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Alexander von Humboldt - Breviario del Nuevo Mundo

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Alexander von Humboldt Breviario del Nuevo Mundo

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De los inabarcables paginas que Alejandro de Humboldt escribiera sobre sus - photo 1

De los inabarcables paginas que Alejandro de Humboldt escribiera sobre sus cinco años americanos, se han escogido en esta ocasión pasajes acerca de su comprensión de la naturaleza y el hombre de este continente. Breviario del Nuevo Mundo reúne textos tan valiosos como los de su encuentro con los indios del Orinoco, su desafiante ascenso a los volcanes andinos, su paso por Colombia, Ecuador, Perú y todas las singularidades mexicanas.

Alexander von Humboldt Breviario del Nuevo Mundo ePub r10 IbnKhaldun 040815 - photo 2

Alexander von Humboldt

Breviario del Nuevo Mundo

ePub r1.0

IbnKhaldun 04.08.15

Título original: Breviario del Nuevo Mundo

Alexander von Humboldt, 1993

Selección y presentación: Óscar Rodríguez Ortiz

Editor digital: IbnKhaldun

ePub base r1.2

Presentación El proyecto de Humboldt era darle la vuelta al mundo Nada más - photo 3

Presentación

El proyecto de Humboldt era darle la vuelta al mundo. Nada más adecuado para quien en sus libros pretendió abarcar el cosmos y muy poco escapó a su curiosidad o sabiduría. Es un error pensar que como no pudo alcanzar tanto tuvo que conformarse apenas con el continente americano. Sus páginas sobre América siguen siendo un proyecto descomunal por lo que visitó en cinco años, él, que de niño parecía un alfeñique, y por lo que estudió para que el mundo conociera mejor. Así, en sus muchísimos libros, si habla de los llanos de Venezuela, aparecen las pampas argentinas, las estepas de Europa Central y cuanto evoque regiones planas; como, de la misma manera, una consideración acerca de la corta memoria de los colonos americanos lo hace pensar en el remotísimo recuerdo de chinos y japoneses para quienes cosas de mil años de vida parecen novedades, la configuración geológica de los volcanes andinos o el consumo de cereales en México o en el Caribe lo impulsan a hablar de las rocas de cualquier lugar del planeta, a comparar alturas y profundidades, a fijarse en lo que come la humanidad. El efecto no pudo ser mejor: lo americano se universaliza y encuentra un adecuado lugar en el cosmos. El repetido calificativo de «descubridor científico del Nuevo Mundo» predica, desde luego, el aspecto físico y espacial de quien viajó por selvas, alturas, cuevas, ciudades o antigüedades indígenas, pero apunta acaso también hacia esa universalización que en nada contradice la controvertida tipicidad americana, geográfica, política y demás. Y si visita una porción de América, no la mira aisladamente, traza la vinculación entre Lima, Caracas, Ciudad de México, La Habana, Bogotá, Quito, urbes en las que vivió, con regiones conocidas por referencia como Buenos Aires o Santiago. Si se interesa por el estado que la población indígena presentaba a comienzos del siglo XIX, vincula la de Nueva España con la del Perú y a ambas con quienes habitan en las selvas del Orinoco.

Al hombre que proyectaba un viaje de ida y vuelta por el mundo —cruzar el extremo sur para alcanzar Filipinas—, de América le interesaban inicialmente México y las Antillas. La casualidad diferida de ese plan lo llevó por azar a otras partes. Los problemas políticos de la época, las fatales fiebres del trópico, los huracanes caribeños o la confusión de los baquianos locales con frecuencia torcieron sus rumbos y lo arrojaron sobre costas que no había imaginado conocer. Por azar llegó a Venezuela, primera escala, con la idea de estar de paso. Se quedó entre julio de 1199 y noviembre de 1800. No perdió el tiempo: la zona oriental, el centro, los llanos, el Orinoco hasta sus cabeceras. Va a Cuba una primera vez (de diciembre de 1800 a marzo del año siguiente). Allí le informan mal acerca de la posibilidad de unirse a la empresa de circunvalación de un viajero francés que pasará por el Perú y toma entonces la atrevida decisión de subir de Cartagena de Indias, en la costa caribeña, hasta Lima. Se queda entonces en Colombia (de marzo a diciembre de 1801) y Bogotá lo recibe en apoteosis. Pasa a Ecuador para que la historia recuerde su ascenso a los temibles volcanes y en la ruta siga la impresionante carretera construida por los incas. De septiembre a diciembre del mismo año estará en el Perú y en ese lugar impensado de sus itinerarios contempla por primera vez el océano Pacífico, el mar que de niño lo hizo soñar con viajes planetarios. Un salto a Guayaquil, procedente de El Callao, para arribar a las playas de Acapulco e ir trepando hacia la capital, que hallará también como la región más transparente del aire. De un océano a otro llegará a saber todo acerca de México: historia, población, economía, modos de vivir. De marzo de 1803 a marzo de 1804 estará en Nueva España. Una segunda visita a Cuba entre marzo y abril de 1804 para luego marchar a los Estados Unidos entre esa fecha y junio de 1804. Vuelto a Europa, apenas un año después, inicia la publicación de la monumental obra dedicada a América.

