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Sylvia de Béjar - Tu sexo es tuyo

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Sylvia de Béjar Tu sexo es tuyo
  • Libro:
    Tu sexo es tuyo
  • Autor:
  • Editor:
    Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2011
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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Tu sexo es tuyo: resumen, descripción y anotación

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Luz

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La toma de conciencia es el único camino para la liberación.

(Frase con muchos dueños)

Algunas mujeres tenemos miedo: a no gustarles, a no estar a la altura, a dar que hablar...

Algunas sufrimos porque no gozamos o no lo hacemos como creemos que deberíamos.

Algunas renunciamos cuando no pedimos y, en cambio, les hacemos o dejamos hacer sin rechistar.

Dicen que algunas fingimos. ¡Ya lo creo! Y no sólo fingen las mujeres que simulan orgasmos por temor a quedar mal, por no herir los sentimientos de su pareja o simplemente «para que él acabe de una vez». La triste realidad es que casi todas mentimos —más que a nadie, a nosotras mismas— cuando comulgamos con una forma de concebir y practicar el sexo que nos convence menos de lo que querríamos admitir.

Y no te precipites. Antes de asegurar que no estás de acuerdo, sigue leyendo...

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Dime, ¿acaso no te llama la atención lo mucho que se habla de sexo y lo poco que se sabe de verdad sobre el tema? ¿Y no te chocan, preocupan e incluso irritan muchos aspectos de nuestra vida sexual? Se me ocurren unas cuantas cuestiones que merecen una reflexión:

• ¿A qué obedece que las relaciones sexuales casi siempre se limiten a unos minutos de juegos preliminares, el consabido coito, y mañana será otro día?;

• ¿por qué a tantas mujeres les preocupa más el placer de su pareja que el suyo propio, cuando ellos lo tienen, por lo menos hasta que nos espabilamos (si es que reaccionamos), bastante más fácil que nosotras?;

• ¿qué hay de la supuesta pasividad y menor libido de las señoras frente a la incontrolable necesidad de «descargar» de los caballeros?;

• ¿por qué podemos hablar de echar un polvo y la palabra masturbarse nos saca los colores?;

• ¿cómo es posible que nos preocupe tanto el olor de nuestros genitales mientras ellos ni se lo plantean cuando se trata de sexo oral?;

• ¿por qué los hombres (y las mujeres) se pasan el día juzgando nuestros cuerpos y nosotras hemos de venerar sus penes ¡no vaya a ser que se traumaticen!? (¿Y a nosotras quién nos paga el psicólogo?);

M UJERES QUE FINGEN

Me pregunto a cuántos hombres se les cayó la venda cuando la actriz Meg Ryan demostró lo fácil que es simular un orgasmo en la película Cuando Harry encontró a Sally. (Si no la has visto, teclea el título de la película en YouTube y verás la famosa escena.) Seguramente los terapeutas sexuales atendieron un sinfín de consultas sobre cómo se podía desenmascarar a una impostora. La verdad es que no es tan fácil. El rubor sexual (erupción rojiza en la zona del abdomen y pecho, que no se produce siempre) y el acelerón cardíaco, dos de las posibles pruebas de que se ha producido el clímax, no son precisamente las mejores pistas: deja de respirar un rato y ya verás cómo te pones, y además, ¿cuánta gente lo hace a plena luz del día? Asimismo, una amante espabilada puede fingir las contracciones vaginales propias del orgasmo, pista que, por cierto, no suele servir de mucho, porque la mayoría de los hombres confiesan no haberlas sentido nunca. ¿Entonces? Entonces... sólo queda la sinceridad y la confianza.

Es difícil saber con exactitud cuántas mujeres fingen, nadie disfruta contando sus miserias, pero algunos estudios apuntan a que entre el 50 y el 70 % lo ha hecho por lo menos una vez en la vida. ¿Sorprendente? Para nada. Como bien explica la investigadora Shere Hite, autora de los polémicos informes que llevan su nombre, fingir es el lógico resultado de «la enorme presión ejercida para que las mujeres tengan un orgasmo durante el coito», o sea de la forma natural para ellos. Sin comentarios, los dejamos para más adelante.

