Vicente Blasco Ibáñez - La vuelta al mundo de un novelista
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- Libro:La vuelta al mundo de un novelista
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1924
- Índice:4 / 5
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La vuelta al mundo de un novelista: resumen, descripción y anotación
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En 1923, Vicente Blasco Ibáñez está en la cumbre de su existencia y de su carrera. Desde 1921 vive en una lujosa villa en Menton, en la Costa Azul. Sin embargo, azuzado por el deseo de «ver el mundo y no marcharse de él sin haber visitado su redondez», ese gran inquieto y vitalista emprende un periplo de seis meses para experimentar, y luego compartir con sus lectores, las impresiones, emociones, sucedidos y anécdotas que a lo largo de él le van saliendo al paso. La vuelta al mundo de un novelista es un carrusel ameno e inolvidable de lugares, pueblos y personas en el que Blasco, como incomparable compañero de viaje, hace desfilar ante nuestros ojos la espléndida y fascinante variedad de unos paisajes de leyenda hoy en gran parte trivializados o desaparecidos.
Vicente Blasco Ibáñez
ePub r1.2
Sibelius22.09.14
Vicente Blasco Ibáñez, 1924
Editor digital: Sibelius
ePub base r1.0
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ. Escritor, periodista y político español nacido en Valencia (España) en 1867. En sus años de juventud se adhirió al movimiento republicano y fue editor del diario antimonárquico El Pueblo. En 1896, fue arrestado por sus actividades políticas y condenado a dos años de trabajos forzados. Blasco Ibáñez fue posteriormente (1898-1907) diputado del Partido Republicano en el Parlamento español. Sus novelas, que contienen descripciones vivas y realistas de la vida en su Valencia natal, adquirieron más fama fuera de España que en su propio país. Su primera obra de éxito fue La barraca (1898), una novela que denunciaba la injusticia social en la Valencia campesina. Otras de sus obras de carácter regional son Cañas y barro (1902), La Catedral (1903) y Sangre y arena (1908), algunas de ellas fueron famosas adaptaciones televisivas. El gran éxito a nivel internacional le llegó a Blasco Ibáñez con Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), obra que se vendió en todo el mundo y que fue adaptada al cine en varias ocasiones.
Vicente Blasco Ibáñez murió en Menton (Francia), en 1928 y no fue hasta cuatro años después de su muerte, bajo el gobierno de la II República, que sus restos llegaron a su Valencia natal.
En el jardín de Mentón
Una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Mentón. Árboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces, parecen esta mañana completamente distintos a los que veo diariamente.
Algo sobrenatural anima cuanto me rodea, como si durante la noche se hubiesen trastornado los ritmos y los valores de la vida. El jardín me habla. Esto no es extraordinario. También los muebles nos hablan en las habitaciones cerradas cuando estamos a solas con ellos, en momentos críticos de nuestra existencia. En fuerza de mirar las cosas inanimadas y los seres de vida rudimentaria, acabamos por poner en ellos una parte de nosotros mismos, con los ojos y con el pensamiento. Luego, cuando las emociones nos empequeñecen y necesitamos consejo o auxilio, este mundo familiar y al mismo tiempo extraño nos devuelve de golpe el préstamo que le hicimos, día a día.
Balancean los túneles de rosales sus flores recién abiertas por la primavera otoñal. Pájaros de todas clases sostienen una lucha sonora de gorjeos flautines en las alturas de la arboleda, oasis aéreo que les sirve de refugio contra los aguiluchos y gavilanes diurnos o las aves de presa de la noche, ocultas en la vecina muralla, roja y gigantesca, de los Alpes Marítimos. Los peces colean inquietos en el agua cargada de sol, como si persiguiesen a sus mismas sombras que se deslizan por el fondo verdoso de estanques y fuentes. Cantan los surtidores al desgranar en el aire sus sartas de blandas perlas. Los abanicos verdes de plátanos y palmeras dejan caer las últimas lágrimas del rocío matinal. Y toda esta naturaleza cándida, fresca y pueril como la luz rosada de la aurora, me pregunta a coro:
—¿Por qué te vas?… ¿Es que te encuentras mal entre nosotros?…
Vuelvo mis ojos por toda respuesta hacia el mar violeta, que tiembla bajo los flechazos del sol más allá de la columnata de árboles.
Todo lo que me rodea sigue hablándome con lenguas aéreas, vegetales o acuáticas. Cada uno dice algo diferente, pero sus voces se confunden y unifican en la misma dirección, como los diversos temas de una sinfonía.
—Quédate —dice la orquesta murmurante del jardín—; vas a perder nuestras flores y nuestros frutos, los dulces atardeceres del otoño, la compañía serena y luminosa de los libros. El plátano tropical, que sólo fructifica en contados lugares de Europa, descuelga para ti, en este rincón asoleado, entre el mar y la montaña, sus pesados racimos. Si te alejas, otro comerá los encorvados frutos, ahora verdes y luego dorados, que lentamente van cociendo bajo el fuego solar su pulpa de miel.
»Ya se hinchan los capullos en las filas de camelias, no pudiendo contener el estallido de sus colores luminosos. Pronto se abrirán, dando paso a sus flores sin perfume, pero deslumbradoras de bella majestad, como diosas que nunca sonrieron. Y tú no verás esta milagrosa floración, preparada durante el resto del año como una apoteosis teatral.
»Perderás también las fiestas invernales de la Costa Azul, que atraen a los felices de la tierra: el Carnaval de Niza, las óperas y conciertos de Montecarlo, las regatas, los bailes en hoteles enormes como alcázares de leyenda, las batallas de flores. Vas a renunciar a las dulces horas vespertinas en tu biblioteca, cuando la luz filtrándose a través de las apretadas hojas toma un color verdoso de profundidad submarina, y tú tienes que seguir leyendo junto a uno de los ventanales con invisible tela de alambre, que esfuma suavemente el paisaje, deja entrar nuestro aliento perfumado y cierra el paso a los insectos que procrea nuestra incansable fecundidad… ¿Por qué te marchas? ¿Qué inquietud te espolea hacia lo desconocido, volviendo tu espalda a la risueña paz en que te envolvemos…?
Alguien acaba de llegar con silencioso paso, sentándose junto a mí, en el banco de azulejos que representan antiguas danzas valencianas.
Nadie más que yo puede verle. Lo conozco. Me ha seguido siempre como un esclavo, compañero de penas e ilusiones, que llevase el pie metido en el otro extremo, de mi cadena.
Acabo de sentir ese desdoblamiento interior que todos conocemos en momentos difíciles de nuestra vida. Es una mitad de mí mismo lo que acaba de sentarse a mi lado. Su rostro es agresivo y hablan por su boca la duda y la ironía.
Sus primeras palabras son para reproducir la misma pregunta que continúan repitiendo tenazmente los rumores del jardín. Pero mi otro yo me habla con menos miramientos.
—¿Por qué te vas? ¿Qué puedes conseguir realizando tu infantil deseo de hacer un viaje alrededor del mundo?…
»Si sientes curiosidad por conocer los pueblos lejanos, no tienes más que entrar en tu biblioteca, que está a pocos pasos. Allí, entre veinte mil volúmenes, encontrarás muchos que, con la ayuda de la imaginación, te harán ver ciudades y paisajes tal vez más interesantes que cual son en la realidad.»
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