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Porfirio - Vida de Plotino - Enéadas I-II

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Porfirio Vida de Plotino - Enéadas I-II

Vida de Plotino - Enéadas I-II: resumen, descripción y anotación

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Plotino (h. 205-270 d. C.) es el máximo filósofo griego de los últimos siglos de la Antigüedad y el principal representante del neoplatonismo, con un fuerte acento espiritual y místico; ello le opone a sus contemporáneos epicúreos y estoicos, de orientación materialista, y lo empareja con el impulso idealista y espiritualista de los florecimientos neopitagóricos, gnósticos y de otros movimientos religiosos. Su pensamiento tuvo amplio eco en la teología cristiana medieval y ha alcanzado a épocas mucho más modernas: desde diversos misticismos del siglo XVII hasta el idealismo alemán y el movimiento romántico del XIX. Probablemente nació en Licópolis (Egipto); participó en la expedición del emperador Gordiano a Mesopotamia con vistas a estudiar el pensamiento oriental y en el año 244 se estableció en Roma, donde fundó una escuela en la que dialogaba con sus alumnos acerca de las grandes cuestiones filosóficas. Precisamente para la formación de éstos escribió sus textos, que a causa de su vista endeble no podía revisar, por lo que conservan un fuerte carácter de oralidad. Los cincuenta y cuatro ensayos filosóficos que escribió fueron ordenados en seis grupos de nueve (de ahí el título Enéadas) por su discípulo Porfirio, que además se encargó de su publicación. La filosofía de Plotino concibe el universo como una jerarquía de realidades o hipóstasis, una gran cadena del ser, en la que la realidad más alta y plena es la causa de todo lo que está por debajo de ella, según un proceso que denomina emanación, en el que el efecto es siempre inferior a la causa. Existen tres hipóstasis o realidades primordiales: el Uno (Hen), la Inteligencia (Nous) y el Alma (Psyche). El principio básico es siempre el Uno; las otras dos hipóstasis y el resto de realidades son derivadas. El Uno es indescriptible, único, la Unidad que está en la base de todo, más allá de la capacidad de comprensión racional. La Inteligencia (que también cabría traducir como Espíritu, puesto que en esta dimensión lo espiritual predomina sobre lo intelectual), situada justo por debajo del Uno, permite la contemplación fragmentaria e intuitiva de éste. El Alma requiere la sucesión para contemplar, por lo que origina el tiempo y el espacio: da paso a la siguiente realidad, la Naturaleza (Physis), principio de la vida y del crecimiento; por debajo de ésta ya se encuentra la materia. El ser humano es un microcosmos, contiene dentro de sí Materia, Naturaleza, Alma e Inteligencia, y el lugar que ocupe dependerá de hacia dónde dirija su conciencia, en su aspiración (amor y entusiasmo) al Uno; tanto más se elevará cuanto más se purifique. Se trata de un proceso místico cuya consecución final (la contemplación del Uno) Plotino decía haber alcanzado en cuatro ocasiones. El presente volumen está encabezado por una biografía que Porfirio (autor muy culto y prolífico a quien hay destinados varios tomos de esta colección) escribió sobre su maestro. En esta Vida, compuesta a raíz de su contacto directo con Plotino y de las confidencias de éste, encontramos todas las noticias relevantes que poseemos acerca de él, desde sus brumosos orígenes egipcios y viajes a Oriente hasta su práctica de maestro en Roma, su método de explicación y escritura y las referidas cuatro experiencias místicas. Siguen a la Vida las dos primeras Enéadas, que constan de tratados con títulos tan expresivos como Sobre qué es el animal y qué el hombre; Sobre las virtudes; Sobre la dialéctica; Sobre la felicidad; Sobre la belleza; Del bien primario y de los otros bienes; Sobre qué son los males; Sobre el suicidio; El cosmos existe sin comienzo ni fin, ¿por qué?; Mostrar la voluntad divina basta para explicar la perpetuidad; Diferencia entre cielo y mundo sublunar; El cuerpo del cosmos fluye dentro de sí mismo; El Alma mantiene la cohesión del universo; La existencia sin comienzo garantiza la duración sin fin.