No ha escapado a los estudiosos ni es indiferente a cualquier lector de sus trabajos el que se den varias probables analogías inevitables entre Colón y Humboldt, parejos en lo de ser «descubridores». El Almirante de la Mar Océana buscaba Catay y halló a América; el barón alemán iba para Oceanía y se encontró también con el Nuevo Mundo. En el reverso, fue muy distinto, por supuesto, del pirático sir Walter Raleigh: hizo también su mismo recorrido por las aguas del Orinoco; quiso comprobar, in situ, por dónde habían pasado los fantaseadores que buscaron el Dorado y la inexistente laguna de Parima.

De las miles de páginas —los miles aquí no exageran sino que reducen el verdadero tamaño— que escribió sobre el Nuevo Mundo salen, por interminables, la saga de muchas escenas americanas. Pudieran ser otras y cada vez que se las antologiza resultan distintas. Así como Humboldt habría necesitado varias vidas para culminar la descomunal empresa de poner por escrito lo conocido de América, de la misma manera se han necesitado varias generaciones de lectores durante siglo y medio para abarcarlo.

Ante todo, la visión panorámica de quien hizo mapas precisos y quiso saber la exacta ubicación de cada coordenada. No faltan en los escritos de Humboldt consideraciones sobre el sentido de la América española. Nada raro en quien publicó los suyos cuando se cumplía el proceso dé la emancipación de esta parte del mundo.

Luego vienen las configuraciones: la identidad de los pueblos, el maíz, las bebidas que con él se fabrican, las corrientes atlánticas que ya en el siglo X llevaron a Europa confusas noticias de lo extraño.

Después, entresacando fragmentos de sus relaciones, los pasos por Caracas, la impresionante descripción de los indios con el cuerpo pintado, así como las entretenidas «monografías» científicas acerca de los ruidos en la selva tropical y el riesgoso remontar el Orinoco.

Luego los mosquitos del río Magdalena, las sorpresas científicas de Bogotá, el sabio Mutis y la fatigosa actividad de ir hacia el sur por volcanes y ruinas incas para, finalmente, radicarse en México.

Humboldt da para mucho más, para lo infinito. Otros volúmenes de esta colección estarán dedicados a sus páginas acerca de otros temas, los llanos, las montañas americanas. Por ahora, una manera de acercarse a algunas de su vigorosas descripciones o a sus importantes evaluaciones científicas. Para leerlo es bueno retener cuál era su método y propósito y la razón de que su contacto entusiasme todavía: «Dos objetos distintos comprende una relación histórica: los acontecimientos más o menos importantes que se refieren al objeto del viajero, y las observaciones que ha hecho durante sus recorridos. Así la unidad de composición que distingue a las buenas obras de aquellas cuyo plan está mal ideado no puede en ello conservarse estrictamente sino en tanto que de un modo animado describimos lo que hemos visto con nuestros propios ojos, y en tanto que la atención principal se ha fijado más bien sobre las costumbres de los pueblos y los grandes fenómenos de la naturaleza que en observaciones en lo tocante a las ciencias. Ahora, el cuadro más fiel de las costumbres es aquel que mejor revela las relaciones que tienen los hombres entre sí. El carácter de una naturaleza salvaje o cultivada se dibuja ya en los obstáculos que resisten al viajero, ya en las sensaciones que este experimenta».

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