Eben Alexander - La prueba del cielo
Aquí puedes leer online Eben Alexander - La prueba del cielo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:La prueba del cielo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2012
- Índice:4 / 5
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La prueba del cielo: resumen, descripción y anotación
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La prueba del cielo — leer online gratis el libro completo
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Quisiera expresar un agradecimiento muy especial a mi querida familia por haber sobrellevado la peor parte de esta experiencia, mientras yo estaba en coma. A Holley, mi esposa durante treinta y un años, y a nuestros maravillosos hijos, Eben IV y Bond, cuya ayuda fue tan importante para traerme de regreso y para ayudarme a comprender lo que me había sucedido. Otros amigos y familiares con los que he contraído una deuda de gratitud especialmente grande son mis queridos padres, Betty y Eben Alexander Jr., y mis hermanas Jean, Betsy y Phyllis, que se comprometieron (junto con Holley, Bond y Eben IV) a sostenerme la mano las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana mientras estuviese en coma, para garantizar que nunca dejaba de sentir el contacto con su amor. Betsy y Phyllis se turnaron para acompañarme de noche durante el tiempo que duró mi psicosis de la UCI (sin que las dejara conciliar el sueño) y también durante los primeros y complicados días, tras mi traslado a la UCI periférica de Neurología. Peggy Daly (hermana de Holley) y Sylvia White (su amiga durante más de treinta años) también participaron en la constante vigilia en mi habitación de la UCI. No podría haber regresado a este mundo sin el esfuerzo y el cariño de cada una de ellas.
A Dayton y Jack Slye, que tuvieron que pasar sin su madre, Phyllis, mientras ella estaba a mi lado. Holley, Eben IV, mi madre y Phyllis han contribuido también con su trabajo de edición y sus críticas a la creación de este libro.
A mi familia biológica, verdadero regalo del Cielo, y especialmente a mi fallecida hermana, también llamada Betsy, a la que no pude conocer en este mundo.
Al extraordinario equipo médico del hospital general de Lynchburg y en particular a los doctores Scott Wade, Robert Brennan, Laura Potter, Michael Milam, Charlie Joseph, Sarah y Tim Hellewell, entre otros.
Al personal y las enfermeras del HGL, todos ellos maravillosos: Rhae Newbill, Lisa Flowers, Dana Andrews, Martha Vesterlund, Deanna Tomlin, Valerie Walters, Janice Sonowski, Molly Mannis, Diane Newman, Joanne Robinson, Janet Phillips, Christina Costello, Larry Bowen, Robin Price, Amanda Decoursey, Brooke Reynolds y Erica Stalkner. Estaba en coma, así que sólo conozco vuestros nombres por mi familia, así que si estuvisteis allí y os he omitido, espero que podáis perdonarme.
A Michael Sullivan y a Susan Reintjes, que desempeñaron un papel crucial en mi regreso.
A John Audette, Raymond Moody, Bill Guggenheim y Ken Ring, pioneros de la comunidad de las experiencias cercanas a la muerte, que han ejercido sobre mí una influencia inconmensurable (complementada, en el caso de Bill, por una excelente colaboración en el área editorial).
A los demás líderes intelectuales del movimiento «conciencia Virginia», incluidos los doctores Bruce Greyson, Ed Kelly, Emily Williams Kelly, Jim Tucker, Ross Dunseath y Bob Van de Castle.
A mi agente literaria, Gail Ross (otro regalo del Cielo) y a sus maravillosos colaboradores en la agencia Ross Yoon, como Howard Yoon y otros.
A Ptolemy Tompkins por sus eruditas contribuciones sobre varios milenios de literatura sobre la otra vida y su extraordinaria habilidad editorial y narrativa, que puso al servicio de mi historia al crear este libro, con el resultado de una narración que le hace justicia.
A Priscilla Painton, vicepresidenta y editora ejecutiva de Simon & Schuster, y a Jonathan Karp, vicepresidente ejecutivo y editor, por su extraordinaria visión y por su deseo de hacer de éste un mundo mejor.
A Marvin y Terre Hamlisch, amigos maravillosos cuyo entusiasmo, pasión e interés me ayudó a superar un momento crítico.
A Terri Beavers y Margaretta McIlvaine por aportarme unos cimientos maravillosos de curación y espiritualidad.
