Sylvia Nasar - Una mente prodigiosa
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- Libro:Una mente prodigiosa
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1998
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Una mente prodigiosa: resumen, descripción y anotación
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En 1949 John Forbes Nash era un joven estudiante de matemáticas en Princeton, y con su tesis doctoral, dedicada al desarrollo de la teoría de juegos, ya dio buena muestra de un talento que impresionó a hombres de la talla de Albert Einstein, Robert Oppenheimer y John von Neumann.
Más tarde, cuando trabajaba como profesor en el MIT de Cambridge, Massachusetts, se dedicó a investigar y resolver problemas matemáticos de gran envergadura, y en 1991 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Hoy es un venerable anciano, que comparte con su esposa, Alicia Larde, una vida sosegada…
Este currículum, en apariencia impecable, solo nos habla de una parte de la vida de Nash, pero hay otros aspectos del genio que lo revelan como un hombre hundido en el desamor y perdido entre los fantasmas de la esquizofrenia, una enfermedad que lo mantuvo alejado del mundo durante treinta años y lo convirtió en una sombra patética que emborronaba las pizarras con mensajes numéricos imposibles de descifrar.
Sylvia Nasar ha seguido paso a paso las peripecias de la turbulenta vida del gran genio y nos entrega una biografía que recoge lo mejor y lo peor de esta aventura apasionante por los caminos de la locura, tan compleja e intrigante como un teorema con rostro humano.
Sylvia Nasar
ePub r1.1
nalasss06.10.13
Título original: A Beautiful Mind
Sylvia Nasar, 1998
Traducción: Ricard Martínez i Muntada
Editor digital: nalasss
ePub base r1.0
A Alicia Esther Larde Nash
Una mente prodigiosa
Vidas separadas
Un fuego que arde lentamente
Los años perdidos
El más digno
L a festiva escena que transcurre ante la casa de finales de siglo situada delante de la estación de ferrocarril podría corresponder a la celebración de unas bodas de oro: la elegante pareja de ancianos posando ante el fotógrafo junto a sus familiares y amigos, el cesto de rosas de color amarillo pálido, la foto de los años cincuenta con los novios preparados para la ocasión.
En realidad, John y Alicia Nash estaban a punto de decir «Sí, quiero» por segunda vez, después de un paréntesis de casi cuarenta años en su matrimonio. Para ellos se trataba de otro paso —el «gran paso», según John— para reunir sus vidas cruelmente separadas por la esquizofrenia.
—No deberíamos habernos divorciado —me dijo—. Esto es una especie de retractación de divorcio.
—Pensamos que sería una buena idea. Al fin y al cabo, hemos estado juntos la mayor parte de nuestras vidas —dijo, simplemente, Alicia.
Cuando la alcaldesa Carole Carson los declaró marido y mujer, los asistentes a la ceremonia pidieron a John que besara de nuevo a la novia ante la cámara.
—¿Una segunda toma? —comentó sarcásticamente—. Como en una película.
Unos minutos antes de que se iniciara el acto, la prima de Alicia me habló de «la sorprendente metamorfosis» que había observado en la vida de John desde que el concedieron el Nobel. Y no se debía solamente a los numerosos homenajes e invitaciones a pronunciar conferencias en todo el mundo que siguieron a aquel evento, ni al público, mucho más amplio ahora, que apreciaba la importancia de las sugerentes contribuciones intelectuales que había realizado durante su breve pero brillante carrera, ni tampoco al glamour que le proporcionó el hecho de que Hollywood contara su excepcional historia.
A los setenta y tres años, John tiene un aspecto excelente. Está convencido de que no va a sufrir ninguna recaída.
—Se parece más a un proceso continuo que al súbito despertar de un sueño —dijo recientemente a un periodista de The New York Times—. Cuando sueño, en ocasiones regreso al pensamiento ilusorio, pero luego me despierto y vuelvo a ser racional.
La mejora de su autoestima puede ser una de las razones por las cuales se muestra menos incómodo cuando habla de su pasado, y ahora participa en grupos que creen que su experiencia «puede ayudar a reducir los recelos contra las personas con enfermedades mentales».
Por primera vez desde su salida del MIT, en 1959, disfruta de algún grado de seguridad personal para sí y para su familia. Pequeñas cosas a las que la mayoría de nosotros no damos importancia —como obtener de nuevo el permiso de conducir o una tarjeta de crédito— significan mucho para él.
—Ahora puedo sentarme en una cafetería y gastarme unos dólares —me comentó Nash el año pasado, cuando yo estaba trabajando en un libro y me interesaba conocer cómo los economistas gastaban el dinero que habían recibido como premio a su labor—. Muchos estudiosos lo hacen. Si fuera pobre de verdad no podría permitírmelo. Y antes lo era.
John, que ha sentido la amenaza que supone el no tener vivienda, valora su hogar y sus bienes personales más que la mayoría de nosotros. Tras la ceremonia, ya en su casa, estuvo contemplando una versión de 1950 de Hex, un juego que él había inventado cuando estudiaba en Princeton, comercializado por Parker Brothers. Dijo que había tenido uno antes:
—Perdí muchas de mis cosas debido a mi enfermedad.
Ha podido volver a dedicarse a las matemáticas:
—Estoy trabajando —le dijo al periodista del Times.
Ya no sueña con recuperar lo que perdió, pero se siente feliz al poder realizar un trabajo serio y hacer contribuciones. John es de nuevo una presencia fija en la «mesa de matemáticas» del Instituto de Estudios Avanzados y en el té de la sala común del edificio Fine. En la actualidad disfruta de una beca de la Fundación Nacional de la Ciencia y no hace mucho impartió un seminario en el instituto, que versaba sobre sus nuevas investigaciones acerca de la teoría de la negociación.
—No habría sido posible en los tiempos pasados, porque ahora me beneficio de las posibilidades que ofrecen los ordenadores, que no existían en los años cincuenta ni en los sesenta —dijo—. Estoy a punto de publicar un trabajo.
Y algo aún más importante: su recuperación y la obtención del Nobel le han permitido renovar relaciones que se habían roto. Ha vuelto a ponerse en contacto con viejas amistades de Bluefield, Carnegie, Princeton y el MIT. Tras la ceremonia de la boda charló amistosamente con un matemático y un ingeniero a quienes conoció cuando tenía veinte años. Alicia y él pasaron su segunda luna de miel en la casa de unos amigos en Suiza, donde John participó en una ceremonia en memoria de Juergen Moser, fallecido el año pasado.
John ha sabido compartir su buena suerte con sus más allegados. Mantiene una estrecha relación con John David, su hijo mayor, con quien había perdido el contacto, y pasa gran parte de su tiempo con su hijo menor, John Charles. El día de la boda explicaba con orgullo un logro en matemáticas de Johnny, que más adelante trataría de publicar. Con Martha, su hermana, habla por teléfono todas las semanas. Y, como sugiere el acontecimiento de hoy, John reconoce el papel central que Alicia ha desempeñado en su vida.
Por lo que respecta a la autora de esta biografía, la actitud de John ha cambiado radicalmente. Mientras estaba escribiendo el libro, le dijo al periodista de
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