Agradecimientos
Me dedico a estudiar la historia de América Latina desde hace muchos años, pero este libro fue pensado durante mi estadía en el Wissenschaftskolleg zu Berlin, en 2008-2009; los diálogos con Ottmar Ette, Ibrahima Thioub, Dipesch Chakrabarty y Sina Rauschenbach me abrieron nuevas y estimulantes perspectivas en un ambiente privilegiado, marcado a la vez por la excelencia más simple y sencilla. Luego tuve la oportunidad de seguir trabajando en el libro durante 2012-2013 en el Kulturwissenschaftliches Kolleg Konstanz; debo agradecer el apoyo constante de los profesores Rudolf Schlögl y Fred Girod, y la infaltable amistad de Sina Rauschenbach. La magnífica biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín fue, y sigue siendo, un espacio de privilegio para la investigación, el diálogo y la amistad, del que me he beneficiado continuamente a lo largo de los años, sobre todo gracias a becas cortas de investigación del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD).
El acceso en línea a bases de datos a través de la biblioteca de la Universidad de Costa Rica ha sido otro recurso indispensable, que no termina de asombrarme, sobre todo cuando recuerdo mis primeras armas en la investigación, luchando con los ficheros y las notas manuscritas en cuadernos, en los viejos edificios de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, de la Bibliothèque National de France en París o de la Library of Congress en Washington DC.
El texto que se ofrece al lector es una larga reflexión que combina la narrativa historiográfica clásica con la indagación analítica de las humanidades y las ciencias sociales. No está destinado a la comunidad de historiadores especializados, sino más bien a un público más amplio, de personas interesadas en el pasado y el presente de América Latina; provocar, discutir, problematizar, son los propósitos básicos del texto, con la expectativa de que el lector saque sus propias conclusiones.
El capítulo 1, dedicado al período 1780-1850, y el capítulo 7, volcado a la historia más reciente, son ampliamente narrativos, con la idea de que al lector de nuestros días le interesarán los detalles de la época de la independencia, festejada en los bicentenarios, y los de la historia más reciente, con la que le ha tocado convivir. Entre medio se presentan capítulos temáticos: la historia social de las ideas, en el capítulo 2; una combinación de historia económica e historia política en el capítulo 3; un acercamiento a la creación musical a través de la obra de Villa-Lobos en el capítulo 4; un abordaje desde las artes plásticas siguiendo los trazos de los pinceles de Antonio Berni en el capítulo 5; y por fin, en el capítulo 6, se estudian ciertas imágenes y estereotipos que marcan las relaciones entre los Estados Unidos y la América Latina.
Una presentación muy preliminar del capítulo 1 se realizó en el marco del congreso «Entre Imperios y Naciones. Iberoamérica y el Caribe en torno a 1910», el cual tuvo lugar en A Coruña en julio de 2010. Los temas del capítulo 2 fueron presentados en dos cursos cortos de posgrado en 2015, uno en la Pontificia Universidad Católica de Chile y otro en la Universidad de Costa Rica. Los temas del capítulo 6 fueron presentados en varias reuniones de la Red Transcaribe de la Universidad de Costa Rica, animadas por Werner Mackenbach.
Esta obra cierra una trayectoria de muchos años; en forma más general, debo recordar y agradecer a los que me enseñaron el camino de esta disciplina. José Luis Romero, en primer lugar; sin sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el viejo edificio de la calle Viamonte, nunca me hubiera dedicado a la Historia; su ejemplo de seriedad intelectual y generosidad, unidos a la magia de su palabra y su escritura, me marcaron para toda la vida. En Francia, Pierre Vilar me permitió entrar de lleno en el mundo de los historiadores. En los cursos de Celso Furtado tuve la suerte de estudiar en serio el pasado y el presente de América Latina; ahora sé que no podría haber tenido una guía mejor ni más experimentada; y también en París, la interacción con estudiantes latinoamericanos me permitió ampliar mi limitada experiencia argentina. El azar y las amistades me llevaron a empezar mi carrera académica profesional en El Salvador y Honduras, y a continuarla en Costa Rica; aún no la he concluido, como creo que lo prueba este libro. No puedo terminar estos agradecimientos sin recordar a Tulio Halperín Donghi, mi profesor y amigo, cuya ausencia desde 2014 deja un vacío imposible de llenar.
El libro está dedicado a Ciro Flamarion Cardoso, mi amigo y colega de tantos años; es un tributo a su memoria y a su manera de practicar la historia.
Yolanda ha leído todo el texto y aportado importantes sugerencias y correcciones; ella, mis hijos y mis amigos me han acompañado y apoyado en este ya largo periplo.
Gracias es la palabra para terminar, no sin antes subrayar, como es usual, que soy el único responsable de los errores que el lector pueda encontrar.
La publicación en Alianza Editorial, al cuidado de Javier Setó y Jesús M. Peña, no hubiera podido estar en mejores manos.
Berlín, octubre de 2008
San José, Costa Rica, diciembre de 2016.
Historia global de América Latina
Del siglo XXI a la Independencia
División política de América Latina.
División política de América Central y el Caribe.
Un sueño entre dos siglos. 2010-1810
El sueño de Diego Rivera
En julio de 1970, viajando de París a Centroamérica, hice escala en la Ciudad de México; me alojé en el Hotel del Prado, en cuyo comedor Diego Rivera (1886-1957) había pintado, en 1947, un inmenso mural de 15,67 metros de ancho por 4,17 metros de altura.
Se trata de la obra Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central; el terremoto de 1985 destruyó el Hotel del Prado, pero por suerte no el mural, el cual pudo ser trasladado a su emplazamiento actual en 1986. Mientras desayunaba, admirando el mural, no tuve conciencia de que estaba empezando a pensar el libro que el lector tiene ahora en sus manos. Diego Rivera, comisionado por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia para pintar un mural en el hotel, el cual quedaba justo enfrente de la Alameda, se imaginó una tarde dominical en ese paseo emblemático de la Ciudad de México, pero en un sueño. Eso le dio libertad absoluta sobre los personajes reunidos en el paseo y sobre el momento cronológico del evento. Rivera apreciaba mucho a su profesor de historia José María Vigil y Robles (1829-1909), y lo imagina soñando la historia de la Alameda, que es a la vez, también la historia de México.
Sobre los frondosos árboles de la Alameda que ocupan todo el fondo del mural, se escalonan tres planos diferentes; en el primero, enfrente del observador aparecen unos treinta personajes, algunos bien identificados y otros más bien anónimos; el segundo plano es más abigarrado de personajes y se recorta sobre el tercero, mucho más alejado e inanimado, ya que muestra cúpulas de iglesias y grandes edificios públicos en la extrema izquierda y la extrema derecha del amplio panel; en el centro se ve una fuente del parque y se alza un globo aerostático, con las siglas RM y un tripulante que agita la bandera de México.