Quizá el hecho más destacado de la biografía de Juan Creix sea haberse convertido en el único mando de la policía política franquista depurado antes de la muerte del dictador. En los estertores de la dictadura, los sectores moderados del régimen necesitaban posicionarse para el pacto inevitable de la Transición, y el comisario Creix constituía un grave problema: era el arquetipo de la represión contra esos demócratas con los que tendrían que entenderse en un futuro próximo.
La reacción de Creix se encuentra en este libro: escribe una larga carta en la que relata sus servicios al régimen y la envía a quienes pueden ayudarle. En ella traza una completa historia de la represión a modo de biografía epistolar y da cuenta de sus operaciones más importantes: en Cataluña detenciones de comunistas y anarquistas y destacadas operaciones contra el movimiento obrero y estudiantil; en el País Vasco arrestos de los miembros de ETA que han matado a Melitón Manzanas, su antecesor, sentando en el banquillo a los encausados en el Proceso de Burgos; en Sevilla, adonde le llevan sus éxitos en Euskadi como jefe superior de Policía de Andalucía, se ha enfrentado a Comisiones Obreras y a un notorio delincuente común: el Lute.
Su carta es un testimonio excepcional que ha permitido a Antoni Batista trazar un bosquejo de la durísima represión sufrida por quienes se enfrentaron a la dictadura y un retrato psicológico del que fue uno de sus principales comisarios.
Antoni Batista
La carta
Historia de un comisario franquista
ePub r1.0
Titivillus 23.05.18
Título original: La carta
Antoni Batista, 2010
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
[1] Eleuterio Sánchez, Camina o revienta, Bruguera, Barcelona, 1977.
[2] Diputados por el PCE en la primera legislatura, con posteriores responsabilidades políticas, que culminan en Soto con el Comisariado para la Recuperación de la Memoria Histórica.
[3] Alberto Carrillo Linares, Subversivos y malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977) , Universidad de Sevilla, Sevilla, 2008, p. 300.
Apéndice
Apéndice
La infinita tristesa del pecat
de la guerra sense victòria entre germans.
La infinita tristeza del pecado
de la guerra sin victoria entre hermanos.
SALVADOR ESPRIU,
La pell de brau, VI
Introducción
A la Guerra Civil española y el franquismo les sucedió una guerra civil de la historia. Los vencedores escribieron contra los vencidos y después los vencidos escribieron contra los vencedores, con honrosísimas excepciones, por supuesto. El paso del tiempo ha permitido que se ensanchen los caminos de la paz intelectual al cambiar la transversal preposición «contra» por la preposición «sobre»; tratar el tema sin la fobia o la filia de la dialéctica ganador/perdedor. Ha facilitado esta línea académica mi adscripción al Proyecto de Investigación sobre el Franquismo del Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR 2009-10979-Subprograma HIST).
A. B.
Notas
[1] Narciso Julián, Chicho, dirigente histórico del PCE, pasó veinticuatro años en la cárcel, una de las condenas más largas.
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La campaña electoral que llevó a Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos contribuyó, con su altavoz universal, a denunciar la tortura. La difusión de los salvajes métodos de interrogatorio practicados en Irak y en Guantánamo hirió muchas sensibilidades y produjo estupor e indignación. La simple sospecha podía convertir a una persona en un ser infrahumano, sin siquiera el derecho a la integridad del propio cuerpo. Las vergüenzas de la CIA y del muy peliculero Cuerpo de Marines fueron publicadas y el mundo se estremeció al comprobar que, una vez más, en defensa de la libertad se transgredían sus máximos principios.
La CIA tenía catalogadas doce formas de tortura. Preparatorias: desnudez, drogas en los alimentos, alteración del sueño. Correctivas: golpes de todo tipo y con diversos instrumentos, desde los «simples» puñetazos hasta las toallas mojadas enrolladas y las porras flexibles de goma o de acero rígido. Coercitivas: encierro en pequeños espacios agobiantes, a veces con un insecto dentro, prolongadas duchas de agua fría, la asfixia con una bolsa de plástico, por inmersión de la cabeza en agua o con manguerazos persistentes sobre el rostro protegido por una malla, para evitar el ahogo pero no su sensación, el llamado waterboarding. A añadir a un largo etcétera no escrito, dependiente de la morbosa imaginación de los torturadores, a menudo en busca únicamente de violar la intimidad y la dignidad de los prisioneros, como orinarse sobre ellos u obligarlos a defecar en público.
En octubre de 2008, cuando la prensa internacional informaba sobre estos casos, Miguel Núñez González, un hombre que había padecido en sus carnes torturas semejantes, dejaba lista su última contribución a la causa de la dignidad que había defendido durante toda su vida, preparándose para una muerte digna mediante un testamento vital. Dos meses antes, el día anterior a su ochenta y ocho cumpleaños, el 11 de agosto, en una residencia geriátrica de Barcelona, le dijo a la doctora que le trataba un enfisema pulmonar irreversible que leyera detenidamente aquel pliego. El día siguiente, el redondísimo aniversario, se bebió su última botella de champán, un Bollinger Spécial Cuvée. Murió el miércoles 12 de noviembre a las 18.10, y donó su cuerpo a la ciencia.