ANTONI TALARN, FRANCESC SÁINZ Y ANNA RIGAT
Relaciones, vivencias y psicopatología
Las bases relacionales del sufrimiento mental excesivo
Herder
Diseño de cubierta: Ana Yael Zareceansky
Maquetación electrónica: José Luis Merino
© 2013, Antoni Talarn, Francesc Sáinz y Anna Rigat
© 2013 Herder Editorial, S.L., Barcelona
© 2014, de la presente edición, Herder Editorial, S. L.
ISBN: 978-84-254-3324-5
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Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad». Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices.
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE,
El olvido que seremos (2006)
Índice
Prólogo
Ah, joves llavis desclosos després
de la foscor, si sabíeu com l'alba
ens ha trigat, com és llarg d'esperar
un alçament de llum en la tenebra!
Però hem viscut per salvar-vos els mots,
per retornar-vos el nom de cada cosa,
perquè seguíssiu el recte camí
d'accés al ple domini de la terra
SALVADOR ESPRIU - RAIMON,
Inici de càntic en el temple
El alma se estremece cuando la lucidez enfoca el rastro del dolor humano; si la huella iluminada coincide con la de un niño, la palabra no pasa los escollos de la garganta: solo cabe el grito como testimonio del corazón que estalla.
No resulta nada fácil retomar el verbo para prologar esta obra: después de leerla y metabolizarla, lo que le hace justicia es el silencio. Pero en defensa y exigencia de justicia para con nuestros niños, para con todos los niños del mundo, hay que seguir el ejemplo de nuestros poetas: debemos recuperar y salvar el habla para devolver las palabras justas a cada cosa que hacemos o dejamos de hacer con los hijos de todos.
Los autores del texto que el lector tiene ahora en sus manos se han dedicado a la tarea de salvar el decir eficiente sobre el dolor sin sentido que se abate sobre lo humano; el resultado llevará a esta obra al lugar de la referencia ineludible, no solo para el experto en habérselas con el sufrimiento en cualquiera de los dispositivos asistenciales al uso, sino para el ciudadano de a pie ocupado y preocupado en entender por qué malvivimos y damos mala vida.
Si se tiene en cuenta la especial querencia que anima a los autores y al prologuista desde los muchos años de experiencia profesional y afectiva compartida, quizá este enjuiciamiento del trabajo realizado pueda estimarse de alguna manera sesgado. Pero este sesgo posible de ningún modo puede desvirtuar la innegable calidad del producto: un esforzado recorrido de Talarn, Sáinz y Rigat siguiendo las marcas del maltrato en las relaciones entre miembros de nuestra especie. Responden así a la urgencia de cartografiar los dos sentidos del continuum del sufrimiento: por una parte intentan remontarse a los orígenes, y por otra van tejiendo urdimbres hasta las manifestaciones del presente y apuntan a los dolores del futuro.
En esa búsqueda aguas arriba tomarán el embarazo y sus vicisitudes como punto de partida. Pronto advertirán que el habitáculo matricial no es un paraíso, y que la salida al mundo exterior no constituye el umbral de acceso al dolor; el «ja el nàixer és un gran plor» («ya el nacer es un gran llanto») del poeta de Xàtiva y el trauma del nacimiento postulado por Rank se nos quedaron cortos: el alba del padecimiento se pierde en los abismos del tiempo. Así se impondrá un esforzado viaje para llegar a la compleja inteligencia de los orígenes y, opcionalmente, se hará necesario un movimiento de vaivén en pos del futuro y hacia el pasado, hasta el final de la obra, allí donde se conforma el delta de la psicopatología.
