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Beato de Liébana - Comentarios al Apocalipsis de San Juan

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Beato de Liébana Comentarios al Apocalipsis de San Juan
  • Libro:
    Comentarios al Apocalipsis de San Juan
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    ePubLibre
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    0776
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Comentarios al Apocalipsis de San Juan: resumen, descripción y anotación

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En una bella comarca de Cantabria al pie del abrupto macizo de los Picos de Europa, cubierto de nieves durante gran parte del año, se levanta en medio de un tupido monte de viejos robles, un antiguo monasterio que recibe el nombre de Santo Toribio de Liébana. En él se conserva, guardada en un precioso relicario, una madera de ciprés, que, según una antiquísima y seria tradición que se pierde en las sombras del Medioevo, sería un fragmento de la auténtica cruz en que murió Jesucristo. Entre todas las reliquias de la cruz (lignum crucis) , guardadas en distintas iglesias del mundo, la Vera Cruz de Liébana es con mucho el trozo mayor.

Este antiguo monasterio benedictino, hoy al cuidado de los franciscanos, cuya actual iglesia gótica fue edificada en el siglo XIII, se llamó hasta el siglo XII Abadía de San Martín de Turieno y hunde sus raíces históricas en el tiempo, remontándose probablemente hasta la época visigoda. En la segunda mitad del siglo VIII fue su abad un personaje interesantísimo en el ámbito de la cultura hispana, llamado Beato de Liébana. En aquella época toda Liébana era un enjambre de pequeños monasterios, pues la vida monástica no sólo se concebía como una forma de retiro con vistas a la perfección espiritual de los monjes, sino también como un medio eficaz de fomentar la colonización y desarrollo económico del territorio, mediante el cultivo del campo y el incremento de la ganadería. Con los años, el monasterio de San Martín acabaría por absorber a casi todos los demás, excepción hecha de la abadía de Santa María la Real de Piasca, que constituyó otro foco importante. En el siglo X, Piasca era una abadía dúplice de monjes de ambos sexos, regida por una abadesa, y desde el siglo XI pasó a incorporarse al movimiento de Cluny, convirtiéndose en un priorato dependiente de la famosa abadía de Sahagún.

Beato de Liébana, hoy conocido y venerado en la comarca como San Beato, fue un eclesiástico importante en el reino de Asturias, que por entonces pasaba por una tremenda crisis política y militar. A la muerte del rey Fruela en el , se había desintegrado el poder de la corte asturiana y subían al trono por tiempo muy limitado personajes tan poco relevantes como los reyes Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo, mientras que la presión militar que el emirato de Córdoba ejercía sobre el pobre reino del norte se hacía patente por las aceifas o incursiones veraniegas con que el ejército musulmán castigaba implacablemente aquellos territorios.

Así, sabemos que Beato estaba presente en la solemne toma de hábito de la reina Adosinda, viuda de Silo, cuando ésta fue recluida en un convento por el nuevo rey “golpista” Mauregato. Habrá que esperar a los días del reinado de Alfonso II, cuyos comienzos también vivió Beato, para que Asturias recobre la importancia política que había tenido y amplíe su prestigio en la corte de Carlomagno, que era por entonces el núcleo de poder de toda Europa. Frente a la figura indudablemente señera de Abderramán I, constituido en práctico dueño de España, Asturias opta por inclinarse hacia el nuevo imperio europeo. Y Beato, el intelectual más destacado del reino norteño, prefiere alejarse de Toledo, donde se encuentra el obispo y escritor Elipando ocupando la sede metropolitana de aquella ciudad y claro colaboracionista del gobierno de Córdoba, para acercarse más directamente al Papa de Roma, entonces en excelentes relaciones con Carlomagno.

Éste es el trasfondo en que surge la agria polémica entre Beato y Elipando, que ha pasado a la historia como la contienda teológica del Adopcionismo. En efecto, el prelado toledano había acertado con una fórmula teológica para designar a Jesucristo como Hijo de Dios, de acuerdo con su divinidad, pero sólo como “Hijo Adoptivo” en cuanto hombre. Esta sofisticada distinción, que olvida la realidad defendida por la tradición eclesiástica, según la cual en Jesucristo sólo existe una persona, fue el punto de partida de toda la controversia. Beato denuncia la heterodoxia de Elipando. Éste le contesta con contundencia y acritud recurriendo a la ironía y al insulto. Se ha hecho famosa al respecto la frase del metropolita, en que le dice a Beato que cuándo se ha oído que los de Liébana vengan a enseñar a los de Toledo, que es la sede de la sabiduría teológica hispana. Recuérdese la historia de los famosos Concilios de Toledo. Elipando, aludiendo sin duda al paisaje montuno de Liébana, no duda en llamar a Beato “oveja sarnosa”.

