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Antonio Fernández Ferrer - Borges A/Z

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Antonio Fernández Ferrer Borges A/Z

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Ajedrez

El ajedrez nació, quizás, en la legendaria Atlántida, y muchas de sus piezas han ido cambiando de forma con el tiempo. Por ejemplo, el caballo era el caballero, y el alfil, que es una deformación de marfil, era un elefante. Es increíble cómo una cultura que se desarrollaba con juegos como el ajedrez, haya degenerado a juegos tan vulgares como el fútbol.

Barnatán, 1978

Amistad

La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida.

El informe de Brodie, 1970

Creo que la amistad es la mejor pasión argentina.

Arias, 1971

La amistad pervive. Sí, aunque los amigos no se vean seguido. Yo soy muy amigo de Mastronardi y nos vemos escasamente. El amor, en cambio, requiere milagros, pruebas y confirmaciones permanentes.

Borges & Sábato, 1976

Amor

Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible.

«El encuentro con Beatriz», 1949

Vale la pena ser desdichado muchas veces, para ser feliz un minuto.

Petit, 1980

Estar enamorado es percibir lo único que hay en cada persona, eso único que no puede comunicarse salvo por medio de hipérboles o de metáforas.

«Así escribo mis cuentos», 1981

Enamorarse es producir una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable.

Contraviento, 1984

Parece que esta época se ha apartado de todas las versiones del amor… parece que el amor es algo que debe ser justificado, lo cual es rarísimo, porque a nadie se le ocurre justificar el mar, o una puesta de sol, o una montaña: no necesitan ser justificados.

ABC, 1986

Anglosajón

Empezó por mi interés —que mantengo, pero menos vivo— por la metáfora. Por el hecho de saber que los sajones de Inglaterra y los escandinavos tenían un sistema rígido de metáforas (…). Entonces, me interesó el hecho de saber que las lenguas germánicas tenían un sistema de metáforas. Desde luego, esas metáforas las había inventado alguien, pero en algún momento llegaron a fosilizarse. Y entonces se incorporaron al texto. Por ejemplo, no se decía batalla, sino «encuentro de lanzas», «fiesta de espadas», lo que fuera. Eso se hizo por razones de aliteración. Entonces me interesé mucho e indagué. Logré averiguar que ese sistema se dejó de aplicar cuando en Inglaterra desapareció el anglosajón. Eso me llevó al anglosajón. Después aproveché el hecho de tener una cátedra de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras, para proponer a mis alumnos el estudio del anglosajón. Mis alumnos aceptaron. Busqué libros, los consulté, comprobé que hasta yo mismo tenía libros sobre el tema que nunca había indagado, y así fue que empezamos a leer la crónica anglosajona. Recuerdo que lo primero que me impresionó fue una frase que nos embriagó tanto que corríamos por la calle Perú gritándola: «Julius Caesare eraest Romana Brettenlord gesohte» («Julio el César fue el primero de los romanos que vino a Bretaña»). Yo pensé que alguno de mis mayores había hablado ese idioma y supuse que quizá había compuesto esa línea, ¿por qué no? Y así empezó la cosa. Ya no fueron razones filológicas, porque realmente hemos estudiado muy poco la gramática. Cuando comenzamos a estudiar la gramática, todos, empezando por mí, teníamos ganas de abandonar el anglosajón. Pero también encontramos bellezas que son intraducibles. Tanto, que llegué a pensar que una definición de un verso bueno sería un verso que no es traducible. Porque si es traducible quiere decir que depende demasiado del sentido; no sé, pero los versos tienen que ser algo misteriosos, tienen que depender en algo del sonido. Por eso, a usted le pareció linda esa frase en anglosajón. Otra cosa linda: los anglosajones le daban a Roma el nombre de Romaburg (Romaburgo). Después, hay inscripciones lindas en anglosajón; fíjese en ésta: «La sepultura es la última casa del hombre». Además, el sonido de las eses, un sonido magnífico, que aún se conserva en Escocia… En fin, el estudio del anglosajón y la conciencia de que nunca lo sabré todo… es como una especie de tarea infinita en la que nunca hay que apresurarse porque nunca se puede llegar al fin.

