A MODO DE PRÓLOGO
«Torear es tener un misterio que contar, y contarlo».
RAFAEL EL GALLO
Las historias en torno a las que se han tejido estos 6 relatos ejemplares 6, sufrido lector, fueron creciendo, con otras que algún día quizá también se escriban, al hilo de una investigación histórica que no podía albergarlas.
El primer relato tiene como protagonista a Ana de Sajonia, la segunda esposa de Guillermo de Orange. En cualquier texto aparece calificada como adúltera y loca. Hay que bucear mucho en las fuentes para darse cuenta de que no hay pruebas que demuestren la verdad de estas acusaciones más allá de las producidas por el taller propagandista de Orange. De hecho, muchos contemporáneos pusieron en duda aquellas historias con las que se justificó el robo de una de las mayores dotes de la Europa del siglo XVI. La carta de Teodoro de Beza es la demostración de que Orange engañó a muchos, pero no a todos. No es extraño que quien consiguió que media Europa pensara que Felipe II había matado a su propio hijo, hiciera creer también que se había visto obligado a repudiar a su esposa porque era infiel (primer objetivo: librarse de ella para casarse con una mujer mucho más joven) pero que no podía devolver la dote porque estaba loca y se lo gastaba todo (segundo objetivo: quedarse con las inmensas riquezas del duque Enrique, fruto de las confiscaciones de bienes católicos en Sajonia). La locura, entonces como ahora, justificaba la tutela legal y el encierro.
La batalla de Frankenhausen es el escenario del segundo relato. Fue seguramente la más sangrienta de la guerra de los Campesinos alemanes, el conflicto social de mayor importancia que ha habido en Europa hasta la Revolución francesa. Gran parte del campesinado alemán vive en régimen de servidumbre todavía en el siglo XVI. Son siervos de la gleba en una Alemania que está muy lejos aún de haber salido del feudalismo. Expresando el asunto en términos modernos, podríamos decir que la predicación antisistema de Lutero y otros clérigos hizo estallar un problema social que venía cociéndose desde hacía tiempo. Pero naturalmente el discurso luterano estaba construido solo para atacar la Iglesia de Roma porque su objetivo era provocar un conflicto al emperador Carlos V. Por eso gozó del favor de los príncipes de Sajonia y de otros. Sin embargo, fue difícil para los oprimidos distinguir entre todos los que a fin de cuentas representaban el poder establecido (el papa, el emperador y los propios príncipes), de manera que, por un efecto bumerán, la rebelión terminó volviéndose contra los señores territoriales. Algunos clérigos se unieron a la causa campesina y murieron por docenas en aquella guerra crudelísima. Lutero naturalmente sobrevivió y prosperó, porque se puso del lado de los príncipes y alentó sin misericordia la violencia salvaje con que fueron perseguidos los desgraciados que osaron cuestionar los privilegios sacrosantos de la oligarquía alemana, que en definitiva era lo mismo que había hecho Carlos V.
Es vergonzoso que el Vaticano haya emitido en 2017 sellos con la imagen de un individuo de la catadura moral de Martín Lutero (intolerante, racista, antisemita, apologeta de la violencia, defensor del sometimiento de los más pobres a los señores germánicos…) y que el papa de Roma haya colgado un retrato suyo en el mismo lugar. Deberían los católicos —no me incluyo— reflexionar sobre qué principios morales están en la obligación de exigir a la jerarquía de su Iglesia. Si quieren sobrevivir como algo más que una reliquia del pasado, esta demanda debería ir más allá de ponerse siempre de perfil, predicando paz y amor —¡¿quién no los quiere?!—, y de apuntarse a todas las conmemoraciones habidas y por haber para salir en la foto.
Bajo el inmisericorde sol del Mediterráneo sucede el imaginario día que Shakespeare pasó en Verona en «Non angli, sed angeli». Viene esto a propósito de la condición de criptocatólico del inmortal dramaturgo inglés, de la que se habla ya abiertamente desde hace más de una década tras siglos de ocultación.
En la Ginebra de Calvino vivió, y suponemos que murió, el protagonista intencionadamente sin nombre del cuarto relato. Como otros muchos miles de europeos, ardió en la hoguera acusado de brujería, el socorrido pretexto con que se justificaron feroces persecuciones religiosas no solo en los territorios calvinistas sino en todo el mundo protestante. Algún día se estudiarán mejor las persecuciones de brujas y brujos en la Europa Occidental durante los siglos XVI y XVII.
El príncipe Felipe Guillermo de Orange-Nassau es el eje central de «Campanas de Breda». El hijo primogénito de Guillermo de Orange se crio y vivió en España hasta 1596, año en que marchó a los Países Bajos a reclamar su herencia, duramente disputada por sus medio hermanos con el apoyo del padre. Bajo el amparo de Felipe II, el príncipe Felipe Guillermo aplicó en los territorios de su gobierno una política de auténtica tolerancia religiosa, en el sentido moderno del término. Los católicos podían ser católicos, y los calvinistas, calvinistas (o luteranos o menonitas o lo que quisieran), pero nadie podía obligar a otro a cambiar de religión, y todos debían respetar las propiedades del prójimo. Fue un intento inútil de Felipe II de demostrar que la religión no tenía por qué ser un problema si se respetaba la ley y no era tomada como excusa para promover conflictos y confiscaciones de bienes.
El sexto y último relato nos lleva a la Inglaterra del siglo XVI desde el siglo XX. El idealizado periodo Tudor, mil veces recontado y maquillado, fue en realidad un reinado del terror. Es asombroso ver cómo la mitificación de esta etapa ha ido in crescendo a lo largo de los siglos hasta convertirse en el periodo más relatado y filmado de la historia inglesa. En las purgas estalinistas que mataron a Tomás Moro y obligaron a Shakespeare a vivir en la clandestinidad durante largos periodos de su vida murieron muchas otras personas.
Hay cientos de historias como estas que los españoles deberíamos conocer; es más, que deberían formar parte del bagaje cultural de los pueblos del sur de Europa, que han terminado por asumir como propio un relato de sí mismos que fue escrito por quienes combatieron contra ellos y finalmente los derrotaron, convenciéndolos de que su mundo y su cultura eran moralmente inferiores. Quizá algún día podamos, entre todos los que no formamos parte del orbe cultural materialista e hipócrita del protestantismo, devolverle a Europa un poco del brillo y la belleza que una vez tuvo.
MARÍA ELVIRA ROCA BAREA
MARÍA ELVIRA ROCA BAREA (El Borge, Málaga, 1966) ha trabajado para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y enseñado en la Universidad de Harvard. Ha publicado Imperiofobia y leyenda negra (2016) y 6 relatos ejemplares 6 (2018), además de varios libros y artículos en revistas especializadas; también ha dado conferencias dentro y fuera de España. Actualmente trabaja como profesora de Lengua Castellana y Literatura en la Enseñanza Media.
Título original: 6 relatos ejemplares 6
María Elvira Roca Barea, 2018
Ilustración de cubierta: miniatura de Jenský Kodex, Janíček Zmilelý z Písku
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
Notas
[1] «Sin embargo, no puedo decir que esté probada la causa contra la esposa, no habiendo prueba anterior contra la adúltera, excepto que quizás haya intervenido el consentimiento de su tío paterno que habrá creído que tomar esta decisión era lo mejor para el buen nombre de la familia»: Théodore de Bèze, Correspondance. Tome XVI, 1575, Ginebra, Droz, 1993, pág. 225.