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ENÉADA I

He aquí el contenido de la Enéada primera del filósofo Plotino:

I 1.Sobré qué es el animal y qué el hombre.
I 2.Sobre las virtudes.
I 3.Sobre la dialéctica.
I 4.Sobre la felicidad.
I 5.Sobre si la felicidad se acrecienta con el tiempo.
I 6.Sobre la belleza.
I 7.Del bien primario y de los otros bienes.
I 8.Sobre qué son los males y de dónde provienen.
I 9.Sobre el suicidio.
I 1 (53) SOBRE QUÉ ES EL ANIMAL Y QUÉ EL HOMBRE
INTRODUCCIÓN

El presente tratado, cronológicamente el penúltimo, fue escrito por Plotino en el último año de su vida (Vida 6, 16-25). Porfirio lo colocó el primero de todos basándose, probablemente, en que la verdadera filosofía debe comenzar por el conocimiento de sí mismo. Este tratado es, en efecto, la última palabra de Plotino sobre el hombre, una brillante síntesis de la nueva antropología elaborada a lo largo de los tratados de las etapas media y tardía.

SINOPSIS

I. PROBLEMA (cap. 1). — ¿Cuál es el sujeto de las emociones y de las acciones y opiniones resultantes de aquéllas? ¿Cuál, el de los razonamientos, opiniones e intelecciones? ¿Cuál, el del presente examen crítico? Y, ante todo, ¿cuál es el sujeto de la sensibilidad?

II. EL SUJETO DE LA VIDA SENSITIVO-AFECTIVA (2, 1-7, 6).

El sujeto de las sensaciones y de las emociones no es ni el alma a solas, considerada en su esencia (cap. 2),

ni el alma en el cuerpo, usuaria del cuerpo y mezclada con él de uno u otro modo (caps. 34),

ni el compuesto de alma y cuerpo en el sentido aristotélico (cap. 5),

sino el animal en el sentido de compuesto de un cuerpo específico y de un destello emitido por el alma (6, 1-7, 6).

III. SÍNTESIS ANTROPOLÓGICA (7, 6-8, 23).

El compuesto animal está presidido y controlado por el hombre en cuanto sujeto de las percepciones y de los razonamientos, opiniones e intelecciones derivados de aquéllas (7, 6-18).

El animal total consta de la bestia inferior y del hombre verdadero, especificado por su racionalidad (7, 18-24).

El intelecto del alma está presidido por dos niveles superiores correspondientes a las dos primeras Hipóstasis (8, 1-10).

El hombre propiamente dicho es el alma, que consta de una esencia indivisa y de la que se divide, o mejor, aparenta dividirse en los cuerpos proyectando en ellos, cual en espejos, una serie de imágenes suyas (8, 10-23).

IV. EL SUJETO DE LA VIDA MORAL (caps. 9-12).

El error y el pecado son propios del compuesto animal, mientras que el hombre mismo ni yerra ni peca, dado que lo propio del primero es lo corporal, mientras que lo propio del segundo es la vida intelectiva (cap. 9).

Lo propio del hombre verdadero son las virtudes intelectivas, mientras que lo propio del compuesto animal son las virtudes prácticas (cap. 10).

En los niños y en las bestias el campo de la consciencia es muy reducido (cap. 11).

El alma real es impecable: el pecado, el castigo y la bajada al cuerpo y al Hades son propios de «la otra especie de alma» (cap. 12).

V. EL SUJETO DE LA VIDA INTELECTIVA (cap. 13). —El sujeto del presente examen crítico es el hombre en cuanto alma. La vida intelectiva transciende la del compuesto animal y es propia del hombre.

TEXTO
HENRY-SCHWYZERNUESTRA VERSIÓN
8, 19πᾶν ἄλλοπᾶν < ὃ > ἄλλο adieci.

¿Cuál será el sujeto de los placeres y de las penas, de los temores y de los atrevimientos, de los apetitos, de las aversiones y del dolor? Porque el sujeto será o el alma, o el alma que se vale del cuerpo o algún tercero resultante de ambos. Y éste puede ser de dos clases: o la mezcla u otra cosa distinta resultante de la mezcla. Pero también hay que considerar las intelecciones, cómo son y cuál es el sujeto de ellas, así como también cuál será este mismo sujeto que examina y lleva a cabo la investigación y la crítica sobre estas cosas. Y, primero, cuál es el sujeto de la sensibilidad. Conviene, efectivamente, comenzar por ella, puesto que las emociones o son una clase de sensaciones o no se dan sin la sensación.

