Estela Canto - Borges a contraluz
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- Libro:Borges a contraluz
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1989
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Borges a contraluz: resumen, descripción y anotación
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«Hablo aquí del Borges vivo, del hombre que conocí. Lo presento en una dimensión que se ignora, a través de las cartas que me escribió, aunque todo el tiempo indago la relación entre el hombre y su obra… Paso de lo íntimo a lo político, de lo anecdótico a lo filosófico, componiendo su figura con estos elementos de distintos planos incesantemente referidos al contacto personal que tuve con él», declara Estela Canto en las primeras páginas de esta obra reveladora. Este libro es el testimonio de los años más intensos de la relación entre ellos, las cartas de amor que él le escribiera, así como los comentarios sobre el texto que Borges estaba gestando en ese tiempo y que luego le dedicaría a Estela, El Aleph. Borges a contraluz nos ofrece facetas desconocidas de la personalidad del genial escritor, así como su entorno familiar, las claves de las diferentes etapas de su creación y noticias sobre el grupo de intelectuales con los que tenía más afinidad: Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo y José Bianco.
Estela Canto
ePub r1.0
Titivillus 29.06.16
Título original: Borges a contraluz
Estela Canto, 1989
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A mi hermano Patricio Canto,
muerto el 26 de enero de 1989,
sin cuya sagacidad y atinados consejos
yo no habría escrito este libro.
Y a Georges Moentack,
que nos acompañó con su valor
y su energía inagotable, dándome
también aliento para este libro
ESTELA CANTO (Buenos Aires, 1916 - 1994) fue una escritora, periodista y traductora argentina.
Descendiente de una tradicional familia del Uruguay, algunos de sus antepasados son importantes militares. Su hermano, Patricio Canto, fue autor del ensayo El caso Ortega y Gasset, sobre el célebre filósofo español.
Estela realizó variados trabajos durante fines de los años 1930 y comienzos de la década de 1940. Entre ellos, fue corredora y bailarina en un local donde los hombres pagaban a las mujeres un importe para que bailaran determinadas piezas con ellos.
En 1944 conoce a Jorge Luis Borges, quien se enamoró de ella, a tal punto que fue destinataria de varias cartas románticas del escritor, cartas que ella publicaría en su libro Borges a contraluz (1989).
Trabajó en la Revista Sur y realizó varias traducciones, destacando En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
Este libro no tiene bibliografía.
Hablo aquí del Borges vivo, del hombre que conocí. Lo presento en una dimensión que se ignora, a través de las cartas que me escribió, aunque todo el tiempo indago la relación entre el hombre y su obra, explicando a ésta por aquél y a aquél por ésta.
Borges aparece como ser humano, dentro del marco de su país y de las vicisitudes que le tocó vivir.
Él pensaba que la patria es una «decisión», que uno es argentino porque ha decidido serlo. Con esta simplificación negaba la otra cara de la moneda: la fatalidad de haber nacido en un lugar, la fatalidad de un condicionamiento. En estas páginas tomo en cuenta la cara de la fatalidad —que él negaba— cotejándola todo el tiempo con la patria como elección, que él reconocía.
Paso de lo íntimo a lo político, de lo anecdótico a lo filosófico, componiendo su figura con estos elementos de distintos planos, incesantemente referidos al contacto personal que tuve con él.
Las anécdotas son numerosas, pero únicamente de dos clases: las que viví con él y las que él me contó. Sólo en el caso de su hermana, Norah Borges, me he permitido contar dos anécdotas de oídas. En dos ocasiones cedo a las conjeturas, a las cuales era él tan aficionado. En el caso del Poema conjetural, cuando se refiere a «un remoto día de la niñez», y al indagar los motivos que lo impulsaron a su primer casamiento.
La perfecta forma que supo
Dios desde el principio.
Jorge Luis Borges
Sólo frente a la muerte podrá ver un hombre «su insospechado rostro eterno». Sólo frente a la muerte podremos nosotros, los que quedamos, ver indicios de ese rostro insospechado, «la forma perfecta» que supo Dios.
Borges insistió en casi todos sus cuentos, en sus poemas, hasta en algunas entrevistas deformadas —como son la mayoría— que un hombre es «todos los hombres». Es decir, el hombre encierra en sí todas las posibilidades; el hombre es el microcosmos.
La idea, por cierto, no era nueva. Se remonta a la Antigüedad tardía, fue alambicada infinitamente por los cabalistas españoles de la Edad Media, rejuvenecida por los ardorosos filósofos del Renacimiento, y sigue viviendo hasta el día de hoy, sin gloria, en los manuales populares de teosofía. Borges no la halló en éstos, sino en los libros cabalísticos —en El Libro de los Esplendores, en Moisés de León—, que tanta atracción tenían para él. Hay dos vertientes de esta idea del hombre como microcosmos: una débil (esotérica y aria) y otra fuerte (secreta, tradicional y judía). Borges seguía la tradición de signo fuerte.
Esta tradición exige que se tienda un velo sobre las últimas verdades, y Borges, un hombre gárrulo, cumplió a un cierto nivel con el mandamiento. Desde sus primeras obras fue enigmático y contradictorio. Uno de sus tempranos ensayos está encabezado por una cita de Thomas De Quincey que expresa plenamente su ambigua actitud: «Un modo de verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada».
La personalidad de Borges era elusiva, escurridiza; era un cierto hombre para cada una de las personas que lo conocían, o creían conocerlo. Y muchas veces éste tenía poco que ver con el hombre que otros habían visto, admiradores ocasionales que lo visitaban en su apartamento de la calle de Maipú. Su básica coquetería, velada y que solía pasar inadvertida, lo llevaba a mostrar a esta gente el Borges que ellos querían ver.
Yo tuve la suerte de conocerlo en los años tal vez más decisivos de su vida, los años de su madurez como escritor; fui su íntima amiga desde sus cuarenta y cinco hasta sus cincuenta y dos años. Entonces me dedicó el cuento que muchos consideran su obra más importante: El Aleph.
Voy a escribir sobre el Borges de El Aleph, el hombre a medio camino entre una juventud que él consideraba fracasada y una vejez en la cual el triunfo llegó a ser, por momentos, abrumador.
Borges ha sido probablemente el escritor más original de la segunda mitad de nuestro siglo. El Aleph arroja luz sobre su compleja, patética, exaltada y dramática personalidad. Las cartas que me escribió en esos años son un flagrante ejemplo de sus ilusiones, frustraciones y esperanzas.
Aunque he de concentrarme en el Borges de este período, nuestra amistad duró, con altibajos, hasta los últimos días de 1985. En noviembre de ese año lo vi por última vez, antes de irse de Buenos Aires a dar la forma final a su vida, cerrar el círculo, rubricar su destino y morir.
La tarea no es fácil; demasiadas cosas de mi juventud están implicadas en ese período que va de 1945 a 1952. Me veré forzada a referirme a hechos que tal vez parezcan desagradables o indiscretos. Todos somos entidades cerradas, sólo podemos adivinar a los otros y, por lo general, vemos en ellos lo que queremos ver.
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