Donna Leon - Sobre los libros
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- Libro:Sobre los libros
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2006
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Las tres pasiones de Donna León son los libros, Venecia y la ópera, como se aprecia en cada una de las novelas de la serie del Comisario Brunetti, ya que tanto él, como su esposa, Paula, son ávidos lectores. Conocida ya como «la gran dama del crimen» Donna Leon desvela las claves para escribir una buena novela negra, y nos cuenta con gran sentido del humor algunas anécdotas sobre el libro electrónico o la manipulación del lenguaje.
Donna Leon
ePub r1.0
Titivillus 15.02.16
Título original: Sobre los libros
Donna Leon, 2006
Traducción: Ana M.ª de la Fuente
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
DONNA LEON, nació en Nueva Jersey el 28 de septiembre de 1942. En 1965 estudió en Perugia y Siena. Continuó en el extranjero y trabajó como guía turística en Roma, como redactora de textos publicitarios en Londres y como profesora en distintas escuelas norteamericanas en Europa y en Asia (Irán, China y Arabia Saudita).
Profesora y escritora, viajó en su juventud a Italia, donde estudió en las ciudades de Perusa y Siena. Tras trabajar como guía turístico en Roma, se instaló en Londres donde ejerció como redactora de textos publicitarios, tuvo posteriormente diferentes trabajos como profesora en escuelas de Europa y Asia.
Su espíritu viajero e inquieto no sólo ha marcado su vida: admiradora de Henry James, Jane Austen, Dickens, Shakespeare, es conocida por sus novelas protagonizadas por el comisario veneciano Guido Brunetti, personaje central de toda su obra y que Donna Leon creó a principios de los 90.
Sus libros, traducidos a veintitrés idiomas son un fenómeno de crítica y ventas en Europa y Estados Unidos. Desde 1981 reside en Venecia. A pesar del éxito que tiene su comisario Brunetti en toda Europa, en Venecia es casi una desconocida. No quiere que sus obras se traduzcan al italiano y prefiere que en su barrio veneciano la sigan tratando como a una vecina más.
Su obra, Muerte en La Fenice (1992), obtuvo el prestigioso Premio Suntory a la mejor novela de intriga, inicia la serie del comisario que la hizo famosa. Es también autora del libro de ensayos Sin Brunetti (2006) y prologuista de la atípica guía Paseos por Venecia (2008). Sus libros, traducidos a veintiséis idiomas, incluido el chino, son un fenómeno de crítica y ventas en toda Europa y Estados Unidos.
Donna Leon
SOBRE LOS LIBROS
Traducción de ANA MARÍA DE LA FUENTE RODRÍGUEZ
CENA CON UN MÉDICO NORTEAMERICANO
Hace varias semanas, cené con un amigo médico, especialista en rehabilitación, que actualmente ejerce en Miami. Durante la cena estuvimos hablando de amigos comunes, de dónde estaban y qué hacían, de nuestro trabajo y de nuestros planes para el futuro. Cuando una mujer pasó por el lado de nuestra mesa cojeando levemente, mi amigo comentó casualmente: «Tendría que hacerse arreglar esa cadera», y siguió comiendo pasta.
Yo, siempre con la frase elegante a flor de labios, pregunté: «¿Eh?», e hice que me explicara cómo podía él deducir, por el modo en que aquella mujer apoyaba el peso del cuerpo al andar, que tenía una afección en la cadera izquierda y que, probablemente, podía eliminarse con una operación. Esto bastó para que, mientras íbamos camino de su hotel después de cenar, yo le pidiera opinión acerca de las personas con las que nos cruzábamos en la calle. Y él fue señalando dolencias de espalda, problemas de pies y secuelas de lesiones mal curadas.
Uno de los retazos de cita arrinconados en mi memoria es el de aquel francés que se sorprendió al enterarse de que hablaba en prosa. Parecida sorpresa sentí yo al descubrir que aquellas personas que pasaban por mi lado andando de un modo que a mí me parecía normal, delataban en realidad lo que, hablando en términos arquitectónicos, podríamos llamar problemas estructurales. Mi amigo, con su visión de experto, descubría la causa que determinaba cada manera de andar y, en muchos casos, señalaba la solución del problema que a menudo, aunque no siempre, pasaba por la cirugía.
Mientras iba del hotel a casa, me puse a pensar en lo que es la mirada del experto. Los que llevamos décadas trabajando con el lenguaje, en cierto modo hemos adquirido una capacidad de diagnóstico similar, aunque me parece que muchos de nosotros ignoramos que la poseemos.
Todo el mundo anda y también todo el mundo escribe, y para ello ha de servirse del lenguaje. Al escribir, la gente revela muchas cosas sin darse cuenta, algunas de las cuales denotan problemas estructurales de mucho calado. Me vienen a la memoria dos ejemplos, los dos de ejercicios de alumnos míos.
Un hombre escribía acerca del nacimiento de su hijo: «Cuando mi esposa llevaba de parto diecisiete horas, me cansé de oírla quejarse». Otro, después de una descripción tediosa y mal redactada de un aborto involuntario que había tenido su esposa, escribió: «Menos mal que era una niña».
¿Por dónde empezar? Para ahorrar tiempo, ¿convenimos de entrada en que cada uno de esos comentarios es una canallada que genera ese ligero temblor que, con un poco de suerte para la esposa, anuncia el terremoto del divorcio? Dicho esto, lo curioso es la desfachatez con que escribieron tales cosas, como si creyeran que no habían de chocar a nadie, creencia que sólo puede nacer de una total insensibilidad hacia el lenguaje y su función. Y no digamos hacia la esposa y la vida humana en general.
En una época que sacrifica el significado a la retórica, una época en la que las películas son sartas de explosiones y hemorragias, es natural que ya no se considere al lenguaje como el principal medio por el que expresamos nuestros pensamientos y sentimientos y nos manifestamos nosotros mismos. Cuando desaparece el significado, desaparece también la facultad de percibirlo.
Así pues, es mucha la gente que va dando tumbos por el lenguaje inconsciente de lo que revela con lo que escribe y dice, y permitiendo a los que poseemos el oído fino para el diagnóstico detectar el defecto o la debilidad de la estructura. Pero, a diferencia del médico, nosotros no podemos sino diagnosticar: nosotros no tenemos la capacidad de curar.
CON BARBARA VINE
Sentadas a una de las mesas de un restaurante italiano, muy juntas unas de otras, cerca de Covent Garden, dos mujeres de cierta edad, vestidas con sobriedad, hablábamos de nuestra profesión mientras esperábamos la pasta.
—¿Tú qué prefieres? —pregunté a mi compañera, mirando al camarero y moviendo la cabeza de arriba abajo: «Sí, más agua mineral».
—A mí me chifla un buen empujón desde lo alto de una escalera. —Ella hizo una pausa y miró las fotos de actores italianos que cubrían las paredes, meditó un rato, bajó la mirada y movió el cuchillo (lo que me pareció revelador) dos dedos hacia la izquierda y añadió—: O un estrangulamiento. —Otro momento de reflexión—. Sí; reconozco que siento debilidad por el estrangulamiento. Tiene un componente táctil y personal.
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