OBRAS DEL MISMO AUTOR
PEDAGÓGICAS
«Topografía médica de Cervera y su partido». —Premiada por la Real Academia Nacional de Medicina, de Madrid.
«Educación físico-higiénica de la mujer». —Premiada por la Sociedad Española de Higiene.
«Educación higiénica escolar». —Premiada por «Heraldo de Aragón».
«El Alcoholismo». —Premiada por la Diputación y Ayuntamiento de Vitoria.
«La Rabia». —Agotada.
«Informe médico-legal sobre Marcelino Lavilla, reo de Gutur». —Agotada.
«Lo que se ha hecho en la grippe». —Trabajos periodísticos sobre la epidemia.
«Educación físico-higiénica». —Estudios de divulgación científica.
«Memoria Hidrológica del Balneario de Grávalos».
«Pedagogía sexual (lo que se debe saber)». —Edición Hart y C.ª
HISTÓRICAS
«Efemérides Cerveranas». —Premiada por el Ayuntamiento de Cervera.
Contribución al estudio de la lírica riojana «Las Campanillas cerveranas». Conferencia organizada por Ateneo Riojano y dada en el teatro Beti-Jai.
TEATRALES
«¡Petrilla!». —Zarzuela en tres actos, colaboración de Sánchez Pastor (Angel)
«Nobles de lance». —Sainete bufo en dos actos, colaboración de D. Celso Lucio.
«Huelga terminada». —Copla en un acto estrenada en el teatro «Felipe», de Cervera.
«La muerte del soldado». —Apropósito en verso estrenado en el Teatro Galdós y en el Centro Obrero, de Cervera.
«Las dos fábricas». —Boceto dramático en un acto.
VARIAS
«Alma de aldea». —Colección de cuentos riojanos.
«El hombre al través de las edades». —Conferencia dada en el Círculo R, de Logroño.
«En la paz y en la guerra». —Crónicas de París y del campo de batalla.
«Crónicas periodísticas».
«La bandera de amor». —Narración morisca del siglo VIII conservada por la tradición y adaptada a la escena cinematográfica.
EN PREPARACIÓN
Memorias de un revolucionario.
Las ruinas misteriosas de una Cluniam.
DEL HISTORIAL CERVERANO
(1717-1817)
EN LOS DÍAS GRISES DE ESPAÑA
¿ O s creeréis que vamos a llamar de ese modo, para hablar de ellos, a los póstumos días de los Austrias, aquellos reyes idos, que entre los ejércitos de Flandes, Italia y Francia, dejaban los brazos de los mocetones hispanos; de los reyes que sembraban castas, que inventaban gravámenes, obstruían el comercio, dejaban boyante la emigración, las «manos muertas», y ahogaban la Hacienda pública?
No; vamos a horas más cercanas.
¿A los días del primer Borbón, Felipe V, que pulverizó las lozanías de la raza en la guerra de Sucesión; y que, saltando de la influencia de la Ursinos a Alberoni, de Alberoni a Isabel de Farnesio, acabó peludo, con uñas de fiera, melancólico, inmundo, privado de razón?
No; Patiño, Campillo y Ensenada, dieron, bajo su poderío, esplendores a la patria.
Pero…
¿Vamos, entonces, a los de su hijo Fernando VI, juguete del P. Rávago, o de Farinelli, el capón, o del embajador Keene, que golpeaba a sus servidores, vivía en la extravagancia, quería suicidarse, y moría loco rematado?
No; porque Carvajal y el mismo Ensenada habían sostenido el alma nacional. Pero…
¿Hablaremos de Carlos III, a ratos guerrero, a ratos diabólico, a ratos reformador?
Ca; por él parlan las Sociedades de Amigos del País, las colonias que sembraba Olavide, el aventurero; los monumentos, el Monte de Piedad, el nombre de Campomanes, de Jovellanos… ¡Hasta el estridente de Esquilache! Pero…
¿Nos ocuparemos de Carlos IV, débil, irresoluto, desdicha de España, dominado por María Luisa y por Godoy?
