Salvador Freixedo - Interpelación a Jesús de Nazaret
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- Libro:Interpelación a Jesús de Nazaret
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- Año:1989
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Interpelación a Jesús de Nazaret: resumen, descripción y anotación
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Este exjesuita (30 años antes de que lo expulsasen) decidió un buen dia cambiar los hábitos de la Fe ciega por los de la búsqueda de la verdad a través de la historia de las religiones comparadas.
Una cita de un excepcional pensador a quien profeso gran estima y admiración:
«El símbolo principal de la Iglesia es la cruz; y la cruz dista mucho de significar paz y bienaventuranza. La cruz es el símbolo del dolor y de la muerte. Y los cristianos, con una ingenuidad de la que ya es hora que vayan despertando, han plantado ese símbolo en sus vidas y en su cultura, y lo han paseado por todo el mundo con un orgullo suicida».
Salvador Freixedo
ePub r1.0
Balhissay 29.11.15
Título original: Interpelación a Jesús de Nazaret
Salvador Freixedo, 1989
Retoque de cubierta: Balhissay
Editor digital: Balhissay
ePub base r1.2
A los que me critiquen llamándome apóstata o blasfemo, les diré que la verdad es lo contrario: yo soy un converso. Me convertí del fanatismo a la racionalidad. Gracias a Dios he perdido la fe. Mi infantil fe en el absurdo dogma cristiano.
[1] El que quiera profundizar sobre este tema debería leer el libro del catedrático universitario Francisco José Bastida titulado Jueces y franquismo (el pensamiento político del Tribunal Supremo en la dictadura), edit. Ariel, 1986.
[2] Si el lector logra averiguar qué papel hacen los procuradores en un juicio, le agradecería me lo comunicase porque yo nunca lo he entendido.
[3] El poeta se refiere al famoso Cristo de la catedral de Orense, del que es tradición popular que le crece la barba.
[4] Este capítulo, escrito hace ya muchos meses, cobra especial vigencia tras la admisión en octubre de 1988 por parte de la Santa Sede de la falsedad de la «Sábana Santa» de Turín.
[5] Este capítulo está tomado de Por qué agoniza el cristianismo.
Hablo contigo, Jesús de Nazaret, pobre hombre zarandeado por el misterio de la existencia, por las alabanzas de miles de ingenuos y por los intereses creados de tantos vividores a lo largo de la historia.
No me dirijo a ti con la sumisión y la infantilidad con que lo han hecho tantos miles de hombres y mujeres cuyas mentes fueron irremediablemente condicionadas desde su nacimiento para no ver todas las incongruencias que había en tu persona, en tu doctrina y en tu culto. Yo también lo fui, y me costó casi cuarenta años liberarme de las falsedades en que tanto mi mente como mi corazón estaban enmarañados. ¡Tan fuertes son los lazos que provienen de la infancia!
Hoy me dirijo a ti, de hombre a hombre, para liberarte en parte de la gazmoñería que veinte siglos de historia te han echado encima y para responsabilizarte también de tanto dolor y de tanta sangre que por tu culpa se han derramado en los dos últimos milenios de la historia humana.
Muy probablemente tú no tuviste idea de fundar esta mastodóntica institución llamada Iglesia católica. Como tampoco quisiste elaborar todo el cuerpo de doctrinas que ha venido a llamarse teología cristiana. Tus fanáticos e interesados discípulos de los siglos posteriores a tu muerte se encargaron de ir achacándote hechos y dichos, ritos y amenazas que casi seguro no pasaron por tu mente de hombre iletrado. Pero así, poco a poco, fue creciendo como un cáncer en la sociedad humana esta funesta filosofía llamada cristianismo y esta farisaica institución llamada Iglesia católica, que si, por un lado, ha monopolizado durante siglos la creatividad de muchos artistas, por otro, se la ha castrado a miles de hombres y mujeres cuyo arte e ideas no encajaban en la mojigata moral cristiana; aparte de haber frustrado tantos millones de vidas con una visión ridícula y estrecha del mundo y del papel del hombre sobre la Tierra.