Resulta obvio el porqué del esfuerzo desplegado por los autores en este trabajo: abominan instalarse en la aceptación pasiva del aserto esencialista hobbesiano homo homini lupus. Por supuesto, tampoco se adhieren a la reflexión sin esperanza de Montaigne en sus Ensayos, según la cual el ser del hombre se ha construido con materiales enfermos, como la ambición, la envidia, los celos, la venganza, la superstición, la desesperanza, la crueldad sazonada con el placer malévolo de ver sufrir al semejante. Más aún, es evidente que no pueden comulgar con la conclusión del pensador francés —tan admirable por el conjunto de su obra— cuando sostiene que si se suprimieran en el hombre las semillas de estas características se destruirían las condiciones fundamentales de nuestra vida, es decir, la condición de lo humano. Pero bueno, ¿quién es quién para definir la condición de lo humano? ¿Acaso no intentamos modificar desde la noche de los tiempos todo lo que es causa de daño de unos hombres sobre los otros hombres? ¿Acaso no tratamos de combatir los materiales de la enfermedad allí donde los haya?
El recurso al esencialista «es lo que hay» no es de recibo en la era de la antropotécnica, la era vislumbrada tiempo ha, y hoy realidad plena del hombre capaz de autoconstrucción, ese tiempo que vivimos en el que podemos asumir, con Ortega y Gasset, que la condición de lo humano es la posibilidad de un proyecto, un llegar a ser, y no una esencia acabada y decidida de antemano. ¿Cómo no vamos a ser capaces de cambiar, sin importar cuánto tiempo cueste conseguirlo, estos materiales enfermos de la condición humana a los que se refiere Montaigne, cuando concebimos, aunque sea remotamente, la posibilidad de aplicar la ingeniería a lo más hondo de nuestra herencia genética? ¿Cómo no vamos a aspirar a ello cuando sustituimos rótulas óseas con titanio, trasplantamos órganos y tejidos, logramos la fecundación in vitro o, yendo aún más lejos, hemos sido capaces, con la más formidable de las herramientas creadas por el hombre, la palabra, convocar emociones y reflexión en asamblea para construir conocimiento, y con él aliviar el dolor, modificar actitudes y promover cambios de vida fermento de desarrollo y solidaridad?
Seguro podemos hacerlo, pero para ello hay que rastrear la naturaleza y organización de estos materiales enfermos a fin de poder desarrollar procedimientos adecuados para su transformación: ese es el gran desafío para lo que definimos como humanidad, es el reto de siempre y desde siempre, y no importa cuánto se fracase en el empeño, porque el imperativo categórico es no dejar de intentarlo nunca. Debemos empeñarnos, como Talarn, Sáinz y Rigat, en la genética del alma, la de los hombres individualmente considerados, la de las parejas, las familias, las comunidades, el mundo.
Para hacer justicia al esfuerzo de los autores, intentaré arrimar el hombro con alguna reflexión sobre su contenido y exposición. Vaya por delante decir que la complejidad de lo tratado no impide una modalidad expositiva excepcional a lo largo de toda la obra, que la hace accesible a un público amplio. Eso se consigue gracias a la indiscutible capacidad docente de los autores y al ejercicio de lo que Ortega reclamaba a la cofradía de los filósofos: la cortesía de la cla ridad. Las notas a pie de página, la traducción de acrónimos y de los términos y conceptos expresados en la jerga propia de los iniciados invitan a la gratitud. Mención especial merece la bibliografía, no solo por su apabullante exhaustividad sino también por el trabajo realizado con los conceptos, la metodología empleada, los resultados y conclusiones: todas las referencias han pasado por un tamiz muy fino y el análisis crítico más exigente, hasta el punto de aprovisionar al lector con una gran riqueza informativa a la vez que ahorrarle un notable esfuerzo y trabajo de comprensión. Pero que nadie se lleve a engaño: aquí y allá se exigirá una atención rigurosa para no caer en la comodidad de presuntas obviedades. Finalmente, decir que el texto transmite en todo momento no solo una fuerte solidez informativa, compositiva y analítica, sino también un importante sentido común, tanto en lo que se refiere al contenido de uso corriente de la expresión como a la formulación bioniana de la comunidad de los sentidos, es decir, relativa a la congruencia: se la respira por todas partes.
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