T AMARA K AMENSZAIN
Una intimidad inofensiva
Tamara Kamenszain analiza la poesía y la narrativa actual a partir del concepto de intimidad. Hoy nos encontramos “con una búsqueda que intenta insuflarle vida al adelgazado yo enunciativo del formalismo”, señala Kamenszain, “el poema no podría ser considerado y ala resultante estática –ni estética– de un yo y/o de un mundo, sino que yo y mundo confunden ahora sus límites”, y es aquí donde la poesía y la narrativa se vuelven a encontrar. Ese poema-sujeto ahora recurre a los tiempos pretéritos, aliados indiscutibles de la narrativa, en busca de recursos que lo conecten con su propia historicidad; la narrativa, por el contrario, busca ponerle freno a aquel narrador tradicional en tercera persona implementando una primera que se actualiza en su presente, como lo hacen los blogs, Facebook o Twitter.
En un recorrido por la vida de autores como Washington Cucurto, Félix Bruzzone, Mario Levrero o Alejando Zambra, entre otros, Kamenszain desentraña la lógica de esa nueva intimidad “inofensiva” que no intenta profundizar los contenidos pero tampoco vaciarlos, en la que se opera como si ciertos conflictos culturales o conceptos –como los de militancia, memoria o testimonio en la obra de Félix Bruzzone, por ejemplo– hubieran sido superados y por lo tanto no existiese ya ninguna “voluntad reivindicativa”.
Una obra insoslayable para leer las escrituras del presente, de una de las poetas ya críticas literarias más destacadas de su generación.
Tamara Kamenszain
U NA INTIMIDAD INOFENSIVA
Los que escriben con lo que hay
Í NDICE
C APÍTULO I
Novelas detenidas,
poemas que avanzan
¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, el milagro de una prosa poética musical sin ritmo y sin rima, suficientemente ágil para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia? C HARLES B AUDELAIRE
Intimidad, experiencia, escrituras del yo, subjetivación, de-subjetivación son todos conceptos con los que hoy se piensa y desde los que hoy se escribe narrativa. Mientras tanto, la poesía viene enfrentándose, desde sus orígenes, con la implicancia que estos conceptos tienen en su práctica. Hoy, casi a la vuelta de todo un siglo de intensa investigación al respecto, después del giro copernicano que desplazó el foco de la esfera del enunciado para ponerlo sobre la enunciación, nos encontramos, tanto en la poesía como en la narrativa, con una búsqueda que intenta insuflarle vida al adelgazado yo enunciativo del formalismo. Y lo que resulta es una especie de post-yo que, liberado de las disquisiciones acerca de su posición en el texto, se hace presente, irrumpe alegremente, pero ya no a la manera centralista y autoritaria de aquel incuestionado yo autoral, sino en un estado de apertura tal que, salido de sí, confunde sus límites con el mundo que se hace presente en esa operatoria. Así, se podría decir que ahora es la actividad del poema la que hace “del texto entero un yo”. o como se quiera llamar a ese campo de afectos y efectos que no se dejan detener. Entonces, queda claro que en esta actividad afectiva que llamamos poesía habría una subjetivización permanente. Pero esto no quiere decir que el poema pase a depender de un sujeto, sea este lingüístico o psicológico. El poema entero se corresponde ahora con ese sujeto que, así entendido, queda sometido, a su vez, a una permanente actividad desubjetivante que lo descoloca de sus límites identitarios.
