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Simone de Beauvoir - El segundo sexo

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Simone de Beauvoir El segundo sexo

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Prólogo a la edición española

TERESA LÓPEZ PARDINA

La celebración del cincuentenario de la publicación de El segundo sexo es un buen motivo para editarlo de nuevo en castellano, esta vez en España, ya que hasta ahora sólo se había editado en Hispanoamérica. No es casual que haya tardado tanto tiempo en editarse en nuestro país, pues en 1949, y en las dos décadas siguientes, vivíamos en un régimen político dictatorial para el que el contenido de este libro era subversivo. También así lo estimaron en el Vaticano, donde el Santo Oficio se apresuró a incluirlo en el índice de Libros prohibidos. Finalmente, es también oportuno, porque todavía entre las teóricas del feminismo se sigue haciendo exégesis de este ensayo, que es ya un clásico y como tal nos sigue interpelando sobre muchos aspectos en los que se vive aún hoy la condición femenina.

El segundo sexo no sólo ha nutrido a todo el feminismo que se ha hecho en la segunda mitad del siglo, sino que es el ensayo feminista más importante de toda la centuria. Todo lo que se ha escrito después en el campo de la teoría feminista ha tenido que contar con esta obra, bien para continuarla en sus planteamientos y seguir desarrollándolos, bien para criticarlos oponiéndose a ellos. El segundo sexo, que es el ensayo de una filósofa existencialista, se encuadra en el marco más amplio de un pensamiento ilustrado que toma de la Ilustración precisamente sus aspectos positivos, emancipatorios; ante todo, una concepción igualitaria de los seres humanos según la cual la diferencia de sexos no altera su radical igualdad de condición. Al mismo tiempo, es un ensayo filosófico que analiza el hecho de la condición femenina en las sociedades occidentales desde múltiples puntos de vista: el científico, el histórico, el psicológico, el sociológico, el ontológico y el cultural. Se trata de un estudio totalizador, donde se investiga el porqué de la situación en que se encuentra esa mitad de la humanidad que somos las mujeres.

Este estudio no surgió de una motivación propiamente feminista —Beauvoir toma distancias respecto al feminismo de su tiempo en las primeras páginas de la Introducción—, sino de una motivación, en primer término personal, que enseguida se generaliza, y ello porque su autora es una filósofa existencialista. En efecto, el existencialismo es una filosofía del sujeto que analiza los problemas desde la experiencia vivida de los sujetos a investigar. Es una filosofía que ve en lo singular de la contingencia del sujeto la universalidad de su condición. Por eso, al comenzar a investigar desde su propia experiencia, enseguida ve que las preguntas son generalizables. Y se pone a la tarea de indagar sobre la condición de la mujer en las sociedades occidentales.

Creo que es interesante recordar aquí la génesis de El segundo sexo tal como su autora lo relata en las Memorias. Cuando terminó de escribir el segundo de sus tratados morales —Para una moral de la ambigüedad— sintió la necesidad de escribir un libro que de algún modo hablase de ella. Nos dice que le gustaban ese tipo de ensayos en los que una se explica sobre sí misma. Comenzó a pensar en ello, a tomar algunas notas, y comentó a Sartre que estaba planteándose la pregunta: ¿Qué ha supuesto para mí el hecho de ser mujer? «Tal pregunta —pensaba— no me ha ocasionado problemas, nunca me he sentido inferior por ser mujer; la feminidad no ha sido una traba para mí». «Sin embargo —le hizo notar Sartre— no has sido educada de la misma manera que un chico. Convendría que reflexionases sobre ello». Beauvoir nos dice que se puso a la tarea y que aquello fue como una revelación: el mundo en el que había crecido era un mundo masculino, su infancia había estado nutrida de mitos forjados por los hombres y ella no había reaccionado ante todo eso de la misma manera que si hubiera sido un chico. Este descubrimiento le interesó hasta tal punto que abandonó la idea de escribir un libro-confesión y decidió dedicarse al estudio de la condición femenina en general.

