INTRODUCCIÓN
1. El tiempo de Lucrecio
Nacido en el primer decenio del s. I a. C. y muerto hacia mediados de la centuria.
Desconocemos el lugar de su nacimiento.
Sobre la clase social a la que perteneció sólo es posible hacer conjeturas. Hay quien ha defendido que era de familia noble, pues los Lucretii aparecen en los Fastos como detentadores de magistraturas.
Es del todo inseguro que hiciera un viaje de formación por tierras helénicas, a pesar de que «su cognomen, Caro, reaparece en medio de un grupo de epicúreos asentados en la isla de Rodas, de los que hace mención una carta anónima adjuntada por vía epigráfica entre los textos fragmentarios de Diógenes de Enoanda».
Que en unos versos del poema Lucrecio aparezca como quien está familiarizado con peleas matrimoniales y prácticas favorables a la fecundidad de «nuestras esposas», como dice literalmente (IV 1277), no es ninguna prueba de que estuviera casado.
Y al referirnos a su muerte topamos con una historia que rueda por los siglos como leyenda infamante desde que San Jerónimo, en escueta nota, afirmara que el poeta se había intoxicado con un filtro amoroso y había enloquecido, si bien pudo escribir su poema (que luego corregiría Cicerón) en intervalos de lucidez antes de acabar suicidándose.
2. Título, fecha y dedicatoria
De rerum natura («Sobre la naturaleza») es sin duda un calco del título griego Perì phýse o s. Ya ahí se le planteó a Lucrecio un problema de adaptación por culpa de la exigüidad del vocabulario filosófico latino, que él llama «pobreza de la lengua» (I 832). Y no hay equivalencia exacta: mientras el término griego phýsis habla de «producción» o «brote», el latino suena más de la cuenta a «nacimiento».
Sólo podemos dar una fecha aproximada de la publicación del poema. La única noticia datable que contiene es muy imprecisa: dice el poeta que tanto a él como a su lector y destinatario Memio les es difícil trabajar y concentrarse en tiempos de zozobra para la patria (I 41). Se detecta en la expresión una indudable ansiedad que puede corresponder a muchos momentos de la agitada vida de Roma.
El poema, ya lo hemos señalado, tiene un destinatario al que se interpela en varios pasajes como Memio o Memíada, esto es, alguien perteneciente a la familia nobilísima de los Memmii que, según la Eneida.
3. Enseñanza a través de la poesía
Una larga tradición de poesía didáctica prepara y dispone la obra de Lucrecio. Estaban los ejemplos venerables de Hesíodo y los filósofos anteriores a Sócrates que expusieron sus doctrinas en verso. Pero a lo largo de su desarrollo histórico, sobre todo en la edad llamada alejandrina, la poesía didáctica osciló entre temas elevados.
Sin embargo, en lo hondo de su actividad poética, Lucrecio no concibe la poesía como mero excipiente del medicamento filosófico; no faltan en él alusiones más o menos secularizadas a las raíces misteriosas o sagradas de la inspiración. Comoquiera que sea, Lucrecio se consideró venturosamente libre y dispensado del duro veto de Epicuro.