Giménez Zapiola, 1974

Antología

Posiblemente ahora los mejores poetas contemporáneos sean nombres ignorados por nosotros, en países que no sospechamos. A lo mejor el primer poeta del año mil novecientos setenta y tantos es un señor que está escribiendo en Borneo o en Suiza. Las cosas se saben con el tiempo.

Eso se nota mucho en las antologías: Vd. toma cualquier antología y el principio es bueno porque la selección ya ha sido hecha por el tiempo. Hay un libro que se llama Los cien mejores poemas de la lengua española, hecho por Menéndez Pelayo que sabía algo sobre el tema. En principio tiene poemas muy lindos —romances, sonetos— de todo: Fray Luis, San Juan de la Cruz… Luego, cuando llega al siglo XIX, está completamente perdido. Incluye escritores latinoamericanos como el de «A la agricultura en la zona tórrida» que es malo; la otra es Salomé Henríquez Ureña, la madre de Pedro Henríquez. Los demás son como si no existieran para él. Él tenía razones de amistad. Él tenía que incluir a poetas que eran amigos de él… Sí, de modo que usted cuenta entre las cien mejores poesías de la lengua castellana, poesías de personas que nadie recuerda ahora o poetas del siglo XVIII, que fue tan pobre en España (…), pero, con todo, es mejor la primera mitad de la antología y eso no se explica sólo por la decadencia de España: se explica por el hecho de que toda antología contemporánea —incluso la que usted o yo podamos hacer— tiene que corresponder un poco a amistades (…).

Claro, pero en el caso de los muertos, no hay simpatías ni antipatías. Posiblemente Virgilio era una persona insufrible. El Dante no creo que haya sido muy querido y Milton debe haber sido una persona espantosa, ¿no? (…). Claro, y Hernández, por ejemplo, que se reverencia tanto en la República Argentina, no impresionó a ninguno de sus contemporáneos, porque no hay anécdotas de él.

Gutiérrez de Lucena, 1975

Argentina

También es lícito decir que la mejor tradición argentina es la de superar lo argentino.

«Un destino», 1961

Y ya que he hablado de Sur, ya que Victoria Ocampo nos ha congregado, quiero repetir, para terminar, una vindicación de Sur, del espíritu de Sur, del espíritu de Victoria, que he debido hacer otras veces. Y es la absurda acusación de falta de argentinidad. La hacen quienes se llaman nacionalistas, es decir, quienes por un lado ponderan lo nacional, lo argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos de tratar de considerar el universo. Ahora bien, es difícil definir lo argentino, precisamente porque lo argentino es algo elemental y lo elemental es de difícil o de imposible definición. Pero si ya existe en el cielo platónico un arquetipo de lo argentino, y creo que existe, uno de los atributos de ese arquetipo es la hospitalidad, la curiosidad, el hecho de que de algún modo somos menos provincianos que los europeos; es decir, nos interesan todas las variedades del ser, todas las variedades de lo humano; nos interesan todas las variedades de la geografía y de la historia, del espacio y del tiempo. Y esa tendencia argentina a ver el universo y a ver no sólo lo que ocurre aquí ahora, sino lo que ocurrió en otras partes, lo que ocurrirá en todas partes. Todo eso ha sido estimulado generosamente, admirablemente y eficazmente por nuestra admirable amiga Victoria Ocampo.

«Los premios nacionales de poesía», 1964

La patria es un problema; el presente siempre lo es, ya que comporta un desafío, ya que el Juicio Final —el día más joven, como lo ha llamado Alemania— está perpetuamente ocurriendo. Creo, sin embargo, que tenemos algún derecho a la esperanza. Del más despoblado y perdido de los territorios del poder español, hicimos la primera de las repúblicas latinoamericanas; derrotamos al invasor inglés, al castellano, al brasileño, al paraguayo, al indio y al gaucho, que luego elevaríamos a mito, y llegamos a ser en un continente de superficiales y pequeñas aristocracias y de multitudes indígenas o africanas, un honesto país de clase media y de sangre europea. Carecemos o casi carecemos (loados sean los númenes bienhechores) de la fascinación del color local, propicia al turismo.

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