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Antonio Salas - El Palestino

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Antonio Salas El Palestino
  • Libro:
    El Palestino
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2010
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Capítulo 1
El camino del muyahid

En verdad las buenas acciones arrojan a las malas El Sagrado Corán II 114 - photo 1

En verdad, las buenas acciones arrojan a las malas.

El Sagrado Corán II, 114

El hombre es enemigo de lo que ignora Proverbio árabe Assalamu Alaykum - photo 2

El hombre es enemigo de lo que ignora.

Proverbio árabe

Assalamu Alaykum

—¡Salas, no digas estupideces! ¿Cómo que te quieres infiltrar en el terrorismo islámico? Pero ¿tú eres imbécil o te crees Superman? ¿O las dos cosas?

El inspector Delgado siempre era muy elocuente cuando le planteaba mis proyectos y acostumbraba a escandalizarse por igual. Tuvo la amabilidad de presentar mi libro Diario de un skin, junto a Esteban Ibarra, y me ayudó cada vez que necesité consejo. Y aunque hacía más de un año que había roto relaciones con él por razones que no vienen al caso, cuando volví a llamar a su puerta no la mantuvo cerrada. Yo no sabía nada sobre terrorismo, y menos aún sobre terrorismo islámico, así que le pedí ayuda para iniciar la investigación. Aunque aquel día de marzo de 2004, poco tiempo después de que la pista islámica saltase a los medios tras los atentados del 11-M, su reacción no fue la que esperaba.

—Definitivamente, estás loco. O borracho. O las dos cosas. Pero ¿tú te has visto? ¿Cómo vas a pasar tú por un terrorista árabe?

—Esto… yo… Bueno, si pude hacer lo de los skin y lo de las mafias, no creo que esto sea mucho más complicado —intenté replicarle. Y fracasé.

—No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo. Pero ¿adónde vas con esa pinta de chuloputas? ¿Cómo vas a pasar tú por un musulmán radical? ¿Tú quieres que te maten?

—Hombre, puedo dejarme la barba, cambiar el vestuario… no sé…

—No sabes, claro que no sabes. Pero si pareces un copito de nieve. ¿Cómo vas a aparentar que eres árabe?

—Puedo ir al solarium… Hay tratamientos para oscurecerte la piel, autobronceadores… no sé.

—Ya, ya sé que no sabes. No tienes ni idea. Pero ¿tú sabes algo del Islam?, ¿sabes algo de Al Qaida?

—Puedo aprender.

—¿Y también vas a aprender árabe? Listo, que eres un listo.

—Te prometo que estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario. Y si hay que aprender árabe, pues aprenderé árabe.

—¡Los cojones! Vas a aprender árabe por los cojones. ¿Y con la polla…?

—No, hombre, aprenderé estudiando. Para eso está la facultad, hay cursos…

—¡No, idiota! Digo la polla, tu polla. ¿Te la vas a cortar?

Ahí me pilló. Me quedé con la boca abierta un momento y solo pude repetir

—¿Cortar?

—¡Sí, sí, cortar! ¡Los musulmanes, como los judíos, se circuncidan! ¿Tú eres judío?

—Pues no.

—¿Te has circuncidado?

—Pues no.

Reconozco que los argumentos del inspector eran convincentes, pero lo de la circuncisión me parecía exagerado. No tenía ninguna intención de ir mostrando mi pene por las mezquitas, así que me tomé el comentario de Delgado más como un exabrupto espontáneo que como un inconveniente a la infiltración.

—Estás dispuesto a dejar el alcohol, el tabaco… y, lo que es peor, ¿vas a dejar de comer jamón, chorizo, morcillas, beicon…?

Después de un año conviviendo con traficantes rusos, rumanos, latinos o africanos, reconozco que me había acostumbrado a tener una copa de vodka y un cigarrillo en las manos a cualquier hora del día. «Un cigarrillo encendido con la colilla del anterior y un vodka a media mañana son testigos de su confesión», escribían M. Pampón y S. Barriocanal, en el diario Qué, tras entrevistarme para su periódico. En aquellos días el alcohol y el tabaco, por mal que suene esto, me ayudaban a anestesiar mi memoria tras todo lo vivido en las mafias del tráfico de mujeres. Por lo tanto, aquello de dejar de fumar y beber me sonaba utópico. Pero también innecesario. Tan innecesario como esa tontería de no comer cerdo, o circuncidarme. Bastaría con que los «moros» no me viesen fumar, beber, comer… u orinar. Está claro que en aquella época sabía tanto sobre el Islam como sobre el terrorismo. O sea, nada, pero estaba dispuesto a aprender.

