Soy adolescente
Sylvia Ochoa Arango
SOY ADOLESCENTE
Escúchame, exígeme, compréndeme
Agradecimientos
A mi padre, por haber pasado muchos años alentando mis habilidades, confiando en mis decisiones y admirando mis continuos quehaceres. Él hizo de mis aspiraciones, sueños e ideales en la vida una realización permanente, ya que supo entablar con mis ideas, opiniones y conceptos, un diálogo en el cual resaltaba, paso a paso, unas fortalezas que fijaron retos muy altos y que, gracias a él, hoy se cristalizan a lo largo de este trabajo.
A José, el amor de mi vida, a quien debo la libertad que necesitaba para hacer realidad esta ilusión. Por su esfuerzo al cederme espacios de su trabajo, de su descanso y de su sueño para maniobrar con la tecnología, la cual sobrepasa mis habilidades. Él anidó en mi espíritu un estímulo constante para no dejar la pluma, invitándome a hacer de mis investigaciones y consultas, de tanto tiempo atrás, un legado para la humanidad. También supo reemplazarme en los asuntos de mamá, cuando mis fatigas intelectuales superaban el implacable tiempo. Para él, las palabras de gratitud plenifican la historia que hemos escrito como padres de tres adolescentes felices, en su momento, y que son el motivo de inspiración para estas páginas escritas con amor.
A Diego y Carito, mis hijos del corazón y la prolongación de mi vida, a quienes les ofrezco la esencia de mi producción, pues en ellos pude encarnar y verificar la validez de mis palabras sobre esta edad; por ello, todos los cruces que juntos vivimos durante su adolescencia, aparecen aquí plasmados en honor a los anhelos hechos realidad.
A Juan Simón, el último, el pequeño, el todavía adolescente, el gran reto de mi vida, debo rendirle un tributo de superación, pues su paso por esta vertiente de la existencia ha llevado nuestra vida familiar a grandes desafíos y puesto en jaque mis conocimientos y mi experiencia de mamá-profesional.
A Beatriz Elena Montoya, con quien tuve la oportunidad de trajinar tantos años en estos avatares de la educación familiar. A ella quiero decirle que sus respuestas y correcciones, desde su propia experiencia de mamá, tuvieron en mi alma la escucha de la mejor interlocutora.
A todos ellos, muchas gracias.
Sylvia
Prólogo
Sylvia Ochoa, gran amiga, colega y educadora de amplia trayectoria tanto en el aula como en la orientación personal y familiar, nos ofrece en este texto profundas y sencillas reflexiones para convivir con los adolescentes y orientarlos en ese difícil camino hacia la madurez. De manera especial, brinda una gran ayuda a los padres de familia que deseen reflexionar sobre su propio ser y su quehacer como educadores de sus hijos. Además, los alerta acerca del peligro que gira sobre ellos, ya que, en ocasiones, inmersos en el trajín de lo cotidiano, renuncian a su capacidad de razonar, de decidir y de hacer presencia en la vida de sus hijos, lo cual los lleva a llenar el vacío que deja su ausencia tornándose complacientes y proporcionando a los chicos bienes materiales según su capricho.
Ésta es una época de desconcierto, en la cual los perfiles de lo que se quiere en la educación están confusos, por ello se hace cada vez más difícil saber hacia dónde dirigir las acciones y a quién pedir apoyo. La autora analiza estos peligros y ofrece al lector un texto optimista y sugerente, que ayuda en el conocimiento de los jóvenes adolescentes, cómo orientarlos y apoyarlos en su desarrollo personal, con el fin de que crezcan en autonomía y responsabilidad. Utiliza frases incisivas como: “Exíjase con la valentía de ir más lejos aunque cueste”, porque uno de los problemas mayores en la educación, después de la falta de claridad en el fin que se pretende, es el miedo a exigir, a mantener una línea adecuada de conducta, a ser tachado de retrógrada o de intransigente, lo que desemboca en la renuncia a ejercer la autoridad.
