OBRAS DEL MISMO AUTOR
Científicas
Estudio médicotopográfico de Cervera del Río Alhama y su Partido. — Premiada por la Real Academia Nacional de Medicina.
Educación fisicohigiénica de la mujer. — Premiada por la Sociedad Española de Higiene.
El alcoholismo. — Premiada por el Ayuntamiento y la Diputación de Vitoria.
Higiene escolar. — Premiada por Heraldo de Aragón.
La rabia. Errores y vulgaridades que se deben conocer.
Noticia hidrológica del Balneario de Grávalos.
Degeneración y locura. Informe médico-legal pronunciado en la Audiencia de Logroño sobre Marcelino Jimeno, reo de Gutur.
La gripe. Trabajos periodísticos sobre la última epidemia.
Literarias
Nobles de lance. — Sainete bufo en dos actos, en colaboración con D. Celso Lucio.
Huelga terminada. — Copla en prosa, en un acto.
Las dos fábricas. — Boceto dramático en un acto.
En la paz y en la guerra. Crónicas periodísticas de París y del campo de batalla.
Históricas
Efemérides cerveranas. — Premiada por el Ayuntamiento de Cervera del Río Alhama.
En prensa
Alma de aldea. Colección de cuentos riojanos.
En preparación
Memorias de un revolucionario. — Biografía.
LA HIGIENE SEXUAL
Defínese a la Higiene (del griego hygieinós, sanidad, derivada a su vez del verbo hygieio, yo sano) diciendo que es el arte de conservar la salud y de preservarla de las enfermedades, manteniendo el equilibrio en las manifestaciones orgánicas y estudiando cuanto coopera a él.
Divídesela en pública y en privada o individual.
He aquí lo dogmatizado; he aquí lo aprobado.
Pública, o sea urbana, rural, militar, naval… dueña de las reglas y preceptos para que el hombre preserve su salud de las enfermedades que pueden originarse de la aglomeración de muchas personas, y de los agentes que perjudican a la vez a una colectividad. Privada, o sea legisladora de los principios que guardan la salud de cada individuo y de cada familia.
Pero la Higiene puede también presentarse en maridaje férreo, en amalgama indivisible de sus dos aspectos, el público y el privado.
He aquí lo no dogmatizado.
Mas he aquí lo cierto.
La higiene sexual está para demostrarlo.
Ella se extiende bienhechora en el acotado de lo público y en el más recóndito cercado de lo privado. Ella vigila serena junto a la cuna, cabe el lecho nupcial. Ella escruta incansable en el edificio escolar, en el centro recreativo, en el paseo amistoso, en el yantar hogareño. Ella no abandona al niño, cuando niño; al joven, cuando joven; a la mujer doncella, a la madre, al dueño de un hogar…
Por eso su importancia no tiene límites; por eso no es posible mantener más tiempo el absurdo de relegarla, más que al olvido, al desprecio.
Delante de todos los preceptos higiénicos deben figurar los que hacen hombres, y con ellos razas, y de ellas humanidad, perfilando sus misteriosos puntos de partida. Esos preceptos que son toda la Higiene.
LOS MENTORES DE LA HIGIENE SEXUAL
Hay en el campo de la vida humana cuatro grandes sembradores de ideas.
Uno las prodiga entre amores. Caen sobre las almas, como el cálido beso de un sol primaveral sobre los pétalos temblones de las nuevas flores… El PADRE… la MADRE.
Otro las cierne en las mañanas rosadas del espíritu, cuando hay ensueños infantiles y hay en los cerebros fulgencias misteriosas del futuro… El MAESTRO.
Actúa otro después, cuando el espíritu mariposea inquiriendo un ideal de redención; en los momentos en que lo finito columbra las tenebrosidades de lo eterno; en los momentos augustos en los que revive el sentimiento religioso y el alma mira a Dios, que perdona, premia o castiga… Es el SACERDOTE; es el CONFESOR.
El otro interviene más tarde… CON UNA INCOMPRENSIBLE TARDANZA. Hay en su visita decoración de zozobras y pesares. Llega en las horas de las hojas mustias por los hielos del alma o los huracanes del cuerpo… Es el MÉDICO.
Los cuatro sembradores son los mentores de la higiene sexual. Los cuatro por el turno riguroso que los hemos presentado.
LOS PADRES
Un filósofo-poeta ha dicho «que el padre bosqueja enérgica y rotundamente la estatua del hombre; en tanto la madre va añadiendo la perfección, belleza y gracia de una modelación exquisita».
