1.ª PARTE
La teoría
2.ª PARTE
La historia
3.ª PARTE
La leyenda negra en sí
4.ª PARTE
Alabanza de los
imperios y de la historia
Mezcla medias verdades y medias mentiras (mecanismo habitual de la Leyenda Negra y de todo libelismo).
MARÍA ELVIRA ROCA BAREA, Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español
El pasado tiene que ser reverenciado, no lamentado, pues no hay nada que lamentar. Una historia whig que merezca este nombre y por definición es una historia de éxito.
J. W. BURROW, A liberal descent: Victorian historians, citado por Roca Barea
Yo escribo en tiempo en que las ciencias se ven renovadas en toda Europa y totalmente descaecidas en España, donde suele tenerse por política, introducida por hombres bien hallados en su ignorancia, no hablar de las cosas de la propia nación sino alabándolas. Si alabarlas fuera hacerlas buenas y hacer creer su bondad a los extranjeros, yo sería el primero que las alabaría; pero disimular y aun autorizar la ignorancia y la superstición, y más quien está obligado a no tolerarlas ni permitirlas, es ejemplo pernicioso.
MAYANS a Nasarre, febrero de 1748, Mestre, Mayans y la España de la Ilustración
Una nación perdona el daño que se hace a sus intereses, pero no el que se hace a su honor y menos que ninguno el que se le infiere con ese vicio clerical de querer tener siempre razón.
MAX WEBER, La política como vocación
A mi hija Carmen,
allí, en la luterana Bremen.
Título original: Imperiofilia y el populismo nacional católico
José Luis Villacañas, 2019
Ilustración de cubierta: Detalle de Perro semihundido, Francisco de Goya
Texto publicado bajo licencia Creative Commons. Reconocimiento —no comercial—. Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando autoría y fuente y sin fines comerciales
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] Algo de mala conciencia, o alguna indicación externa, vaya usted a saber, debió de hacerle pensar a Roca Barea que su defensa de Rusia era tibia y allá por la página 365 se acuerda de que también es un imperio y vuelve al asunto de la rusofobia, propia de la Ilustración francesa. Pero no se siente cómoda en este terreno y lo abandona rápidamente tras una hoja en la que pasa revista a las grandes leyendas patrióticas rusas. Es ciertamente paradójica la rusofilia de Roca Barea, que se repite como una confesión ritualizada por el libro, pero sin entrar en un análisis de la historia de las ideas o de los poderes rusos, sin una exposición del ideal imperial ruso y sus transformaciones en manos de Stalin y Putin. Para un tratamiento de estos temas con un arsenal adecuado de métodos e ideas, y para comprender la índole de los poderes que se han formado en Rusia desde la modernidad, cf. Claudio Ingerflom, El zar soy yo. La impostura permanente desde Iván el Terrible hasta Vladimir Putin, Escolar y Mayo, Madrid, 2017, con prólogo de José Luis Villacañas.
[2] Pedro Cerezo Galán, El mal del siglo, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007.
[3] Max Weber, «La Objetividad de las ciencias sociales» en Escritos de Metodología, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, p. 73.
[4] Léase este texto: «Desde la escolástica hasta la teoría de Marx se combina aquí la idea de algo que vale “objetivamente”, esto es, de un deber ser, con una abstracción extraída del curso empírico de la formación de precios. Y tal concepción, a saber, que el valor de las mercancías debe estar regulado por determinados principios de derechos natural, ha tenido —y tiene todavía— inconmensurable importancia para el desarrollo de la cultura, por cierto, no solo de la Edad Media. En especial ha influido también fuertemente sobre la formación empírica de los precios». Cf. Max Weber, La objetividad cognoscitiva de la ciencia social y de la política social, Buenos Aires, 1904, p. 84.
[5] José Luis Villacanas, Teología política imperial y comunidad de salvación cristiana. Sobre una genealogía de la división de poderes, Trotta, Madrid, 2016.
