He escrito más de 10.000 artículos en mi vida. Abarcan entrevistas, perfiles, obituarios, crónicas, editoriales, notas breves, noticias, cronologías, post en blogs, comentarios de libros, columnas de opinión, además de media docena de libros, la mitad de los cuales he dedicado a la escritura.
A pesar de esa experiencia, he seguido buscando un patrón universal para explicar las cosas. Eso me ha lanzado a estudiar los procesos cognitivos detrás del storytelling , que es el arte de contar historias. Me intrigan las fuerzas inconscientes que mueven nuestra mano. He leído libros y artículos sobre neurociencia aplicada a la atención humana, a la lectura y la metacognición.
La metacognición es pensar en cómo pensamos. En el caso de la escritura, la metacognición es el momento ‘ajá’ en el cual nos damos cuenta de cómo nuestro cerebro nos hace escribir de una manera: ahí percibimos nuestro patrón de escritura.
Eso me llevó a analizar publicaciones económicas como The Economist o científicas como Scientific American . También me sumergió en la magia de textos superventas como La república de Platón o Breve historia del tiempo de Stephen Hawking, y hasta en la Carta al accionista de Warren Buffett. ¿Hay algún patrón común en todos ellos?
Creo que sí. Todos ellos tienen en común las técnicas del storytelling . Por eso este libro es un salto hacia adelante respecto de Trucos para escribir mejor , pues doy patrones para aplicar el storytelling a quienes quieran mejorar su escritura, ya sea que provengan del mundo de la empresa, de la ciencia, del mundo jurídico, e incluso, de la filosofía.
No se trata de enseñarles a contar cuentos. Se trata de que las técnicas de este libro les sirvan para ordenar las ideas, escribir con facilidad y, sobre todo, para atrapar la atención sin perder un gramo de rigor usando el storytelling .
¿Qué es storytelling?
Hoy les quiero contar tres historias de mi vida. Nada especial. Sólo tres historias.
Así comenzaba uno de los discursos más sobrecogedores de la historia del mundo empresarial. Era de Steve Jobs, fundador de Apple. Le invitaron a clausurar el año académico de la Universidad de Stanford en 2005. Prosiguió así:
Dejé la Universidad de Reed tras los seis primeros meses, pero después seguí vagando por allí otros 18 meses más o menos, antes de dejarlo del todo. ¿Por qué lo dejé?
Esto comenzó antes de que yo naciera.
Mi madre biológica era una estudiante joven y soltera, y decidió darme en adopción. Ella tenía muy claro que quienes me adoptaran tendrían que ser titulados universitarios, de modo que todo se preparó para que al nacer fuese adoptado por un abogado y su mujer.
Solo que cuando yo nací, estos decidieron en el último momento que lo que de verdad querían era una niña.
Así que mis padres, que estaban los siguientes en lista de espera, recibieron una llamada a medianoche preguntándoles: “Tenemos un niño que no habíamos planificado; ¿lo quieren?”
“Por supuesto”, dijeron ellos.
Steve Jobs podría haber comenzado su discurso hablando de la importancia de las universidades, o aportar datos de las ventas de ordenadores en el mundo. Pero ese discurso se habría olvidado pronto. En su lugar, empezó de la mejor forma en que se puede empezar: “Quiero contar una historia”.
Las historias se recuerdan, los datos no.
Las historias nos atrapan porque a los seres humanos nos interesan las vidas de otros seres humanos. “Podemos situarnos en el lugar de otros, ver de otra manera, y aumentar nuestra empatía por los demás”, decía un artículo de Psicology Today sobre el poder de las historias .
Si pudiéramos establecer una clasificación de cuáles son las historias que atrapan la atención humana con más eficacia, la número uno sería el modelo de Jobs: la historia de una persona contada por sí misma.
¿Por qué es tan eficiente?
Cada vez que escuchamos una historia, en nuestro cerebro pasan muchas cosas: se empiezan a segregar varios neurotransmisores. Uno de ellos es la oxitocina, relacionado con la empatía, el cual es uno de los mayores pegamentos sociales. Pero el neurotransmisor que más nos interesa aquí se llama dopamina.
La dopamina es, probablemente, el neurotransmisor más ligado a la atención humana. Nos produce un estado de curiosidad que se colma cuando la historia se resuelve. Excitar la dopamina en las primeras líneas de un texto garantiza que el lector va a seguir leyendo.
Si alguien quiere despertar la atención de otra persona, de un grupo de amigos o de un auditorio, basta con que empiece con las palabras “voy a contar una historia”. Esas palabras mágicas anuncian que allí va a pasar algo interesante. Nos hacen adictos a la dopamina.
Recuerda que:
La mejor formar de atrapar la atención consiste en contar una historia humana.
Más información:
La charla de Jobs se puede ver en YouTube:
https://www.youtube.com/watch?v=bxk3jiqppzw
También está el texto en español en cientos de webs.
Aprendamos de los comienzos de novela
Las novelas del siglo diecinueve tardaban mucho tiempo en captar la atención. Al no existir la televisión, uno se podía acomodar en el sofá, y pasar las páginas con tranquilidad hasta que sucediera algo llamativo. A la gente le sobraba tiempo. En el caso de Madame Bovary o Papá Goriot lo interesante sucede a partir de la página 60.
Ahora, con la influencia del cine y de la televisión, los escritores deben comenzar sus novelas con frases sorprendentes, situaciones insólitas, descripciones aberrantes, crímenes inminentes y acciones trepidantes.
Este es el comienzo de El jardín de cemento , de Ian McEwan.
Yo no maté a mi padre pero a veces sentía que le había ayudado a hacerlo
De Richard Ford en Incendios .
En el otoño de 1960, cuando yo tenía dieciséis años y mi padre llevaba sin trabajo algún tiempo, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él.
De Raymond Carver en Catedral
Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto.
De García Márquez en Crónica de una muerte anunciada.
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.
De Alberto Vázquez-Figueroa, en Anaconda.
En junio de 1949, siendo apenas un muchacho, casi un niño, la prematura y trágica muerte de mi madre cambió de improviso mi vida