En las horas domésticas, en el confín de Bouquet, donde se apiñan las personas más queridas, los primeros elementos educadores, ésos que cimentan el deber y las virtudes fuertes y viriles, son semillas sin desperdicio.
¡Hoy la semilla no es buena!
El niño balbuce en el hogar sus ingenuas preguntas… analiza, abriendo sus ojazos de azabache; curiosea, frunciendo sus labios de amapola…
Los padres alejan sus interrogaciones con una mentira; una mentira que no engaña al que la dice y que adentra en el que la oye la incertidumbre…
Así se efectúa el proceso.
Dice el niño: «Dime, mamá: ¿cómo nacen los niños?»
La madre, reponiendo su sorpresa, le aclara: «Se compran».
El niño se calla. Si es pobre, medita como su padre, pobre; el pobre amigo de su padre tiene tantos… Si es rico, pide uno… uno que no le da el comerciante riente que le proporciona sus juguetes…
La madre lo consuela fingiendo que el viaje es largo, de París… de… no sabe de dónde…
Comienza él entonces a aprender que allí hay alguna cosa que no debe saber, y que se le oculta. En su cabecita de sol rizado bulle la duda… ¿Por qué habrá mentido su mamá?
Su curiosidad se acrecienta y le estimula a hacer todo por conocer todo a fondo… Delirando y soñando, acaba por entender que el asunto es escabroso, que debe ser de aquellas cosas que no se han de preguntar y sobre las que no es lícito pensar con la libertad con que se discurre sobre las demás cosas del mundo… Debe ser, por lo visto, algo feo y vergonzoso; algo anatematizante y maloliente y pecaminoso.
¡La primera lección de moralidad, en la que nada fenómeno tan bello como el nacimiento del hombre, es la primera lección de desconfianza, el origen de una curiosidad morbosa y el engendro de una fatal hipocresía!
¡El mentor cuyas ideas caen sobre las almas como el cálido beso de un sol primaveral sobre los pétalos temblones de las nuevas flores, ha consumado el primero y fatalísimo error de pedagogía sexual!
¿Para evitarlo? ¿Para ser maestro de higiene sexual?
No creemos oportuno ni útil que una madre hable diáfanamente a su niño el despreocupado lenguaje de la Fisiología médica, no. Pero la ternura y el afecto, matizando lo escueto, pueden despojarlo de toda pureza y de todo verismo. Con los primeros brotes de la curiosidad infantil florecen también nuevos y elevados sentimientos afectivos e intelectuales, y la mente del niño se abre a la luz de la verdad inmaculada, que se le presentará rodeada de abnegaciones y sacrificios, y no impurificada por vicios vergonzosos.
María Lischnewska, la sutil maestra, da una bella y exquisita norma, en la que la noble femenilidad desparrama sus encantos. Habla al niño con la voz de madre: «Si tú tomas, hijo mío, una semilla y la pones en el seno de la tierra, la simiente, alimentada de los jugos del suelo, se desarrollará lentamente, y lentamente crecerá; y un bello día se abrirá paso a través de la tierra que la cubre; y al extremo de su vástago mostrará un capullito con la cabecita de un tierno verde; entonces tendrás una nueva planta, semejante a la que te dio la simiente. Lo mismo ha sucedido contigo, hijo mío. Una pequeña semilla, por mi amor y el de tu padre, estuvo depositada en mi seno, bajo mi corazón. Yo he guardado aquella simiente, dentro de mí, con mucha ternura y con afectuosos cuidados; la hice objeto de todas mis atenciones. Muchos meses la he tenido conmigo, caldeándola con mi sangre, en la dulce tibieza de mis entrañas; nutriéndola de mi jugo, alimentándola de mis fuerzas e infundiéndole mi espíritu. En ese nido trepidante el pequeño germen crecía de mes en mes, y dentro de su cascarita se plasmaba primero, y débilmente palpitaba un corazoncito; tu corazón, ¡hijo mío!, a cuyos pequeños latidos respondía fuerte, con sus grandes palpitaciones, mi corazón de madre. De este modo yo te he tenido largamente entre mis vísceras, padeciendo y soportando mucho por tu amor, por amor hacia ti, que no estabas aún en sazón para la vida; por ti he sufrido resignada y conmovida por íntimos goces, hasta el día en que, transformada la simiente en un hombrecito completo y perfecto, yo te saqué de mi seno y amorosísimamente te estreché entre mis brazos. Tú, entonces, inconsciente de todo, gritabas, gritabas, y a tu vagido respondía mi llanto, un llanto que cristalizaba en las lágrimas más dulces, cuales son las que vierte toda buena mamá cuando tiene un hijo de sus entrañas».