Roberto Alifano - El humor de Borges
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- Libro:El humor de Borges
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1995
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El humor de Borges: resumen, descripción y anotación
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Era un hombre de rostro sereno que vestía infatigablemente traje y corbata. Su ceguera se apoyaba en un bastón pulsado por las manos de poeta. Concibió libros admirables cuyo destino fue dar más luz a la literatura. Escribió un poema en que lamenta no haber sido feliz y donde afirma que siempre lo persiguió: la sombra de haber sido desdichado. Sin embargo, ese personaje distante en apariencia prodigaba alegría cuando conversaba.
Roberto Alifano
ePub r1.1
Un_Tal_Lucas 18.04.16
Roberto Alifano, 1995
Editor digital: Un_Tal_Lucas
Corrección de erratas: coso
ePub base r1.2
A los generosos cómplices en Borges.
«Qué lástima que todas esas anécdotas se pierdan, que este tipo de cosas no se publiquen…».
J. L. B.
ROBERTO ALIFANO (General Pinto, provincia de Buenos Aires, 22 de septiembre de 1943). Poeta, narrador, ensayista y periodista argentino. Su obra está traducida a diversos idiomas y ha sido distinguido con numerosos premios entre los que se cuentan el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2013), el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (1997), el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile (2003) y el Premio Pablo Neruda por su trayectoria poética (2003). Viaja para dictar conferencias y ofrecer lecturas de sus poemas. En 2005 fue candidato al Premio Cervantes de Literatura y en 2008 al Premio Juan Rulfo, que otorga el Gobierno de México. El Instituto de Cultura de México lo ha propuesto en 2014 para el Premio Nobel de Literatura.
Vivió en Chile durante el gobierno de Salvador Allende y despidió a Pablo Neruda cuando falleció a los pocos días del golpe militar. Esto hizo que fuera detenido por la dictadura de Augusto Pinochet y expulsado de ese país. Durante esos años también supo ser amigo de Nicanor Parra, de Jorge Edwards y de Volodia Teitelboim, entre otros. Desde 1974 hasta 1985 trabajó con Jorge Luis Borges, de quien se considera amanuense. En colaboración con el gran escritor, tradujo las Fábulas de Robert Louis Stevenson, la poesía de Hermann Hesse, relatos de Lewis Carroll y otros autores de poesía y literatura fantástica.
E l sentido del humor bien puede ser la clave para comprender la vida o para sobrellevarla. En el caso de Borges era también una forma de su escepticismo; consciente de la fragilidad de nuestra existencia, se tomaba en broma y tomaba en broma muchas de las cuestiones a las que otros suelen otorgar una trascendencia inmerecida.
Una mañana, en su casa, le pedí que me hablara del humor, que me lo definiera, y recordé una anécdota que él protagonizara con un común amigo.
—Borges, una vez nuestro amigo, el dibujante Eduardo Ferro, le preguntó —un poco tímidamente y con cierta reticencia, ya que él es humorista— qué opinaba usted del humor; y usted le respondió: «Es lícito».
—Ah, yo le respondí eso. Bueno, está muy bien; creo que sí, creo que es lícito ser humorista, el humor es algo sano.
—Usted es un hombre con un gran sentido del humor —insisto.
—Me parece que no está mal. La realidad es tan rara que si uno no la toma con humor no queda otro camino que el suicidio. Aunque también el suicidio puede ser una forma de humor; de humor negro en todo caso. Mi padre decía: «La realidad es tan rara, tan extraña, que hasta el milagro de la Santísima Trinidad es posible».
—¿Qué tipo de humor prefiere?