Muy seguramente tú no sabías bien lo que estabas haciendo y te limitabas a seguir, al igual que miles de otros «iluminados» que ha habido en la historia, las órdenes que te venían de un «más allá» nebuloso, que tanto ellos como tú identificabais erróneamente con Dios.
Pero tu nombre se ha convertido en signo y en bandera que hoy día siguen tremolando muchos para tener entontecidas y sumisas las mentes de sus hermanos. Y por eso es necesario desenmascararte sin miedo, para romper el tabú que todos estos siglos y todos estos fanáticos con autoridad han ido colocando alrededor de tu persona y de tu nombre.
Me dirijo a ti sin temor de que me mandes a ningún infierno ardiente y eterno. En primer término, porque semejante lugar en el que tú firmemente creías no existe en absoluto. Y además, porque aunque lo hubiera, tú no tendrías poder para mandarme a él.
Te hablo de hombre a hombre, usando mi cabeza sin miedo y sin rencor pero con firmeza, para exponer los derechos del ser humano en este rompecabezas del universo y para que muchos de mis hermanos pierdan el miedo que siente hacia ti, aunque lo tengan en muchos casos disfrazado de respeto y aun de amor.
Jesús de Nazaret, baja del pedestal en donde la infantilidad humana te ha colocado a la lucha diaria de la vida que tú viniste a dificultar aún más con tus imposiciones, tus amenazas y tus prohibiciones. Bastantes dificultades tiene ya de por sí la existencia humana sobre la Tierra para que vengas tú ni nadie a aumentarlas.
En realidad, te sumaste a los politicastros de todos los tiempos, a los «dominadores de los pueblos», como tú les llamabas, para apretar aún más el yugo de servidumbre bajo el que gime la humanidad.
Dijiste «mi carga es suave y mi yugo ligero» (Mt 11,30), pero lo primero que tenemos que replicar a estas palabras es por qué tenemos que llevar ninguna carga ni ningún yugo en añadidura a los que ya de por sí nos impone la vida. Y además, ¿con qué lógica y con qué derecho vienes tú, que te proclamas nuestro salvador, a imponernos más servidumbre? Si en realidad eres «salvador», sálvanos de todas ellas y no nos impongas más.
Tus tributos de la mente y tus imposiciones morales han angustiado más el alma de los cristianos que muchas de las contribuciones monetarias y abusos que los políticos paranoicos y todos los líderes desquiciados les han impuesto a sus súbditos.
Dijiste también que «no venías a ser servido sino a servir» (Mr 10,45). Pero no lo decías en serio, y si lo dijiste no sabías bien lo que decías. Porque la verdad es que con tus prédicas, tus milagros, tus amenazas y tus ilusorias promesas pusiste a tu incondicional servicio a cientos de miles de hombres y mujeres que a lo largo de veinte siglos han estado ciegamente a tu disposición, entregándote totalmente sus vidas, abandonando sus familias, renunciando a formar una propia y privándose de placeres legítimos y de bienes materiales.
Deja, pues, de llamarte «salvador» cuando en vez de mejorar a la humanidad has contribuido a ahondar más sus divisiones no sólo en relación a los que no aceptaron tus prédicas, sino entre tus mismos seguidores, que en veinte siglos han dado un pésimo ejemplo, haciéndose infinitas guerras y odiándose profundamente a causa de tus doctrinas, tan imperfectamente expuestas que han motivado innumerables interpretaciones y disputas.
Si realmente fueses Dios, deberías haber previsto esto, pero en lo alto de la cruz no tuviste oportunidad de prever nada ante el derrumbe total de todas tus ilusiones de redentor y salvador del género humano. Tu fantasmagórico mundo espiritual se te vino abajo cuando sentiste en tus carnes los clavos lacerantes y terriblemente reales de aquellos romanos terrenales y pragmáticos.
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