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Carl Menger - Del origen del dinero

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Carl Menger Del origen del dinero
  • Libro:
    Del origen del dinero
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1892
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Del origen del dinero: resumen, descripción y anotación

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Escrito el mismo año en que testificó ante la Comisión Monetaria de - photo 1

Escrito el mismo año en que testificó ante la Comisión Monetaria de Austria-Hungría, y publicado en inglés en 1892, Carl Menger explica que no son los edictos del gobierno los que crean el dinero, sino el mercado. Los individuos deciden cuál es el bien más comercializable para usarlo como medio de intercambio. «El propio hombre es el principio y fin de cada economía», escribía Menger, y así pasa cuando se decide qué se va a usar como moneda.

Carl Menger Del origen del dinero ePub r12 Titivillus 130316 Título - photo 2

Carl Menger

Del origen del dinero

ePub r1.2

Titivillus 13.03.16

Título original: On the Origin of Money

Carl Menger, 1892

Diseño: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Notas 1 Véase Roscher System der Volkswirtschaft I 116 mis Principles of - photo 3

Notas

[1] Véase Roscher, System der Volkswirtschaft, I, 116; mis Principles of Economics, New York, 1981, Apéndice J, p. 315 y ss.; M. Block, Les Progrès de la Science Économique depuis A. Smith, 1890, II, p. 59 y ss.

[2] Debemos hacer una distinción entre los mayores precios solicitados a los que el comprador está forzado por su deseo de comprar en un determinado momento del tiempo, y los (menores) precios ofrecidos, con los que, quien está obligado a deshacerse de los bienes en un período definido, debe contentarse también. Cuanto menor sea la diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido de una mercancía, mayor tiende a ser su grado de comercializacion.

[3] La alta liquidez de un producto no es revelada por el hecho de que sea posible desprenderse de él a cualquier precio, incluso el que sea el resultado de una desgracia a accidente. En este sentido todos las productos son bienes igualmente comercializables. Depende de que resulte posible desprenderse de él con facilidad y seguridad, en cualquier momento y a un precio que se corresponda, o que por lo menos no sea incompatible, con la situación económica general, es decir, al precio económico o aproximadamente económico.

[4] Véase mi artículo Geld en el Handwörterbuch der Staatwissenschaften, Jena, 1981, vol. 3, p. 370 y ss.

[5] La palabra hebrea keseph, la griega δσψσιου, la latina argentum, la francesa argent, etcétera.

[6] La palabra inglesa money, la española moneda, la portuguesa moeda, la francesa monaie, la hebrea maoth, la árabe fulus, la griega υóωσωα, etcétera.

[7] La palabra italiana danaro, la rusa dengi, la polaca pienondze, la bohemia y eslavonia penize, la danesapenge, la sueca penninger, la húngara péuz, etc. (es decir, denare = Pfennige = Penny).

[8] Sobre este punto, consúltense mis Principles of Economics, New York, 1881, pp. 261–262.

[9] Se halla aquí la explicación de la razón por la cual las ventas forzadas y los casos de embargo en especial generalmente implican la ruina económica de las personas sobre cuyos bienes se realizan, y de que en mayor grado, los productos en cuestión son menos líquidos. El correcto discernimiento del carácter no económico de estos procesos llevará necesariamente a una reforma del mecanismo legal existente.

I. El problema

Existe un fenómeno que desde hace mucho tiempo y de manera muy peculiar ha atraído la atención de los filósofos sociales y de los economistas prácticos; se trata del hecho de que ciertas mercancías (que en las civilizaciones desarrolladas adoptaron la forma de piezas acuñadas de oro y plata, junto con documentos que, con posterioridad, representaron a esas monedas) se convirtieron en medios de cambio universalmente aceptables. Es evidente, aun para la inteligencia más común, que la mercancía debe ser entregada por su propietario a cambio de otra que le será de mayor utilidad. Pero el hecho de que cada hombre económico, en cualquier país, acepte cambiar sus bienes por pequeños discos metálicos aparentemente carentes de utilidad como tales, o por documentos que los representen, es un procedimiento tan opuesto al curso normal de los acontecimientos que no puede parecernos sorprendente que hasta un pensador tan distinguido como Savigny lo encuentre claramente «misterioso».

No debe suponerse que la forma de la moneda, o del documento empleado como moneda corriente, constituye el enigma de este fenómeno. Podemos alejarnos de estas formas y retrotraernos a las primeras etapas del desarrollo económico, o en realidad a lo que todavía prevalece en algunos países, en los que encontramos que los metales preciosos sin forma de moneda aún sirven como medio de cambio, al igual que ciertos productos tales como ganado, pieles, té, barras de sal, conchas de ciprea, etc.; aunque seguimos enfrentándonos al fenómeno, aun nos resta explicar por qué el hombre económico acepta cierto tipo de mercancía, aun cuando no la necesite, o aunque la necesidad que tenga de ella ya haya sido satisfecha, a cambio de todos los bienes que ha puesto en el mercado, mientras que, sin embargo, es aquello que necesita lo que consulta en primer lugar con respecto a los productos que pretende adquirir en el curso de sus transacciones.

Y a partir de esto se sucede, desde los primeros ensayos acerca de los fenómenos sociales hasta nuestra época, una ininterrumpida cadena de disquisiciones con respecto a la naturaleza y cualidades específicas del dinero en su relación con todo lo que constituye el comercio. Filósofos, juristas e historiadores, al igual que economistas, e incluso naturalistas y matemáticos, se han ocupado de este notable problema, y no hay pueblo civilizado que no haya aportado su cuota en la abundante bibliografía que sobre él existe. ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

II. Intentos realizados hasta ahora para hallar una solución

Hasta ahora los resultados de la investigación del problema que nos ocupa no parecen guardar debida proporción con el gran desarrollo de los estudios históricos en general ni con el tiempo y los esfuerzos dedicados a la búsqueda de una solución. El enigmático fenómeno del dinero carece, incluso en el presente, de una explicación adecuada; ni siquiera se ha llegado a un acuerdo sobre las cuestiones fundamentales de su naturaleza y sus funciones. Hasta hoy no contamos con una satisfactoria teoría del dinero.

La idea que intentó aportar, en primer término, una explicación a la función específica del dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de someterlo a una convención general, una disposición legal. El problema, que la ciencia aún debe resolver, consiste en explicar un curso de acción, homogéneo y general, que los seres humanos adoptan cuando practican el comercio y que, si se lo considera en forma concreta, se realiza incuestionablemente en favor del interés general, aunque, sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes. En tales circunstancias, ¿no sería lo más acertado atribuir el procedimiento precedente a causas ajenas a la esfera de las consideraciones individuales? Suponer que ciertas mercancías, los metales preciosos en particular, habían sido promovidas como medio de cambio por una convención o ley general, en interés del bien público, solucionó la dificultad, y lo hizo aparentemente con gran facilidad y naturalidad porque la forma de las monedas pareció ser un signo de regulación por parte del estado. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Ni siquiera los mayores avances modernos en cuanto a la teoría del dinero han ido, en esencia, más allá de este punto de vista.

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