Pero primero hay que estudiar el alma. El alma y la esencia de alma ¿son dos cosas distintas? Porque si lo son, el alma será un compuesto, y ya no será absurdo —si, aun en este caso, lo permitiere el razonamiento— que el alma reciba y que sea ella el sujeto de tales emociones y, en general, de los hábitos y de las disposiciones peores y mejores. Pero si no, si el alma y la esencia de alma son lo mismo, el alma será una forma no susceptible de todas esas actividades que transmite a otro pero reteniendo en sí misma, como connatural a sí misma, la actividad, sea cual fuere, que nos descubra el razonamiento. Porque así es como se la podrá llamar de verdad inmortal, pues que lo inmortal e incorruptible debe ser impasible, dando de sí a otro de algún modo, pero sin recibir de otro nada más que cuanto recibe de los que le anteceden, de los cuales, aun siendo superiores, no está desconectado. Porque un ser de tal calidad, no siendo susceptible de ninguna cosa exterior, ¿de qué puede temer? Sólo teme aquello que sea capaz de padecer. Y, por tanto, tampoco es atrevido. ¿Cabe atrevimiento en quienes no están en presencia de cosas temibles? ¿Caben apetitos, cuando los apetitos se satisfacen mediante el cuerpo, según que éste se vacíe o se llene, siendo distinto del alma quien se llena o se vacía?

—Y de mezcla, ¿cómo está?

—¡Si lo sustancial no es miscible!

—¿Y de infiltración de ciertas cosas?

—Eso sería afanarse por dejar de ser lo que es. Y el dolor está más lejos todavía. Pero apenarse, ¿cómo o de qué? Precisamente lo que es simple en esencia es autosuficiente, porque permanece en su propia esencia tal como es. Y ¿qué se le agrega, para que sienta placer, si nada, ni aun lo bueno, se le agrega? Lo que es, lo es por siempre. Es más, tampoco tendrá sensación, y ni el razonamiento ni la opinión se darán en aquel ser, porque la sensación es la recepción de una forma o de una afección del cuerpo, y el razonamiento v la opinión tienen su origen en una sensación. Acerca de la intelección, hay que examinar el cómo, caso que se la permitamos; y lo mismo ha de decirse del placer puro, si es que le sobreviene al alma cuando está sola.

De todos modos, hay que suponer que el alma está en el cuerpo.

Pues bien, si el alma se vale del cuerpo como de instrumento, no está forzada a recibir las afecciones venidas a través del cuerpo, como tampoco los artesanos las afecciones de sus instrumentos. Bien puede ser, en cambio, que reciba la sensación forzosamente, puesto que no puede valerse de su instrumento sino conociendo por la sensación las afecciones del exterior. Y es que valerse de los ojos, ya es ver.

—Pero es que el ver lleva consigo daños y, en consecuencia, molestias, dolores y, en general, cuanto es inherente al cuerpo; y, consiguientemente, también apetitos cuando el alma busca la curación de su instrumento.

—Pero ¿cómo van a llegar hasta ella las afecciones venidas del cuerpo? Un cuerpo transmitirá afecciones suyas a otro cuerpo; pero el cuerpo al alma ¿cómo? Eso sería como si, al experimentar alguien una afección, la experimentara otro. Porque, en la medida en que uno es el que se vale y otro el instrumento de que se vale, están separados el uno del otro. Al menos, el que concede que quien se vale es el alma, la separa.

—Pero antes de separarla por la filosofía, ¿cómo estaba?

—Estaba mezclada.

—Pero si estaba mezclada, es que o había una fusión, o estaba como «entrelazada», y otra mezclada de cualquier modo y sirviendo de instrumento la que se vale de ella, en tal modo que la filosofía pueda orientar esta misma parte que sirve de instrumento hacia la que se vale de ella y apartar a la que se vale, en cuanto no medie una necesidad absoluta, de aquella de que se vale, de modo que ni siquiera haya de valerse siempre.

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