No, no; el inmortal heroísmo de Churruca, de Valdés, de Alcedo, de Galiano, de Gravina, de Argumosa y Pareja, de los españolísimos marinos de Trafalgar, le lanzan los bramidos de las olas corajudas… Pero…
Nuestra información está a las puertas. Los pasos cerveranos se confunden con los gritos de independencia, y los latigazos de la opresión, y las luchas por el ideal caído y la dignidad hollada, y el tesoro público tirado, y el soberbio poder de la «Camarilla», y el sordo y tenebroso rumor de la perfidia, y el apagado y torpe balido de la cobardía.
Hemos llegado.
Estamos, ya lo habréis barruntado, en el reinado de Fernando VII; el rey «chispero», «narizotas y cara de pastel», que siempre tuvo miedo: miedo de Godoy; miedo de Napoleón; miedo de los liberales; y que, por ello, profesó siempre la doblez.
Y estamos, después del regreso de Valencey; después del charpazo de la guerra de la independencia, en la que se vio su insignificancia de hombre, frente a la inmensa personalidad brava del pueblo.
Es capitán general de Castilla la Nueva, D. Francisco R. de Eguía, «Coletilla». Se suceden por el capricho del monarca los ministros acusados de vender destinos; de agios más o menos verídicos o imaginarios… Brillan el esportillero Ugarte; el aguador, intrigante y bufón «Chamorro»; Escoiquis; el canónigo Ostolaza; el marrullero embajador ruso Tattischeff…
Sufren prisión, Argüelles, Calatrava, Muñoz Torrero, Nicasio Gallego, Martínez de la Rosa…
Han conspirado Mina, Porlier, Richar, Lacy, Milans… Conspirará Vidal; conspirará Riego; Jurará el rey la constitución, y la desjurará para ser «absolutamente absoluto».
Evaristo San Miguel, será flor de un día; y de otro el retrógrado Calomarde… «El Espectador», «El Universal», «El Imparcial», «El Zurriago», vendrían a levantar ascuas como consecuencia de un reinado pésimo…
Morirá la agricultura, peligrará la industria, se amontonarán los tributos, bogará la pobreza, el espíritu de disciplina y de civismo nadará en el torbellino del desastre. Ahora es la hora de nuestra empresa bruja; ahora avanza Cervera en los días grises de España.
Pero… ¿Es que acaso el color del plomo de las tristezas, no sombreó el solar español en los demás reinados? ¿Es que acaso Cervera no estuvo tiznada con los tintes de lo sombrío?
Como cada lugar, recogió su cosecha de zozobras, en cada uno de los borbones indicados; cosecha de abundantísimas inquietudes y desdichas, en el que se llamó Fernando VII, sobre todo.
Pero…
EL FRUTO DE LA ÉPOCA
F uese cual fuese ella; ya corriese entre el 1701 al 1746, con Felipe V; ya pasase el 1746 al 1759, con Fernando VI; el 1759 al 1788, con Carlos III; el 1788 al 1808, con Carlos IV; o el 1808, días avante, con Fernando VII, para Cervera daba un fruto no grato, pero si realmente vital.
¿Cuál? El comercio clandestino. Ese modo de traficar medio salteador, medio aventurero, que suele deprimir el nombre del actuante sin suerte, y enaltecer el del que con él logra una fortuna.
La naturaleza indómita y meridional de los cerveranos, estirpe celtibérica con retoques arábigos, llevábalos a ese género de trabajos que favorecían las circunstancias, y exigía su misma existencia.
Por eso los profesaban desde tiempo inmemorial.
Una causa vino a excitarlos ardorosamente; fue la guerra de Sucesión.
Felipe de Anjou, el francés, que contendiendo con el archiduque de Austria, para, al fin, ser Felipe V de España, había logrado exaltar el sentimiento nacional hacia su causa. —¿Quién es tu rey?— preguntaba a un zapatero el marqués de Minas. —Felipe V— respondió el menestral. —¡No, es Carlos de Austria!— Señor, la bula de la Santa Cruzada dice que Felipe es nuestro rey. —Y así opinaban los demás.
Felipe V, repito, alistó por su fortuna gentes y gentes bajo sus banderas. Los cerveranos fueron de esas gentes. A su paso por Corella uniéronsele buen número, y por él cercaron y tomaron a Tarazona.
¿Conocéis «Los Novios», la clásica novela de Manzoni? Pues ella pone de manifiesto lo que todas las guerras hacen de los peleadores, pero, sobre todo, lo que de ellos hacían las medievales, y cuantas peleas llevan por soldados, aventureros.