Saul Bellow - Todo cuenta

En Todo cuenta, recopilación de ensayos, artículos, ponencias y apuntes de viaje que abarca, prácticamente, toda la vida del autor, el lector tiene la oportunidad de conocer la visión del mundo de este hombre de letras ajeno a modas y estilos. Más de treinta textos publicados en su día por revistas y periódicos en los que la astuta mirada de Bellow recoge, desde un magnífico retrato de la ciudad de Chicago, la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel, o impresiones sobre sus colegas, hasta una descripción de la sociedad española de posguerra. Pero es, sobre todo, su lamento sobre la pérdida de responsabilidad del novelista en la tarea de construir una literatura que sea vehículo de «impresiones verdaderas» lo que compone el corazón de este libro. Una crítica devastadora a sus contemporáneos que ejemplifica a la perfección el texto leído en la recepción del Nobel. Como colofón, tres entrevistas recogen las impresiones del autor sobre la lectura, la escritura, la enseñanza y la vida.

«Frase a frase, página a página, Bellow es, simplemente, el mejor escritor que tenemos».

The New York Times Book Review

Saul Bellow

Del pasado remoto al futuro incierto

ePub r1.1

Titivillus 29.05.16

Título original: It All Adds Up

Saul Bellow, 1994

Traducción: Benito Gómez Ibáñez

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

SAUL BELLOW (Lachine, 1915 - 2005) fue un escritor canadiense y estadounidense de origen judío-ruso. Nació en Canadá, pero vivió desde pequeño en Estados Unidos. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1976.

Su obra narrativa es leída como una crónica corrosiva, irónica, y a la vez sublime y enérgica sobre del hombre moderno a partir de la descripción del mundo de los judíos en Estados Unidos.

Procedente de una familia de emigrados rusos, vivió en Canadá y luego en Chicago. Estudió en las universidades de Chicago e Illinois y fue profesor de antropología y literatura inglesa en instituciones docentes norteamericanas.

Quisiera agradecer a mi agente, Harriet Wasserman, su insistencia en que me tomara la molestia de preparar esta recopilación.

A Marjorie Shain Horvitz, mi correctora, que con tanta diligencia veló por los menores detalles y tanto tiempo dedicó a la corrección de estos artículos, debo darle mis más expresivas gracias.

Nunca resulta muy agradable leer lo que se ha escrito decenios atrás. En sitios dispersos encontré artículos de mi agrado, que por un momento me hicieron exclamar, como el pequeño Jack Horner: «¡Ah, pero qué buen chico era!» de David Copperfield. Estaba ofuscado o distraído por el problema de la distracción. Pronto se presentó otra cabeza del rey Carlos, más pequeña pero casi tan insistente: no dejaba de referirme a Wyndham Lewis. ¿Por qué motivo mencionaba ese nombre más que otros?

Llevo leyendo a Lewis medio siglo, si no más. Sus ideas políticas me repugnaban (siguen sin gustarme), pero ha meditado con mayor profundidad y escrito de manera más inteligente que cualquiera de sus contemporáneos sobre el destino del artista del siglo XX. Tengo en poco aprecio The Art of Being Ruled [El arte de ser gobernado], pero he vuelto repetidas veces a libros como Men Without Art, America and the Cosmic Man, The Writer and the Absolute [Hombres sin arte, América y el hombre cósmico, El escritor y el absoluto] y su autobiografía literaria, Rude Assignment [Ruda tarea]. Lo he estudiado detenidamente, y me he referido a él con impensada profusión. Se le ha descrito como nietzscheano, motivo por el que se le ha desdeñado, y en alguna ocasión me ha parecido aconsejable remontarme a la fuente. Pero un escritor genial como Lewis es algo más que la suma de sus influencias. Hay quien describe a William Blake como rousseauniano, pero no fue Rousseau quien escribió Cantos de experiencia. Los autores buscan a veces el apoyo de un precedente, y cuando yo necesitaba alguno solía venirme a la memoria lo que Lewis opinaba sobre las cuestiones importantes.

Al releer estos artículos, no he dejado de pensar en ese poema donde Robert Frost dice que antes de acostarse hay promesas que cumplir y kilómetros que recorrer. Eso no era para mí. Entonces yo dormía a pierna suelta y confiaba en que el caballito me llevara a casa. Él conocía el camino (más o menos).

Me han invitado a publicar todas las nimiedades que he escrito para ganarme la vida, pero he decidido no asumir «responsabilidades históricas». Esto no es por tanto un relicario sino una compilación de algunos de mis ensayos más legibles. Si debiera escribirlos hoy, creo que hablaría menos de la distracción para destacar en cambio la importancia de la atención. Hace muchos años, leyendo el ensayo de Tolstói sobre Maupassant, me sorprendió su breve lista de cualidades indispensables para escribir bien. Eran las siguientes: estilo perspicuo (he de respetar el adjetivo del traductor), fondo moral —es decir, una postura firme sobre el problema del bien y el mal— y finalmente capacidad de atención. Concentrándose debidamente, el escritor tenía que suscitar la atención de sus lectores, suplantando el mundo con su propio universo. La determinación y la pasión son aquí intercambiables. Lo único que queda por decir sobre la cuestión es que un escritor aprende sobre todo de sus errores. Y tal como lúgubremente sugiere Henry James en su relato Los años de madurez, cuando se ha concluido la propia instrucción y dominado el oficio, posiblemente se encontrará uno con que le ha llegado la hora.

Cuando un escritor afirma que «está en las últimas», es muy probable que no lo diga en serio. Lo que más lo entristece es que sus errores permanezcan grabados de forma indeleble en lo que una vez escribió. Si tuviera que escribirlo de nuevo ahora lo haría mucho mejor, piensa él, ansiando corregirse, revisarse y retractarse públicamente. Algunos amigos míos se han mostrado muy escépticos con respecto a la educación para adultos. En general se considera inútil intentar en la edad madura lo que debía haberse hecho en los años de máxima receptividad. Pero algunos somos perseverantes aprendices, y en los dos instructivos decenios transcurridos desde que cumplí sesenta años, he aprendido muchas cosas que debía haber sabido antes.

La amargura de mi insatisfacción al releer algunos de estos artículos se debe a cambios fundamentales, a alteraciones radicales de mi punto de vista. Ahora veo dónde me equivoqué. El «camino no tomado» fue el que se tomó, y cientos de veces además. Ya llevo muchos kilómetros recorridos hacia la promesa del sueño, pero llego ciegamente despierto a mi destino. Voy por tanto como en un estado de iluminación insomne. No he sabido comprender las cosas que he escrito, los libros que he leído, las lecciones que me han dado, pero he descubierto que soy un autodidacta de lo más persistente, con ganas de rectificar. Es muy posible que no haya alcanzado mis objetivos, pero a pesar de todo es una gran satisfacción haberse liberado de viejos y tenaces errores. Para entrar en una era de errores mejorados.