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© 2017 por HarperCollins Español
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
Título en inglés: Finding Gobi
© 2017 por Dion Leonard
Publicado por W. Publishing Group, un sello de Thomas Nelson. Nelson Books y Thomas Nelson son marcas registradas de HarperCollins Christian Publishing, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro—, excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Este libro está basado en eventos reales de la vida del autor. En ciertos lugares, sin embargo, el autor ha decidido cambiar algunos de los nombres de las personas con las que tuvo contacto.
Editora en Jefe: Graciela Lelli
Traducción: Belmonte traductores
Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-0-71809-877-3
EPub Edition May 2017 ISBN 9780718098964
Impreso en Estados Unidos de América
17 18 19 20 21 DCI 6 5 4 3 2 1
Para mi esposa, Lucja.
Sin tu incansable apoyo, dedicación y amor,
esto nunca habría sido posible.
EL EQUIPO DE CÁMARAS TERMINÓ ANOCHE; ALGUIEN de la editorial llega mañana. Aún puedo sentir el jet lag y otros efectos secundarios de llevar cuarenta y una horas de viaje en mi cuerpo, así que Lucja y yo hemos decidido ya hacer que esta, nuestra primera carrera del año, sea fácil; además, no solo tenemos que pensar en nosotros dos. Hay que tomar en consideración a Gobi.
Tomamos las cosas con calma al pasar frente al pub, bajar por el lado del Palacio de Holyrood, y ver el claro cielo azul que cede el paso al monte cubierto de verde que domina el horizonte de Edimburgo: Arthur’s Seat. Yo he subido hasta ahí más veces de las que puedo recordar, y sé que puede ser brutal. El viento puede ser tan fuerte de cara, que te empuja hacia atrás, y el granizo puede golpearte la piel como si fueran cuchillos. En días como esos, ansío los 49 ºC de calor del desierto.
Pero hoy no hay ni viento ni granizo. No hay nada brutal en el aire mientras ascendemos, como si el monte quisiera presumir en toda su gloria ante el cielo claro y sin nubes.
En cuanto pisamos la hierba, Gobi se transforma. Esta perrita que es lo bastante pequeña para que pueda llevarla bajo un brazo se convierte en un león feroz mientras va subiendo la cuesta.
—¡Vaya! —dice Lucja— ¡Mira qué energía tiene!
Antes de que yo pueda decir nada, Gobi se gira, con su lengua fuera, los ojos brillantes, las orejas hacia delante y sacando pecho. Es como si ella entendiera exactamente lo que ha dicho Lucja.
—Aún no has visto nada —digo yo a la vez que subo un poco el ritmo del paso en un intento por soltar la presión que hace la correa—. Así se comportaba cuando estábamos en las montañas.
Ascendemos un poco más, más cerca de la cumbre. Estoy pensando que, aunque le puse el nombre de un desierto, vi por primera vez a Gobi en las cuestas frías y accidentadas del Tian Shan. Ella es una verdadera escaladora, y con cada paso que damos se aviva cada vez más. Poco después, mueve la cola tan rápidamente que se desdibuja, y todo su cuerpo salta y palpita de pura alegría. Cuando ella vuelve a mirar hacia atrás, yo podría jurar que está sonriendo. Dice: ¡Venga! ¡Vamos!
En la cumbre, me empapo de todos esos paisajes tan familiares. Delante de nosotros se despliega todo Edimburgo, y más allá está el Puente Forth, las colinas de Lomond, y el camino West Highland, y yo he corrido cada uno de sus 154 kilómetros. También puedo ver North Berwick, a distancia de una maratón completa. Me encanta correr a lo largo de la playa, incluso en los días duros cuando el viento intenta derribarme y siento que cada kilómetro es toda una batalla en sí mismo.
Han pasado más de cuatro meses desde que estuve aquí. Aunque todo resulta muy familiar, también hay algo diferente.
Gobi.