[6] A pesar de todo, la dimensión protestante de la Ilustración se mantenía en el secreto del movimiento. Así sucedía con Bayle a quien Roca Barea llama «pionero de la Ilustración y hugonote». [353]
[7] Con su sentido del orden tan especial, este asunto vuelve a tratarlo en las páginas 367 y siguientes, donde mezcla un montón de cosas y asuntos, por ejemplo, la figura de Francisco Javier Clavijero, «un ilustrado convencido», pero también jesuita, que es uno de los talentos que prepararon la independencia de México, y que dependió de las enseñanzas del caballero Boturini, que, como sabemos, fue censurado por la corte madrileña y condenado a vivir en la miseria. En realidad, la teoría de América como continente degenerado es mucho más reciente, supone la idea de la evolución, y no tiene nada que ver con la mirada sobre el indio propia de los españoles, que tendió a fundar el mito del buen salvaje, como se ve en la temprana obra de Vasco de Quiroga que hacía de ellos pueblos que bien podrían compararse con los cristianos originarios. Las consideraciones que sigue a este punto sobre el racismo científico, que ella comienza con Gall, [372] olvida que la frenología no es la única forma de acercarse a las razas. Las complejas ordenaciones del mestizaje que llevaron adelante los españoles en el siglo XVIII y sus intentos de medir el color de la piel para establecer científicamente estas diferencias y graduarlas, son completamente ignorados por Roca Barea. Por supuesto que ella media el racismo con el predestinacionismo protestante. Los católicos no pueden ser racistas para ella.
[8] Contrasta en parte porque el imperio posterior de Carlos no fue innovador en instituciones capaces de dotar a los territorios de su forma política autónoma, como de hecho hizo la Corona de Aragón, que extendió la forma de Generalidad por sus dominios, sin centralizar una administración. Por supuesto, innovó con la institución del virrey, que posteriormente utilizó el imperio de Carlos, pero sin la base institucional paralela de la Generalidad, que en la federación aragonesa establecía una forma política para el territorio virreinal dado. Este orden de la Generalidad podía reconocer la estructura social de cada territorio e iba desde la más senatorial de Barcelona (con su constitución de 1283, Recognoverunt proceres) a la forma más menestral y de pequeña aristocracia de caballers y generosos del reino de Valencia, a la forma mixta de ricos hombres y mesnaderos aragoneses. El imperio carolino imita en América la forma aragonesa en la representación del soberano, pero no en la ordenación jurídica del pueblo y del territorio. Por supuesto, esta ordenación virreinal albergaba territorios heterogéneos en América y por eso los virreinatos no sobrevivieron ni se traspasaron a las posteriores repúblicas.
[9] Cf. Otto Brunner, «La casa como estructura y la antigua economía europea», en Neue Wege der Verfassungs- und Sozialgeschichte, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen, 1968, segunda edición.
[10] Según la reseña de la Stanford Library tenemos esto que transcribo: «Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue is a comprehensive collection of statements on Christian-Jewish relations issued by churches and interfaith organizations around the world since the end of World War II. Vol. 1 contains such groundbreaking documents as the World Council of Churches’ statement “The Christian Approach to the Jewish People” issued at its founding assembly in 1948; the Episcopal Church’s “Deicide and the Jews”; the Second Vatican Council’s historic declaration Nostra Aetate (1965), addresses by Popes Paul VI and John Paul II and other Roman Catholic documents; and official statements by Lutheran, Reformed, Methodist, Baptist, and other Protestant denominations, as well as ecumenical bodies. Joint Christian-Jewish documents include the famous “Ten Points of Seelisberg” and other statements from national and international interfaith organizations. All of these documents show the Christian churches in a posture of radical repentance for the hostility toward the Jewish. Continues with a comprehensive collection of statements on Christian-Jewish relations by church bodies and interfaith organizations in the United States and around the world from the period 1986-2013, with introductory essays by three leading scholars in the field