Hace unos años el peligro en cuanto al modo de educar, tal vez era el autoritarismo, hoy es más bien el permisivismo, el temor al fracaso, que paraliza y anula la tarea educativa. La autora nos anima a no tener miedo a equivocarnos, porque “los errores, a pesar de ser desmoralizantes, son insustituible fuente de experiencia y aprendizaje”. Esto vale tanto para los padres como para los hijos, quienes también aprenden de su experiencia cuando, con valentía, la analizan y descubren los aspectos que pueden mejorar. Todos los padres y madres de familia queremos lo mejor para nuestros hijos, por ello debemos sacar fuerzas para remar contra corriente, buscando, por el bien de la familia, los medios necesarios para no desfallecer en nuestra misión.
Soy adolescente: escúchame, compréndeme, exígeme , pone de relieve las características de esa maravillosa y conflictiva edad, destacando las posibilidades de la misma, enseñando un efectivo método de “dar la vuelta” al asunto para no hundirse en los aspectos difíciles sino, por el contrario, volverlos posibilidades. Debido a que en el adolescente las emociones priman sobre la razón, la autora sugiere el ejercicio de la empatía en la comunicación, y enuncia abundantes ejemplos que ilustran cómo practicarla en diversas situaciones. Subraya la importancia de que los padres sean conscientes de reacciones que dificulten este tipo de relación.
Los últimos capítulos ofrecen al lector pautas claras para romper con la incomunicación y presentan diversas formas de ejercer la autoridad. Una de las tareas que la autora nos propone es la de enseñar a razonar, a tomar decisiones, a buscar soluciones y a comprometerse con ellas; es decir, a ejercer una autoridad participativa que permita al joven trazarse metas y entender las consecuencias que se derivan del incumplimiento de sus compromisos.
No se puede ignorar que la brecha generacional existe. Los adolescentes consideran que su forma de vida es la acertada y que los adultos, con su experiencia y conocimientos, pretenden imponer un modelo de vida obsoleto. Además, interpretan las preguntas y el interés de sus padres como intromisiones o desconfianza. Por ello, estos deben esforzarse por escuchar atentamente a sus hijos, de modo que les puedan ayudar a salir de sus silencios o actividades individualizadas.
Durante todo el libro aparecen unas recomendaciones básicas: paciencia, serenidad, confianza, buen humor y exigencia, que son presentadas a través de los casos y las reflexiones que, en forma práctica, enuncia la autora. Al finalizar cada capítulo se plantea una serie de talleres para que los padres se conozcan a sí mismos y a sus hijos, de manera que logren trazar planes educativos que permitan mejorar la convivencia y el desarrollo de todos los miembros de la familia.
El libro está impregnado de experiencias surgidas del trato entre los adolescentes y sus padres, y apoyado en textos de maestros como David Isaacs, Gerardo Castillo, José Benigno Freire, F. Otero, Daniel Goleman y muchos otros. Sin embargo, por encima de todo esto, se percibe la gran experiencia de la autora como esposa y madre.
Este texto será, sin duda, una inspiración y apoyo para las relaciones entre padres e hijos, para consolidar sus propósitos de vidas compartidas, íntegras y a la vez autónomas.
Ana María Araújo
Introducción
Soy adolescente: escúchame, compréndeme, exígeme. He aquí las tres palabras claves, por las que se forja el clamor de unos jóvenes, que apenas empiezan a hacer presencia en el escenario de sus vidas.
Los padres de hoy, tan ocupados en los trajines de lo cotidiano, terminan por sanar sus culpas satisfaciendo todos los caprichos materiales de sus hijos; con ello creen estar llenando el vacío que deja su ausencia, su falta de exigencia y la carencia de amor.
Hoy, más que nunca, luego de muchos años de experiencia en la consulta privada, la investigación y la docencia, me encuentro convencida de la necesidad de ofrecer a los padres de familia y maestros de adolescentes, una ayuda más entre las muchas que ya existen, acerca de la mejor forma de convivir con sus hijos o alumnos.
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