Ella decide que ya es momento de descender, y me arrastra bajando la colina. No por el sendero, sino en línea recta. Yo voy saltando sobre penachos de césped y piedras del tamaño de maletas, y Lucja va siguiendo el ritmo detrás de mí. Gobi las sortea todas ellas con gran destreza. Lucja y yo nos miramos y reímos, disfrutando el momento que habíamos anhelado de ser una familia y poder correr juntos.
Por lo general, correr no es tan divertido como hoy; de hecho, para mí correr nunca es divertido. Quizá gratificante y satisfactorio, pero no tan divertido que te hace reír. No como es ahora.
Gobi quiere seguir corriendo, así que le dejamos que ella dirija. Nos lleva donde ella quiere ir, a veces otra vez más arriba en el monte, y otras veces hacia abajo. No hay ningún plan, ni tampoco una ruta predeterminada. Tampoco hay preocupaciones ni problemas. Es un momento despreocupado, y por eso y muchas otras cosas estoy agradecido.
Después de los últimos seis meses, siento que lo necesito.
He enfrentado cosas que nunca pensé que enfrentaría, todo ello debido a este pequeño manchón de pelo color marrón que tira de mi brazo como si me lo fuera a sacar. He encarado temor como nunca antes he conocido; también he sentido desesperación, del tipo que deja viciado y sin vida el aire que te rodea. He enfrentado la muerte.
Pero esa no es la historia completa. Hay mucho más.
Lo cierto es que esta pequeña perrita me ha cambiado de maneras que creo que tan solo comienzo a comprender. Quizá nunca llegue a entenderlo del todo.
Sin embargo, sé lo siguiente: la búsqueda de Gobi fue una de las cosas más difíciles que he hecho jamás en mi vida.
Pero ser encontrado por ella, eso fue una de las mejores cosas.
DESPUÉS DE ATRAVESAR LAS PUERTAS DEL AEROPUERTO me encontraba en China. Hice una pausa y permití que mis sentidos pudieran encajar el fuerte golpe de ese caos. Mil motores que aceleraban en el estacionamiento se enfrentaban en batalla contra mil voces que me rodeaban mientras la gente gritaba a sus teléfonos.
Las señales estaban escritas en caracteres chinos y también en lo que me parecía ser árabe. Yo no sabía leer ninguno de los dos idiomas, así que me uní a la multitud de cuerpos que supuse que estaban esperando un taxi. Yo era treinta centímetros más alto que la mayoría de las personas, pero por lo que a ellos respectaba, yo era invisible.
Estaba en Urumqi, una ciudad en rápido crecimiento en la provincia de Xinjiang, en lo alto de la esquina superior izquierda de China. Ninguna ciudad del mundo está tan lejos de un océano como Urumqi, y mientras llegábamos por aire desde Beijing, observaba cómo cambiaba el terreno: de ser montañas abruptas y nevadas a ser vastos trechos de desierto vacío. En algún lugar allí abajo, un equipo de organizadores de carreras había trazado una ruta de 250 kilómetros que acogía esas cumbres heladas, vientos incesantes, y el monte bajo adusto y con matorral conocido como el Desierto de Gobi. Yo iba a cruzarlo corriendo, realizando un poco menos de una maratón al día durante cuatro días, después casi dos maratones el quinto día, y correr durante una hora a toda velocidad en la etapa final de diez kilómetros que pondría fin a la carrera.
Se denomina «ultramaratones» a este tipo de carreras, y es difícil pensar en una prueba más brutal de resistencia mental y física. Personas como yo pagamos miles de dólares por el privilegio de hacernos soportar pura agonía, perdiendo el cinco por ciento de nuestro peso corporal en el proceso, pero vale la pena. Conseguimos correr en algunas de las partes más remotas y más pintorescas del mundo, y tenemos a nuestro lado una red de seguridad de un equipo de apoyo dedicado y un equipo médico con mucha formación. A veces, estos retos pueden llegar a ser intensos y atroces, pero también son transformadores.
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