Pero no queda aquí la cuestión. Beato consigue el apoyo de un joven obispo, llamado Eterio, que vive también en el monasterio de San Martín, pues su sede episcopal, Osma, está en poder de los musulmanes. Así se cree con mayor autoridad para enfrentarse al arzobispo toledano. Escribe en pocos meses y firman ambos un libro llamado El Apologético , donde se destruyen una por una todas las tesis y alegaciones de Elipando. Éste, a su vez, se ve apoyado por Félix, obispo de Urgell, y, a partir de aquí, todo el fragor de la lucha dialéctica tendrá lugar fuera de Hispania. El Papa claramente se define por las tesis de Beato. Lo mismo sucede en la corte de Carlomagno, donde un intelectual del máximo prestigio, Alcuino de York, ataca a Elipando y a Félix y llega a considerarse como discípulo de Beato. Interviene el monarca franco, que el año recibirá ya oficialmente el título de emperador, y convoca varias asambleas, entre las que destaca el Concilio de Frankfurt, donde se condena solemnemente la doctrina de Elipando y Félix, la cual empieza ya a ser conocida con el nombre de “herejía española”.

Con la muerte de todos los protagonistas de la controversia en la primera década del siglo IX, se apagan los ecos de la contienda, para pasar a la historia de la Iglesia como uno de los muchos episodios de la lucha teológica por la ortodoxia. Pero la figura de Beato, como escritor enérgico y con recursos, y, sobre todo, como un gran conocedor de las Sagradas Escrituras, pasará a la historia de la cultura europea. Porque Beato no sólo compuso El Apologético o el poema conocido como ODei Verbum , sino que es el autor de una obra que iba a constituirse a lo largo de toda la Edad Media como uno de los libros de mayor aprecio. Nos referimos a su Comentario al Apocalipsis , del que vamos a hablar a continuación.

El Apocalipsis , como todo el mundo sabe, es el último de los libros que integran la Biblia , rematando el Nuevo Testamento , y es atribuido al apóstol y evangelista San Juan, sin que éste sea el lugar y momento oportunos para matizar el valor de los argumentos que se utilizan para ello. Es una obra escrita en un género literario muy bien conocido dentro de la tradición judía, el llamado género apocalíptico. El esquema consiste en que un personaje conocido del mundo religioso judío o cristiano recibe una visión generalmente a través de los ángeles, en la cual se le revelan los acontecimientos del futuro en clave de tragedias, adornados con elementos simbólicos de carácter cósmico. En realidad, lo que, tras este ropaje literario se esconde, es una visión crítica de la realidad religiosa presente en ese momento y una teología del papel divino en la historia de la Humanidad.

El libro concreto, a que ahora nos referimos, llamado Apocalipsis de Juan no gozó precisamente de un especial aprecio en la iglesia oriental, a diferencia de lo que sucedió durante los primeros siglos en la iglesia occidental. De ahí que sea entre los escritores latinos donde se produjeran los más importantes comentarios al Apocalipsis. Citemos aquí algunos de los autores, como Ticonio, Primasio y Apringio. La liturgia hispana en época visigoda prescribía la lectura de este libro bíblico en las misas y oficios durante el tiempo de Pascua. De ahí la importancia de que un teólogo especializado en la Sagrada Escritura, como era Beato de Liébana, se decidiera a componer un extenso libro, donde se recopilara cuanto hasta entonces se había escrito sobre el tema, y, valiéndose de esto, emitiera sus propias ideas acerca del mensaje contenido en el Apocalipsis y de su especial actualidad precisamente en aquél crítico momento del siglo VIII. No hay que olvidar que Beato, como algunos otros intelectuales de su época, sospechaba que el fin del mundo iba a tener lugar el año , aunque nuestra personal opinión es que no estaba demasiado seguro de ello, y, en definitiva, se hallaba más preocupado por los problemas vivos que entonces aquejaban a la iglesia y a la sociedad civil en aquél inseguro reino de Asturias.

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