INTRODUCCIÓN GENERAL
I. ÉPOCA Y VIDA DE DIÓN DE PRUSA
A) PRESUPUESTOS CULTURALES, SOCIALES Y POLÍTICOS
Dión pertenece al mundo griego de la segunda mitad del siglo I d. C. y primeras décadas del siglo II. En literatura griega los manuales y tratadistas llaman «época imperial romana» al período que transcurre entre el año 30 a. C., fecha definitiva de la conquista de Alejandría por Roma, y el 529, año en que Justiniano cierra la Academia de Atenas. Entretanto, ha tenido lugar la fundación de Constantinopla (año 330) y la aparición de la Edad Media con la división del Imperio Romano, el 395, en Oriental y Occidental.
Cuando nació Dión, Grecia ocupaba literariamente un segundo.
Los gobernadores romanos no sustituyen a los monarcas helenísticos en el papel de mecenas literarios y artísticos. Su interés se centra en reafirmar la autoridad romana, conducir el ejército, cobrar tributos y gabelas y enriquecerse. Casos como el de Plinio el Joven, contemporáneo de Dión de Prusa, constituyen ejemplos aislados. Grecia, además, fue la provincia romana que más sufrió las consecuencias de las guerras civiles que conmocionaron el Imperio hasta la entronización de Augusto como Princeps. Estas guerras fueron la causa de que quedaran desiertas extensas regiones del Imperio. La población se aglomeró en las grandes urbes, como Roma y Alejandría. La constante emigración de griegos a Roma explica que todos los escritores del siglo I d. C. desarrollaran su actividad o permanecieran largas temporadas en la capital del Imperio.
Dión de Prusa no es una excepción, sino que confirma la regla general.
En el período precedente pueden citarse escritores como Diodoro, Dionisio de Halicarnaso y Estrabón. Todos ellos escriben en «Bibliotecas» y sus escritos van destinados a círculos de eruditos, hecho que motiva una literatura artificial, desarraigada y sin conexiones con la vida real del pueblo. Sus obras tratan de divulgar conocimientos ya adquiridos e ideas tradicionales. Su labor creadora es bastante exigua y el anquilosamiento de las formas y géneros tradicionales es evidente.
La creación e inspiración literarias ya no brotan de la entraña viva de un pueblo libre, como otrora la epopeya, la lírica, el drama y la elocuencia, sino que se alimentan de la imitación (mim e sis), en ocasiones servil y casi siempre artificiosa. Los ojos y los oídos de Roma estaban atentos en todas partes y su mano pronta para ejercer sangrienta represión, si en algún sitio no se acataba su voluntad. Los pueblos libres desaparecen transformados en masas de proletarios. Este proletariado urbano lo forma una mezcla heterogénea de hombres de todos los orígenes y procedencias: egipcios, sirios, capadocios, frigios, gálatas, judíos, etc. El interés de estas masas radicaba en dar satisfacción a sus instintos mediante las diversiones que les ofrecía el poder: juegos, espectáculos y pantomimas. A este proletariado le interesaban las emociones, no las ideas. El poder, además, fomentaba esta abstención y reprimía duramente cualquier intento de interés por la política. Frente a estas masas de desheredados de la fortuna existía una clase social elegante y refinada, amante de la buena mesa y de los placeres, que sentía curiosidad por una literatura artificiosa y no comprometida. Esta clase dirigente recibía una educación anquilosada y casi extranjera y reaccionaba contra cualquier idea que pudiera venir de los de abajo. Era amante no de la creación de nuevas formas, sino de la imitación de los autores considerados modélicos. Este sombrío panorama no favorecía el clima adecuado para el desarrollo de una literatura con unidad de visión y de ideas, fecunda en sus resultados y atrayente por sus ideales.
Si ésta era la situación cultural y social de la capital del Imperio, no eran mejores las circunstancias de Alejandría, convertida en un centro de sentimientos hostiles a Roma, sojuzgada como todo Egipto y sometida a una explotación sin contemplaciones por parte del poder central que adoptó el sistema administrativo de los Ptolemeos.