A Karen Newell, por compartir conmigo sus exploraciones en los estados de conciencia profunda y enseñarme a «ser el amor que eres», así como a los demás trabajadores de lo milagroso del instituto Monroe de Faber, Virginia. Y en especial a Robert Monroe por buscar la verdad de lo que es y no sólo de lo que debería ser; a Carol Sabick de la Herran y a Karen Malik, por elegirme; a Paul Rademacher y Skip Atwater, por darme la bienvenida en la maravillosa comunidad de las montañas del centro de Virginia. Y también a Kevin Kossi, Patty Avalon, Penny Holmes, Joe y a Nancy Scooter McMoneagle, Scott Taylor, Cindy Johnston, Amy Hardie, Loris Adams y a todos mis compañeros en el viaje hacia el Portal del instituto Monroe en febrero de 2011, a sus facilitadores (Charleene Nicely, Rob Sandstrom y Andrea Berger) y a los demás participantes en el Lifeline (y a sus facilitadores, Franceen King y Joe Gallenberger) en julio de 2011.
A mis buenos amigos y críticos, Jay Gainsboro, Judson Newbern, el doctor Allan Hamilton y Kitch Carter, que leyeron las versiones preliminares del manuscrito y percibieron la frustración que me inspiraba la tarea de sintetizar mi experiencia espiritual con la neurociencia. Los comentarios de Judson y Allan fueron esenciales para ayudarme a comprender el auténtico valor de mi experiencia desde el punto de vista científico-escéptico y Jay hizo la misma labor desde el punto de vista científico-místico.
A mis compañeros de viaje en la exploración de la conciencia y el todo, como Elke Siller Macartney y Jim Macartney.
A mi compañera en las experiencias cercanas a la muerte, Andrea Curewitz, por su excelente asesoramiento editorial, y a Carolyn Tyler, por guiarme de manera entrañable en la búsqueda de entendimiento.
A Blitz y Heidi James, Susan Carrington, Mary Horner, Mimi Sykes y Nancy Clark, cuyo coraje y valor frente a pérdidas incomprensibles me ayudaron a apreciar mi don.
A Janet Sussman, Martha Harbison, Shobhan (Rick) y Danna Faulds, a Sandra Glickman y Sharif Abdullah, compañeros de viaje a los que conocí el 11/11/11, reunidos para compartir una visión optimista sobre el brillante futuro de la conciencia para toda la humanidad.
Aparte de las personas mencionadas, entre las muchas con las que he contraído una deuda de gratitud se encuentran los amigos cuyos actos en aquellos momentos terribles y cuyas palabras y observaciones ayudaron a mi familia y me han guiado a la hora de relatar mi historia: Judy y Dickie Stowers, Susan Carrington, Jackie y el doctor Ron Hill, los Drs. Mac McCrary y George Hurt, Joanna y el doctor Walter Beverly, Catherine y Wesley Robinson, Bill y Patty Wilson, DeWitt y Jeff Kierstead, Toby Beavers, Mike y Linda Milam, Heidi Baldwin, Mary Brockman, Karen y George Lupton, Norm y Paige Darden, Geisel y Kevin Nye, Joe y Betty Mullen, Buster y Lynn Walker, Susan Whitehead, Jeff Horsley, Clara Bell, Courtney y Johnny Alford, Gilson y Dodge Lincoln, Liz Smith, Sophia Cody, Lone Jensen, Suzanne y Steve Johnson, Copey Hanes, Bob y Stephanie Sullivan, Diane y Todd Vie, Colby Proffitt, las familias Taylor, Reams, Tatom, Heppner, Sullivan, Moore y tantísimas otras.
Mi gratitud, especialmente para con Dios, carece de límites.
DECLARACIÓN DEL DOCTOR SCOTT WADE
En mi condición de especialista en enfermedades infecciosas, me pidieron que examinase al doctor Eben Alexander cuando ingresó en al hospital el 10 de noviembre de 2008 y se descubrió que estaba aquejado de meningitis bacteriana. El estado del doctor Alexander se había agravado rápidamente, con síntomas similares a los de la gripe, dolor de espalda y jaquecas. Se le trasladó de inmediato al servicio de Urgencias, donde se le practicó una tomografía computerizada (CT) de la cabeza y a continuación una punción lumbar. El examen del fluido espinal sugería una meningitis gram negativa. Al instante se le sometió a un tratamiento antibiótico específico y se le conectó a un respirador debido a su condición crítica, coma incluido. En menos de veinticuatro horas se confirmó que las bacterias gram negativas del fluido espinal eran
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