La condición de las mujeres no es una motivación nueva en nuestra autora a la altura de 1946, año en que comienza el ensayo. En el mismo tomo de sus Memorias nos cuenta que dos años antes se había despertado su interés cuando tuvo ocasión de escuchar los testimonios de algunas mujeres que habían rebasado los cuarenta años y que, a pesar de haber tenido diferentes oportunidades y ocupaciones en la vida, coincidían en el sentimiento de haber vivido como «seres relativos». Entonces fue cuando fijó su atención en este tema, cuando se dio cuenta de las dificultades, los callejones sin salida y los obstáculos que la mayoría de las mujeres encuentran en su camino.

La investigación de Beauvoir comenzó por un estudio de los mitos de nuestra cultura, aun cuando, en la estructuración final del libro, el análisis de los mitos viene después del recorrido por los datos de las ciencias y de la historia. El planteamiento teórico de la investigación se asienta sobre los presupuestos de la filosofía existencialista que Beauvoir defiende. En este punto, no obstante, hay que precisar: ¿Cuál es la filosofía existencialista que Beauvoir defiende? Porque la cuestión ha dado lugar a muchas interpretaciones incorrectas y, aunque en los años noventa se ha ido esclareciendo, todavía se discute. Algunas autoras —casi siempre han sido mujeres las que han intervenido en esta discusión— han sostenido que el existencialismo de Beauvoir es el de Sartre y que El segundo sexo es una obra escrita sobre los planteamientos de El ser y la nada, publicado seis años antes. Vistas así las cosas, se ha entendido que las mujeres viven en un permanente estado de mala fe, como han señalado G. Lloyd. Este tipo de interpretaciones no han reparado en que el existencialismo de Beauvoir no es exactamente el de Sartre, en que ella entiende de otro modo algunos conceptos acuñados por Sartre o por otros existencialistas, como el de situación y el de sujeto. Porque hay que señalar —y afortunadamente esto se está haciendo en los años noventa— que el existencialismo de Beauvoir representa una hermenéutica propia dentro de esta corriente filosófica. Aunque Sartre sea su principal ascendiente, su filosofía tiene también influencias de Kierkegaard, Heidegger, Hegel y Marx, autores que también influyeron en Sartre, pero que Beauvoir asimila a su propia manera; y además su método argumentativo no es el fenomenológico husserliano, como el de Sartre, sino un método clásico de confrontación de tesis que encontramos en la tradición de la filosofía moral francesa que va de Montaigne a Voltaire. De modo que Beauvoir no es una mera epígona del sartrismo, ni siquiera una sartreana tout court, aunque ella misma se calificó así en diferentes declaraciones y entrevistas.

Simone de Beauvoir fue una filósofa con acento propio, aunque no una filósofa creadora de un sistema como Sartre. Ella nunca se definía como filósofa porque sostenía una definición de filósofo muy restringida que la dejaba fuera. Según nos explica en sus Memorias, filósofo es quien es capaz de crear «ese delirio concertado que es un sistema [filosófico]», y en este restringido sentido del concepto ella no se consideraba filósofa, el filósofo era Sartre. Pero en la historia de la Filosofía hay muchas figuras importantes que no han sido creadoras de sistemas; Bacon, Montaigne, Rousseau o Voltaire, por citar algunos de ellos, son estudiados como filósofos por las aportaciones que hicieron al esclarecimiento de la realidad. Y en este sentido más amplio sí que podemos considerar a Beauvoir como una filósofa. Una filósofa que no creó un sistema pero que, no siendo tampoco un epígono de Sartre, iluminó zonas de la realidad hasta entonces oscuras; una de esas zonas es la de la condición de las mujeres en la cultura occidental, tarea que lleva a cabo en esta obra.

Beauvoir da otro sentido a algunos conceptos sartreanos —decíamos— como el de

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