Carlos Altamirano
LA INVENCIÓN DE NUESTRA AMÉRICA
Obsesiones, narrativas y debates sobre la identidad de América Latina
Apellido, Nombre
La invención de Nuestra América.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2021.
Libro digital, EPUB.- (Hacer Historia)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-801-104-2
1. América Latina. 2. Historia de América. 3. Conquista de América. I. Título.
CDD 980
© 2021, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de portada: Pablo Font
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: septiembre de 2021
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-104-2
A Adrián Gorelik
Unas palabras sobre el libro
Reúno en este volumen varios ensayos de lo que algunos llaman “historia de las ideas” y otros llamamos “historia intelectual”. Todos se hallan referidos a temas en que se manifestó, no solo en el pasado, la persistente preocupación por la identidad de América Latina, sea en la definición del nombre adecuado a su ser histórico, en la búsqueda de las raíces –un comienzo y las manifestaciones de ese origen–, o en los debates sobre la originalidad de su expresión, se tratara de una originalidad alcanzada o por alcanzar. ¿En qué medio surgió y se perpetuó la inquietud de la identidad? Allí donde siempre esa inquietud aflora en todas partes: en las filas de las élites culturales. (Por cierto, a veces la identidad suele ser invocada en discursos de jefes políticos y religiosos).
Las representaciones de la identidad de “nuestra América” han sido y son numerosas. Conforman una vasta literatura de tesis y relatos: mitos de origen y de los ancestros, teorías sobre fallas constitutivas de la sociedad latinoamericana o utopías sobre su porvenir; en fin, historias de las vicisitudes de una conciencia colectiva que se busca y a veces se extravía. Los ensayos que siguen pueden considerarse exploraciones en ese campo discursivo siempre activo.
La historia intelectual es un campo de estudios, pero no constituye “un todo unificado”, como advierte Robert Darnton. a menudo han sido también, tanto en el siglo XIX como en el XX, actores de la vida política, y sus escritos no han estado despojados de pasiones cívicas. La cuestión de la identidad y de los argumentos y porfías conectados con ella nunca ha movilizado solo raciocinios ni se redujo tampoco a un tema de erudición.
El primer planteo para fundamentar las investigaciones que componen el libro tiene sus años. Lo expuse en una conferencia que leí en el cierre de las Jornadas Interescuelas de Historia que se realizó en la Universidad Nacional de Mendoza en 2013. Tras escribirla, me había quedado con la sensación de que el asunto daba para más, tal vez para un artículo que añadiera algún análisis concreto a las hipótesis. Una colega amiga, Anahí Ballent, que había asistido también a las jornadas, me hizo pensar en una alternativa: ¿por qué no un libro? Como suele ocurrir, una idea llevó a otra, que se enlazó con una nueva, en un proceso que la investigación a la vez iba a animar, controlar y obligar a volver sobre los pasos y corregir. De ese encadenamiento proviene este libro. El primero de los artículos reproduce con modificaciones la conferencia de 2013. Los tres siguientes son versiones corregidas y ampliadas de argumentos expuestos en cursos universitarios –Colegio de México (2014), Universidad Torcuato Di Tella (2015)– y en seminarios sobre historia intelectual. El quinto y el sexto son los más recientes. Como casi sistemáticamente aparecía la pregunta de qué era eso de la identidad, escribí el apéndice que cierra el libro.
Trabajé en los asuntos del libro irregularmente –otros temas y otros compromisos me apartaban por un tiempo–. Pero siempre volvía. En el curso de esta labor intermitente pude contar con la buena voluntad de varios colegas. Nora Catelli, Fernando Devoto, Gabriel Entin, Alejandra Mailhe y Jorge Myers leyeron algunos de los textos reunidos aquí; a ellos les agradezco las observaciones y los comentarios que me hicieron en su oportunidad. Por supuesto, la responsabilidad de lo escrito es exclusivamente mía. Estoy en deuda también con los colegas que facilitaron espacios institucionales en que pude exponer los argumentos de estos ensayos: Javier Garciadiego, Sergio Miceli, Eduardo Devés Valdés, Renato Ortiz, Vania Markarian. Last but not least, debo también reconocimiento a Carlos Díaz, que ha dado acogida al libro en el catálogo de Siglo XXI.
Robert Darnton, “Historia intelectual e historia cultural”, en El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural, Buenos Aires, FCE, 2010, p. 220.
Ibíd., p. 233.
Regis Debray, Introducción a la mediología, Barcelona, Paidós, 2001, cap. 2.
1. Un largo desvelo
Registros de una constante
La preocupación por la identidad colectiva nunca ha hallado reposo en lo que suele llamarse “nuestra América”, una expresión que conoció diferentes usos desde que se acuñó en el lenguaje de los criollos ilustrados en el siglo XVIII. Hoy nos valemos de ella para referirnos a América Latina. Como una materia resiliente capaz de sobreponerse a todos los contrastes de la experiencia, la cuestión de la identidad siempre vuelve. Pierde algunos de sus ingredientes y simbolizadores, pero adquiere otros (si ya no es Ariel, puede ser Calibán), se rehace.
Aunque los interrogantes y las repuestas que el asunto de la personalidad singular de esta América ha suscitado marcan algunos períodos históricos más que otros, la cuestión fue y sigue siendo objeto de una rumia que por momentos parece detenerse, pero que siempre resurge y reanuda su trabajo. Se ha llegado a hablar, escribe Arturo Uslar Pietri,
de una angustia ontológica del criollo, buscándose a sí mismo sin tregua, entre contradictorias herencias y disímiles parentescos, a ratos sintiéndose desterrado en su propia tierra, a ratos actuando como un conquistador de ella, con una fluida noción de que todo es posible y nada está dado de manera definitiva y probada.
El propio Uslar Pietri emitiría también su respuesta a esa averiguación.
En ocasiones ha sido el impacto de acontecimientos políticos, internos o externos, lo que hizo volver la mirada sobre la consistencia, el contenido, las formas y aun la existencia de ese modo de ser que se evoca con gentilicios como americano, hispanoamericano o latinoamericano. Probablemente haya sido Simón Bolívar el primero en problematizar el “pueblo” en que debía radicar la identidad colectiva de los países de “nuestra América”. Fue en el escrito muy conocido y citado, la Carta de Jamaica, que redactó en una de las pausas de la guerra por la independencia. No somos indios ni europeos, decía en ese texto, “sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. Aunque “americanos por nacimiento, nuestros derechos” (o sea, los de los criollos) procedían de Europa; “tenemos que disputar estos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado”. Vista como uno de los infortunios que sufrían las sociedades surgidas de la independencia, esa rajadura será invocada ya para explicar por qué el terreno no era propicio para la república, ya para dar razones de las demoras en el progreso. Durante el siglo XIX y parte del XX, la raza fue uno de los ejes de la cuestión identitaria (no solo en América, hay que decirlo).
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