A mí el 11-M me había pillado en Madrid, no muy lejos del piso, propiedad de su cuñado, desde el que la cantante colombiano-libanesa Shakira presenciaría las brutales escenas del atentado que conmocionó a España. Tres días antes, el 8 de marzo, se había presentado mi libro El año que trafiqué con mujeres en medio de una despiadada e injusta polémica. A pesar de que en él relataba mi infiltración en las redes internacionales de tráfico de niñas y mujeres para su explotación sexual, los medios de comunicación habían puesto el acento en la prostitución de famosas, y durante los días anteriores y posteriores a la publicación del libro, en todos los programas de todos los canales de televisión, no se hablaba de otra cosa.

Entre el 8 y el 11 de ese mes creo que quizás me convertí en el personaje más buscado por todos mis compañeros de la prensa, y la pregunta se repetía una y otra vez en todas las entrevistas: «¿Cuál será la próxima investigación de Antonio Salas?». Pero yo no tenía respuesta. La infiltración en las mafias de trata de blancas me había dejado emocional y psicológicamente tocado. Aún lo estoy. Así que me limitaba a permitir que mis compañeros especulasen sobre mi próxima investigación, con idéntico tino que en sus conjeturas sobre mi identidad real: ¿narcotráfico, tráfico de armas, corrupción política, prostitución infantil…? Así fue durante tres días. Luego vinieron el ruido y el silencio, el miedo y la solidaridad de todos los ciudadanos, la rabia y también la determinación de salir adelante. Con el caos de las bombas llegaron muchas lágrimas, pero también hubo milagros…

La mañana del 11 de marzo se produjeron muchos milagros en Madrid: el retraso de alguno de los trenes, la explosión de dos de las bombas más tarde de lo previsto, viajeros perezosos que perdieron el tren… Algunos de esos milagros son tan sorprendentes como el protagonizado por Sebastián Alburquerque, que esa mañana ingresó de urgencia tras la explosión en su vagón. Pasó una semana casi en coma, pero los análisis que le hicieron entonces detectaron un cáncer de riñón, que habría sido fatal de no haberlo descubierto a tiempo. Sebastián dice que sigue vivo gracias al 11-M. Quizás yo pueda decir lo mismo. Para todos los que, de una forma u otra, fuimos señalados por la providencia el 11 de marzo, las cosas no volverían a ser iguales; nuestras vidas, como las de cientos de familias, cambiaron. Y yo decidí que tenía que ayudar haciendo lo único que sé hacer.

Abandoné Madrid esa misma mañana, aún en estado de shock por lo que acababa de ocurrir y por mi particular milagro, pero teniendo muy claro que no dispondría de tiempo para desconectar de la cámara oculta, como había planeado tras el infierno en las mafias de la trata de blancas. Mis planes de un descanso en un hospital psiquiátrico, no exagero, se vieron indefinidamente pospuestos tras el 11-M. En su lugar, aún con el eco de las sirenas y los gritos en mis oídos, comenzó a gestarse El Palestino… aunque tardaría varios días en dirigir mis pasos hacia el terrorismo islamista. Primero vino la pista de ETA y con ella llegaron las prisas. El gobierno del PP atribuyó a la banda terrorista el atentado, y yo no tenía por qué dudar de la versión oficial. Así que tendría que aprender euskera, mudarme a algún piso en Bilbao o San Sebastián y recuperar todos mis antiguos contactos en la izquierda antisistema, para empezar a acercarme a los abertzales.

Casualmente, tras la publicación de mi anterior libro, se había puesto en contacto conmigo desde la prisión donde cumplía condena Juan Manuel Crespo, líder ultraderechista valenciano y ex empleado de Levantina de Seguridad.

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