4. Modelos y fuentes
Ante todo, hay que establecer las relaciones del De nerum natura con los textos epicúreos. El autor deja claro desde los primeros versos que él es un propagandista fiel de Epicuro. Su entusiasmo por el Maestro es evidente, pero resulta muy difícil sin embargo medir el grado de fidelidad con que trasmitió sus doctrinas. Más todavía si tenemos en cuenta que ninguna obra importante de Epicuro nos ha llegado completa. Diógenes Laercio, un erudito tardío, incluyó en su biografía de Epicuro (X 139-154) unas breves «Opiniones principales» (Kýriai dóxai), y tres importantes cartas pedagógicas: una dirigida a Heródoto (X 35-83) sobre tema físico (que se corresponde con los libros I, II y V de Lucrecio); otra dirigida a Pitocles (X 84-116) sobre tema meteorológico (como el libro VI); una tercera dirigida a Meneceo (X 122-134) sobre ética (materia que se halla disuelta en el poema latino). Aparte, el llamado Gnomologio Vaticano, descubierto en 1888, recupera unas ochenta y una sentencias (algunas de las cuales coinciden con las «Opiniones principales». El Perì phýse o s, un prolijo tratado en treinta y siete libros, de los que calcinados papiros nos restituyen extensos fragmentos, aporta el título y la ordenación general del De rerum natura. La adaptación lucreciana no se atiene, pues, a ninguna obra conocida de Epicuro. Porque Lucrecio, según él mismo reconoce, quiso libar como abeja en los escritos de Epicuro para condensar y rehacer lo mejor de sus palabras (omnia nos itidem depascimur aurea dicta, III 12). El poema es así un conjunto orgánico y original de doctrinas epicúreas con un sesgo o punto de vista peculiar. Tiene presente ante todo la realidad física donde está encerrado el hombre y en la que, como una parte suya, despliega su conocimiento y sensaciones, sus posibilidades y garantías de felicidad.
No poca importancia tiene que Lucrecio siguiera el ejemplo de los poetas filósofos que precedieron a Sócrates y se ocuparon ante todo del tema de la naturaleza. En hexámetros expusieron su doctrina Jenófanes, Parménides y Ernpédocles. El atomismo, punto central de la física epicúrea, al depender casi por completo de los venerables Leucipo y Demócrito, facilitó a Lucrecio la tarea de fundir epicureísmo y tradición presocrática. Pero su mentor ideal fue sin duda Empédocles. Empédocles (493-433 a. C.) compuso un poema Sobre la naturaleza del que se conservan trescientos cincuenta versos, lo suficiente para colegir que pretendía explicar el mundo a partir de unos pocos principios básicos cuyo comportamiento aclara su estado presente y sobre todo la complejidad de los seres vivos. Un Salustio, que acaso es el mismo que el historiador, compuso unas Empedoclea, endebles a decir de Cicerón, pero que pudieron despertar la admiración de Lucrecio por el filósofo poeta. Lo cierto es que en su poema Empédocles se muestra seguro de sí mismo hasta la fanfarronería (Lucrecio en sus prólogos aparece lleno de confianza y entusiasmo); en el prólogo habla de la brevedad de la vida, las limitaciones del conocimiento humano y los riesgos de la presunción (Lucrecio advierte constantemente sobre los límites y dificultades del conocimiento); invoca a la Musa de blancos brazos pidiéndole «tal conocimiento como es lícito oír a criaturas de un día».
Para que el poema didáctico de Lucrecio no fuera un monumento aislado no faltaban tampoco ejemplos ambiciosos dentro de la propia literatura latina. Ya hemos mencionado los Empedoclea de Salustio. Poco sabemos del carmen Pythagoreum de Apio Claudio (censor en el 312 a. C.), si tenía una temática (la amistad) o simplemente se trataba de un acopio de aforismos. Ennio (239-169 a. C.), el padre de la literatura latina, publicó un Epicharmus, traducción de un poema sentencioso sobre la naturaleza falsamente atribuido a Epicarmo de Sicilia. Macrobio (VI 5, 12) menciona a un tal Egnacio como autor de un De rerum natura y trasmite dos hexámetros que suenan dentro de los modos refinados de los poetae noui pero también con visos lucrecianos: roscida noctiuagis astris labentibu’ Phoebe (frag. 2 Morel). Plutarco, en la vida de Pompeyo (cap. X) habla de un Quinto Valerio Sorano (muerto el 82 de C.), poeta de intereses filosóficos, que había compuesto un poema místico-filosófico inspirado en el panteísmo estoico y que empezaba con una invocación a Júpiter muy similar al arranque del De rerum natura: Iuppiter omnipotens regum rerumque deumque / progenitor genetrixque (frag. 4 Morel).
Lucrecio no fue un ingenio lego. En su poema se refleja una vasta cultura literaria que no es exclusivamente filosófica. En el contexto del poema la entonación didáctica, fría y objetiva, se ve interrumpida, a veces muy bruscamente con otras de carácter épico, trágico o satírico. Revela por ahí el