—Me gustan las bromas; soy partidario de los bromistas. Sobre todo de los bromistas que hacen bromas sobre sí mismos, de la gente que no se toma en serio. José Ingenieros era un gran bromista; Lugones, no. Lugones no tenía sentido del humor. Pero él hizo una broma sobre Ingenieros. Fue así: Ingenieros había publicado El hombre mediocre y, cuando Lugones se enteró de ese título, dijo: «El hombre mediocre… Bueno, sin duda, un libro autobiográfico». Luego a Ingenieros le contaron eso y él se divirtió mucho, pero dijo: «Que Leopoldo ahora se ajuste los pantalones». No recuerdo qué broma le hizo después él a Lugones. Fue seguramente una broma terrible, porque Ingenieros era de hacer bromas terribles. Una vez le hizo creer a un poeta, amigo de Rubén Darío y de Carriego, Charles de Soussens, que había ganado no sé qué premio en Francia, y le organizó un banquete y todo. Después resultó que eso había sido una broma, una broma bastante cruel, por supuesto. Y creo que fue Ingenieros también el que le cambió el apellido, en lugar de Soussens, le puso Sans Sou, sin un centavo, o sea pobretón. Y a Muzzio Sáenz Peña, que se llamaba sólo Carlos Muzzio, y era napolitano, él le hizo agregar el otro apellido. «Vos ya sos un hombre público, te está conociendo todo el mundo, pero ese apellido te perjudica; tenés que agregarte un segundo apellido, che, un apellido importante, que se te distinga y te relacione con la sociedad de Buenos Aires. Te tenés que poner Sáenz Peña, por ejemplo». «Pero ése es el apellido del presidente de la República —le dijo Muzzio—. Yo no puedo usar ese apellido»… Bueno, al final parece que Ingenieros lo convenció para que se pusiera ese apellido, y Muzzio pasó a ser Muzzio Sáenz Peña; así se lo conoce. Esa fue una broma de Ingenieros.
—Sí, yo sabía que era un gran bromista. Ingenieros fue el fundador de «La Siringa», que hizo bromas famosas en Buenos Aires.
—Macedonio Fernández y mi padre pertenecieron a ese grupo —completa Borges—. Ellos eran muy amigos de Ingenieros. Otra vez viajó invitado a los Estados Unidos, y en esa invitación había una visita al presidente. Cuando Ingenieros se presentó ante él, le dijo: «Incantado, Binito Villanoiva a sus órdenes»… Era un gran bromista, sí. Y se hizo famoso por sus bromas.
—¿Y el humor con juego de palabras, el humor con retruécanos, le gusta también?
—No, para nada. A mí ese humor me parece muy pobre, pero es una costumbre muy argentina el hacer humor con retruécanos. Es un humor que se basa en las casualidades de cada idioma. Es muy pobre ese humor; no me gusta.
—¿Y los cuentos? ¿Le gusta contar cuentos?
—Bueno, los cuentos son una especie de broma donde hay un error lógico. Pero me molestan un poco los cuentistas; esa gente que se la pasa contando cuentos todo el tiempo.
—A usted le interesa más el humor inglés, el humor del doctor Johnson, de Oscar Wilde, de Bernard Shaw, de Chesterton, ¿no?
—Es una forma de humor inteligente. Bueno, allí no falta la ironía, el sarcasmo.
—¿Se acuerda de aquellas bromas de Wilde? Cuando le dijeron, por ejemplo, durante una visita que hizo a la Cámara de los Lores, que ésta tenía una acústica perfecta, y al salir Wilde hizo este comentario: «Es cierto, la Cámara de los Lores tiene una acústica perfecta. No se oye absolutamente nada».
—Sí, la recuerdo. Ahora, el humor de Wilde tenía un secreto; ese secreto era modificar una palabra. Él decía, por ejemplo: «Fulana de tal tiene una de esas caras inglesas que vista por primera vez se olvida para siempre»; en lugar de una ostensible belleza, él ponía fealdad; lo mismo que en lugar de «se recuerda para siempre», él decía «se olvida para siempre». Pero está muy bien, es hacer humor con lo obvio, y para eso se requiere mucho ingenio. Yo recuerdo ahora una broma de Bernard Shaw; él dijo una vez: «Los ingleses tienen tres cosas importantes y ninguna de las tres son inglesas. El
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