Psicoanálisis de Juan y su Apocalipsis
Adolfo Sagastume
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Índice
Introducción
El terrible anuncio del Apocalipsis termina con dos maldiciones:
“Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro”. “Y si alguno quitare las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro”. Apocalipsis 22:18-19
Lo bueno es que no maldice a quien lo interprete, porque de ser así yo no hubiera ni siquiera intentado este trabajo. Al contrario, el ángel revelador le hizo un encargo a Juan:
“No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca”. Apocalipsis 22:10
Y agrega:
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Apocalipsis 22:12
Según nuestro entender, todo esto es maravilloso… extraordinario. Sin embargo, para la interpretación que haremos todavía falta una promesa preciosa:
“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas de la ciudad”. Apocalipsis 22:14
Y esta otra maldición:
“Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira”. Apocalipsis 22:15
Nos proponemos cuestionar la realización “divina” del apocalipsis.
Nuestra aguda observación de los acontecimientos del “fin del mundo”, del manejo que hace el contubernio de las naciones poderosas del planeta, las falacias de la política y las falsedades de la cacareada democracia americana, nos han inducido a preguntarnos con inquietud de estudiosos, no de fanáticos religiosos, lo siguiente:
Note el entrecomillado, hacen referencia a los puntos de discusión que vendrán más adelante.
Así que camine despacio, no se pierda nada.
Todo será importante al momento de redondear el tema y plantear nuestras rebuscadas, racionales, conclusiones.
Jesús también nos asegura en breves palabras la certeza y alcance de la verdad: “Y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.
En esa confianza nos propusimos llegar a lo medular del apocalipsis, reflexionando sobre sus profecías. Midiendo, pesando y balanceando los esfuerzos extremos de las fuerzas dominantes del Sistema económico, cultural, político y religioso establecido.
Con luminosa claridad vemos la razón y las fuerzas planificadas que mantienen la consciencia de la humanidad adormecida. Sabemos de un crimen masivo que se cometió con la tergiversación de textos y significados de las palabras para ocultarle la Verdad a la humanidad.
Y sospechamos, por el ritmo y dirección manipulada de los eventos humanos, en forma global, que la mano más tétrica y oscura, que desgarró durante siglos la fas doliente de la historia, está llevando su Agenda sionista a la culminación definitiva, es decir, al apocalipsis.
“No hay nada oculto que no sea revelado”.
Entremos en materia.
Psicoanálisis de un Prisionero
Las ideas gobiernan al mundo.
El miedo somete a las naciones.
Las profecías las aterrorizan.
Juan lo sabía y soltó todo su coraje en el apocalipsis.
Este es un libro lleno de dolor e indignación. Nos permite revivir el desahogo emocional de un prisionero condenado a trabajos forzados en cadena perpetua, en una isla lejana, apartado de la gente que ama, sus bienes, sus libros, su tierra, sus hermanos de raza y de su fe.
Sus sentimientos raciales estaban seriamente lastimados. Israel estaba bajo el dominio, el látigo y la bota cruel del horroroso Imperio Romano. Sometido al pago de tributo. Humillado. Vilipendiado.
Los sacerdotes del Templo peleándose entre ellos para lamer esas botas que pateaban a sus mujeres y niños. Sacerdotes viles que se prostituyeron a los pretores y gobernadores al servicio del invasor.
Los escándalos adúlteros de Herodes, la cobardía de Pilato que entregó a la muerte al Mesías, a ese muchacho hermoso, sabio, santo y amoroso que les había predicado el camino de la salvación.
La mente de Juan era un huracán de emociones e indignación.
¡Su alma estaba lastimada!
¡Había caído en la más vil miseria!
¡Era un esclavo! ¡Sometido a trabajos forzados!
¡Su situación era insoportable!
Es histórico que las condiciones de vida de un prisionero son lastimosas. Se les deshace la ropa sobre el cuerpo. No tienen ninguna condición higiénica. No tienen privacidad. Los baños son colectivos y sus necesidades fisiológicas las tienen que realizar a la vista de todos. Entre los que son mayoría bandidos que fueron castigados por hurto, asesinado, violación y rebeldía.
Imagine usted las penurias que vivió Juan con los alimentos sucios, vencidos, casi podridos, que los verdugos les tiraban sobre las piedras para que medio se alimentaran mientras pudieran y hasta que sus cuerpos cayeran rendidos, llenos de cicatrices sobre las rocas o lodazales.
De seguro sus noches eran negras, pestilentes, llenas de espanto. Como hombre solo, y por las creencias de le época, la posible visita de Lilith, madre de los demonios, de los íncubos y súcubos, aterrorizaba la castidad de Juan.
El comportamiento de los prisioneros violentos era un peligro diario. Nadie tenía la seguridad de amanecer vivo. La muerte acechaba en cada sombra. Eran peores que los soldados romanos. Había que hacerles muchas concesiones para tenerlos a favor. Tal ves compartir su plato de comida con ellos, ayudarlos a levantar objetos pesados o hacer tareas que ellos ordenaran con su mirada fiera.
Un solo desaire era suficiente para perder su respeto. Era gente dura, salvaje, rastrera, acostumbrada a odiar, hacer el mal y sobrevivir a salto de mata, como se dice.
Juan estaba en la isla de Patmos, un lugar de suplicio obligatorio a donde el Imperio enviaba prácticamente a la muerte y al sufrimiento a quienes consideraba opositores.
Como Imperio, Roma, no toleraba que le cuestionaran sus creencias y menos la autoridad de sus dioses importados de Gracia. El Emperador era considerado un dios. El dios que tenía el mando de un enorme ejército, harenes de las mujeres más hermosas que, por sus ambiciones terrenas y su perversa maldad de rameras, se vendían a quienes las tenían sometidas y humilladas.
¡La situación era insoportable!
Juan luchó en su mente y consciencia con el mandato de amar al prójimo y, en esa dolorosa circunstancia, al enemigo.
¿Cómo amar a quien te quita todos tus bienes?
¿Cómo orar por él?
¿Cómo suplicar por su salvación?
¡No, eso no es posible!
En la mente atormentada de Juan comenzó a sacar la cabeza el monstruo de la venganza. Si no podía levantar sus palabras para gritarles toda la verdad en su propia cara, si decir sus pensamientos con sinceridad le traería la muerte, si estaba condenado a pasar por el encierro sin alimentos, no hablaría nada.
Como fiera que por instinto sobrevive, se mordió la lengua.