Es en este punto donde las aventuras de la poesía y las de la narrativa se vuelven a encontrar. Pero ahora es la poesía la que parece necesitar pedirle prestado algo a la narrativa. Es que ese poema-sujeto, en su actividad desbordada, se dispone a expandir su campo de acción y para eso necesita echar mano de recursos que lo conecten con su propia historicidad. Así es como empieza a recurrir a los tiempos pretéritos, aliados indiscutibles de la narrativa. Porque si es cierto que la poesía, aunque esté escrita en pasado, se escribe siempre en presente o, para decirlo en otras palabras, si es cierto que la poesía presentifica el presente, ahora el pretérito vendría a tratar de impedir que el yo quede preso de un presente puramente enunciativo. Con la narrativa actual parece suceder lo contrario: implementando una primera persona que se actualiza en su presente –como se actualizan los blogs, Facebook o Twitter– se busca ponerle freno a aquel narrador tradicional en tercera, caído en un mundo ficcional cuyas fabulaciones dependen unilateralmente del uso del pretérito. Un pretérito estático, lineal y totalmente desentendido de los avatares del presente.
Entonces, parece ser que subidos a algo así como un presente del pretérito, narradores y poetas se encuentran hoy caminando el tiempo-espacio de sus historias detenidas o, lo que es lo mismo, de sus poemas que avanzan.
A BRIRSE HACIA LA PROSA
En su minilibro Dantesco , la poeta Roberta Iannamico se sube a esta paradójica modalidad verbal con el fin de emprender una caminata que dura todo el libro (es decir, 14 páginas). Como Dante, que se hace guiar por Virgilio para transitar el largo viaje por su Divina comedia , Iannamico se hará guiar por Dante para emprender su brevísimo periplo dantesco. Con el pie que le aporta un epígrafe del poeta (“No con palabras, con mejor acero / si el juicio en el camino no tropieza”), el libro arranca, y lo hace, como disponiéndose a contarnos el cuento, en pretérito imperfecto:
Era el mejor día de primavera después de haber tomado refugio en la casa de Patricia descansado comido y bebido emprendí el regreso Patricia me acompañaría hasta mitad de camino
Este relato escandido continúa así, dando cuenta de acontecimientos pasados que, con el golpe que cada corte de verso les propina, van reponiendo su capacidad poética de presentificarse. “Salir cuando nada te obliga, y seguir tu inspiración, como si el sólo hecho de torcer a derecha o a izquierda fuera en sí mismo un acto esencialmente poético”, nos dice Walter Benjamin citando a Edmond Jaloux en relación con la actividad del flâneur . Este parece ser el espíritu que guía la travesía de Iannamico.
Nos vamos enterando así de ascensos y descensos, cruces con árboles, pájaros, ramas que, rozándose con quien camina, producen estados de ánimo que van desde el temor hasta un bienestar que la hablante define como enamoramiento:
a los costados de la entrada hermosos árboles eran los guardianes y yo quedé en ese instante por completo enamorada decía ahhhhh, ahhhh
Cuando después del amor aparece el temor –es decir, cuando, como lo había previsto Dante, el juicio en el camino tropieza–, la hablante remonta por dentro, como a través de un túnel, el presente de la escritura, pero solo para comprobar que no le sirve. Entonces lo abandona y sigue de largo. Veamos cómo lo dice:
un águila mora fue el primer ser que vi planeaba en círculos por encima mío me asustaba un poco su cercanía su vuelo rasante y su canto y me di cuenta que no se puede decir con letras el canto de un pájaro si quisiera escribirlo acá no podría tomé el ritmo de ese canto para caminar
Y así, en concordancia nuevamente con el epígrafe de Dante, parece ser que no es con palabras sino con mejor acero como se logra avanzar en una travesía. Iannamico lo sabe y en vez de quedarse presa en el presente enunciativo (“si quisiera escribirlo acá no podría”) elige subirse al ritmo y encuentra ahí las coordenadas para seguir a salvo en su peregrinaje. Es que, en el ritmo, “no es sonido lo que se oye, sino sujeto”.). Lo que se escucha ahora son golpes de oralidad, un concepto que, redefinido por Meschonnic, aludiría –a diferencia del habla– más a lo que cada sujeto hace con el lenguaje que a lo que dice. Así es como Iannamico, que elige no quedarse detenida en el presente de la letra, se ocupa de caminar montada sobre el ritmo a lo largo de un pretérito presente que, de atrás para adelante, la va empujando hacia la prosa.
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