las compañías tecnológicas llegan a Silicon Valley atraídas por los contratos de la industria de defensa, o por la cercanía de la Universidad de Stanford, una de las mejores del mundo en investigación tecnológica y científica?
Mi primera escala después de rentar un auto en el aeropuerto de San Francisco fue Singularity University, uno de los principales centros de estudios sobre la innovación tecnológica. Tenía una cita allí con Vivek Wadhwa, vicepresidente de innovación e investigación de la universidad, profesor de las Universidades de Duke y Emory, y un gurú de la innovación que escribe regularmente en The Wall Street Journal y en The Washington Post. Wadhwa me había sugerido que fuera esa semana para presenciar un seminario al que acudirían empresarios de todo el mundo para escuchar varias conferencias sobre las últimas novedades en materia de robótica, nanotecnología, exploración espacial, cibermedicina y otras disciplinas del futuro. Pero mi mayor interés era entrevistarlo a él. Wadhwa había estudiado el tema de la innovación como pocos y tenía una visión global que lo distinguía de muchos otros expertos estadounidenses.
Cuando llegué a Singularity University, tras manejar unos 45 minutos hacia el sur de San Francisco, lo primero que me llamó la atención fue lo poco impresionante que era su sede. Lejos de encontrarme con una torre de cristal, o con un edificio ultramoderno, la universidad —que no es una universidad típica, porque no da títulos de licenciatura o maestría sino cursos a empresarios y a emprendedores calificados— era un viejo edificio que alguna vez había sido una barraca militar. Estaba en el Parque de Investigación Ames de la NASA que fue construido en la década de los cuarenta y había pasado a la NASA en 1958, pero que ahora era rentado a empresas tecnológicas de todo tipo. Casi todos sus edificios eran barracas militares de dos pisos, pintados del mismo color. Y Singularity University era apenas una barraca más, con un cartelito en el césped que la identificaba como tal.
Wadhwa me recibió con la mayor cordialidad y me condujo a una salita de conferencias para poder hablar tranquilos. Era un hombre de mediana edad, que vestía una camisa blanca abierta al cuello, sin corbata, como casi todos los que lo rodeaban. Según me contó, nació en India y fue criado en Malasia, Australia y varios otros países donde su padre, un diplomático de carrera, había estado destinado. A los 23 años de edad, cuando su padre fue trasladado a las Naciones Unidas, Wadhwa se mudó a Nueva York, donde hizo una maestría en administración de empresas en la Universidad de Nueva York. Tras su graduación, empezó a trabajar como programador de computación y a juntarse con otros colegas para iniciar varias empresas, una de las cuales al cabo de unos años fue vendida en 118 millones de dólares. Algunas décadas después, tras sufrir un infarto que lo llevó a buscar una vida más tranquila, Wadhwa se dedicó de lleno a la enseñanza y a la investigación relacionada con la innovación.
EL SECRETO ES LA GENTE
Cuando le pregunté cuál es el secreto de Silicon Valley, me dio una respuesta de tres palabras que resultó muy diferente a la que me esperaba. «Es la gente —respondió—. El secreto de Silicon Valley no tiene nada que ver con el gobierno, ni con los incentivos económicos, ni con los parques tecnológicos, ni con los parques científicos, ni con nada de eso, que es una perdedera de dinero que no sirve para nada. El secreto es el tipo de gente que se concentra aquí.»
Lo miré con cierta incredulidad, sin entender muy bien qué quería decir. ¿Cuál es la diferencia entre la gente de Silicon Valley y la de otras partes de Estados Unidos?, le pregunté. Wadhwa respondió que en Silicon Valley ocurre una peculiar aglomeración de mentes creativas de todo el mundo, que llegan atraídas por el ambiente de aceptación a la diversidad étnica, cultural y hasta sexual. Nada menos que 53% de los residentes de Silicon Valley son extranjeros y muchos de ellos son jóvenes ingenieros y científicos chinos, indios, mexicanos y de todas partes del mundo, que encuentran allí un ambiente propicio para desarrollar sus ideas, explicó Wadhwa. «La mentalidad de California, la apertura mental y el culto a lo “diferente” tienen mucho que ver con el éxito de Silicon Valley —señaló—. Y la presencia de la Universidad de Stanford, y su excelencia en investigación y desarrollo, sin duda contribuyó a que tantas empresas tecnológicas vengan aquí.»
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