• ¿a santo de qué él puede irse con quien quiera y ser un donjuán y si yo hago lo mismo soy fácil, cuando no una puta?;

• por si la pregunta anterior te pareció exagerada, la redactaré de otra manera: ¿por qué ellos pueden sentir y manifestar deseo, ser sexualmente explícitos, y nosotras... mejor ser discretas?;

• ¿por qué permitimos que la anticoncepción sea responsabilidad femenina cuando ellos son la mitad causante de la posible consecuencia?;

• y aunque hay bastantes más —no necesitarás esforzarte para añadir de tu propia cosecha— termino con uno de los asuntos que más me exasperan, es decir, la curiosa confusión existente en torno al orgasmo femenino: ¿Cómo es posible que todavía andemos preguntándonos si somos clitorianas o vaginales, preocupándonos por cuál es la mejor manera de llegar e incluso dudemos de la calidad y normalidad de nuestros clímax?

No sé qué te habrá llevado a leer este libro, pero has de saber que pretende ser algo más que un manual de sexo al uso, que de ésos ya hay unos cuantos. Es verdad que aquí encontrarás explicaciones de anatomía —hablaremos de clítoris, penes, puntos G y otras zonas menos publicitadas— y artes amatorias, sean solitarias, compartidas y más o menos aceptadas. Pero creo que eso sería conformarse con poco. ¿Qué tal si somos algo más ambiciosas? Permíteme entrar en el terreno personal:

¿Crees que vives tu sexualidad como quieres?

Es probable que tengas tus dudas; conozco a poquísimas mujeres —me bastan y sobran los dedos de una sola mano— que hayan respondido con un «sí» plenamente convincente, y aun éstas explican que se trata de una conquista diaria y que no pueden bajar la guardia, tanto por las presiones externas como internas (nuestra mente es a menudo nuestra peor enemiga).

Las demás, o sea la mayoría, reconocemos que renqueamos por algún lado: porque no nos convencen nuestras relaciones (básicamente aquello de cuatro caricias, cópula y fin); por falta de orgasmos o porque éstos no son como deberían ser; por sentirnos incómodas en nuestros cuerpos; porque ellos van a la suya (¿no será que se lo permitimos?); por rutina y aburrimiento; por miedo a experimentar; por no decir lo que queremos; por sentimientos de culpa; por ignorancia... Tenemos tantos motivos. Es lógico:

Las mujeres nunca —ni siquiera hoy— hemos sido educadas

para ser dueñas de nuestra sexualidad.

Y pensar que las cosas podrían haber sido de otra manera... Déjame contarte una historia que me inspira. No sé si sabrás que la primera mujer no fue Eva. Suele pasar, sólo nos cuentan la historia oficial, la de la mujer (peligrosa) que tienta a Adán con una apetitosa manzana y provoca la pérdida del paraíso. Desde entonces, a las mujeres hay que mirarlas con lupa. Mucho cuidado, no son de fiar.

Pero existe otra versión. Existe otra mujer. Se llamaba Lilit, y menuda era la dama. Nos daba sopas con honda a las emancipadas de hoy.

Según se cuenta, a diferencia de los restantes animales de la creación, Adán no tenía compañera y se sentía terriblemente frustrado. El pobrecillo iba tan falto que intentaba acoplarse a toda hembra que se topaba. Aquello, lógicamente, no le convencía y se quejó amargamente ante Dios, quien, para permitirle satisfacer sus necesidades, creó a la primera mujer. Pero hete aquí que cuando la primera pareja fue a echar el primer polvo, va la chica y se le cuadra: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo soy tu igual.» Imagino la cara del disgustado Adán. Como era previsible (que no justificable), la testosterona le pudo, y él, que era muy macho, quiso forzarla. ¿No habrás sido tan ingenua como para pensar que el chico intentaría dialogar? No, claro que no. Pero ¿qué crees que hizo ella? Lo que más de una debería hacer: mandarle a tomar viento fresco, o sea, le abandonó.

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