Los aires nuevos vendrían de Oriente que, junto con el Cristianismo, aportaría los nuevos ideales. En las ciudades del Asia Menor se desarrolla una burguesía que se encarga de las tareas municipales, de la construcción de edificios públicos, del culto local, de los gimnasios y de los juegos, velando para que en las épocas de escasez no faltaran los artículos de primera necesidad, como el trigo y el aceite. Esta autonomía municipal, aunque sólo era ya una sombra de la antigua libertad de la polis griega, permite el desarrollo de centros de enseñanza y favorece la expansión de la cultura en su forma retórica de cuño clasicista. La elocuencia deja el ámbito de la escuela para abrirse a escenarios de multitudes y ante un público deseoso de escuchar improvisaciones sobre temas ficticios y cuestiones éticas y políticas. El orador busca provocar el entusiasmo de las masas mediante los recursos del gesto y de la voz. Tales oradores se inspiran en una filosofía práctica y popular, que, abandonando las disputas inútiles y la rigidez de los diversos sistemas, tiende a lo esencial, a la elevación moral de los hombres y a la búsqueda de la divinidad. Es la filosofía del retorno a la naturaleza, cuya imagen encontramos en el Euboico de Dión, en contraste con la realidad contemporánea. Una filosofía dominada por la idea de la meditatio mortis en una sociedad cansada y entregada a la superstición, a lo absurdo y a lo irracional, donde impera un sentimiento de tristeza y de pecado, depresión propia de épocas de senilidad, tanto en pueblos como en individuos. Junto a la idea de una monarquía universal en el plano político, encontramos en el aspecto religioso una avanzada tendencia al monoteísmo, paralela al esfuerzo del pensamiento filosófico por lograr un sincretismo armónico de las diferentes corrientes. Mientras que los filósofos tratan de aproximar su lenguaje abstracto a la lengua del pueblo, los sofistas y oradores se esfuerzan por depurar la expresión y elaborar cuidadosamente sus discursos. Epicteto, Dión de Prusa, Máximo de Tiro y Plutarco son los precursores de una figura literaria tan extraordinaria como Luciano de Samosata, y de los autores de la llamada «segunda sofística», movimiento que culmina en la segunda mitad del siglo II d. C.
Los escritos de la segunda sofística se caracterizan por la corrección del estilo, el abandono de expresiones técnicas y de giros de mal gusto, y por una vuelta a los modelos áticos de los siglos V y IV a. C., basándose preferentemente en Lisias y en Demóstenes. Se crea así una lengua literaria de corte arcaizante, reflejo artificial del ático de época clásica y alejada cada vez más de la lengua del pueblo. Fue Dión precursor de esta tendencia.
Éste es el mundo en que nace y vive el prusense, un mundo que en literatura miraba al pasado glorioso de la Hélade; pero el mérito de Dión consiste en que supo leer y descifrar los signos de los tiempos nuevos.
B) VIDA DE DIÓN DE PRUSA
1. Su patria y su familia
Poco sabemos con exactitud de la vida de Dión, de ahí las conjeturas, a veces contradictorias, que han formulado los filólogos al tratar de precisar los acontecimientos concretos de su errante y ajetreada existencia. Por otra parte, los datos autobiográficos que encontramos en sus ensayos no siempre merecen un crédito exento de toda sospecha. El tono retórico de los Discursos obliga al orador a plantear situaciones estereotipadas y tópicos de ficción literaria.
Dión nació hacia el año 40 d. C. Su nombre deriva del culto local a Zeus y es una forma hipocorística desarrollada a partir de *dio-, nombre del principal dios griego, Zeus. Posteriormente recibió el cognomen latino de Cocceianus, al recibir bajo el mecenazgo de Nerva la ciudadanía romana, y en el siglo III se le denominó Chrysóstomos