Rachel P. Maines - La tecnología del orgasmo
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- Libro:La tecnología del orgasmo
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1999
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La tecnología del orgasmo: resumen, descripción y anotación
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La definición androcéntrica de la actividad sexual distingue tres pasos esenciales: la preparación para la penetración, la penetración y el orgasmo masculino. Una actividad sexual que no implique por lo menos las dos últimas no se ha considerado «lo de verdad» ni popular ni médicamente (ni legalmente, de hecho). Se espera que la hembra obtenga un orgasmo durante el coito, pero que no lo haga no reduce la condición de «lo de verdad».
Investigadores como Alfred Kinsey y Shere Hite nos han hecho ver que más de la mitad de las mujeres, puede que más del 70 por ciento, no alcanzan regularmente el orgasmo con la penetración sin más, pero el hecho era conocido, aunque no enunciado con claridad, en siglos anteriores. A esta mayoría de mujeres se las ha definido tradicionalmente como anormales o «frígidas», en cierto modo incumplidoras de su deber de reforzar el modelo androcéntrico de sexo satisfactorio. Estas mujeres pueden constituir la mayoría de las histéricas de la historia, cuyo número hace creíble el argumento de Thomas Sydenham en el siglo XVII de que la histeria era «la más común de las enfermedades a excepción de las fiebres». También explica la opinión de los doctores del siglo XIX de que la histeria era una pandemia. Cuando el sexo marital era insatisfactorio, y la masturbación desaconsejada o prohibida, la sexualidad femenina, sugiero, se declaraba a través de una de las pocas salidas aceptables: los síntomas de trastornos histeroneurasténicos.
Históricamente se ha disuadido a las mujeres de masturbarse argumentando que dañarían su salud, y la mayoría de los hombres hasta el siglo XX (e incluso hasta hoy, dirían algunos) no han comprendido que la penetración nada más solo satisface a una minoría de las mujeres. Incluso los maridos y amantes que lo han sabido, no siempre han querido molestarse en aportar la estimulación adicional necesaria para producir el orgasmo femenino. Todavía en el decenio de 1970 las autoridades médicas aseguraban a los hombres que una mujer que no alcanzara el orgasmo durante un coito heterosexual era defectuosa o sufría alguna discapacidad física o psíquica. El defecto era suyo, porque era inimaginable que el defecto residiera en la hipótesis de la penetración. Si el pene no representaba el arma definitiva en la guerra sexual, la superioridad masculina descansaría únicamente en el estadísticamente mayor potencial de los músculos bíceps y deltoide masculinos, que no parecían tan aptos para sostener al patriarcado en la civilización occidental.
El orgasmo femenino y los medios para producirlo fueron y son anómalos desde un punto de vista biológico, político y filosófico. Su falta de correlación con la fertilidad y la concepción sigue siendo contraintuitiva incluso —o quizás especialmente— en la época de mayor comprensión científica de la reproducción humana. La función biológica del orgasmo femenino es objeto de controversia. En un pasado reciente, igual que en el más alejado, era razonable suponer a priori que hombres y mujeres resultarían gratificados sexualmente por el mismo acto de penetración hasta el orgasmo masculino que hacía posible la concepción. Sigue sin explicarse que fuera necesaria la estimulación de genitales externos de las mujeres en la mayor parte de los casos. Como historiadora, no especulo acerca de las cuestiones fisiológicas y evolucionarias que esto implica, pero espero con mucho interés los resultados de las investigaciones en marcha de biólogos evolucionistas, fisiólogos reproductivos y antropólogos físicos.
Fig. 3. La mesa para el «Manipulator» accionado por vapor, de George Taylor de finales de los 1860, de Pelvic and Hernial Therapeutics, George Henry Taylor (Nueva York: J. 13. Alden, 1885).
La cuestión del orgasmo femenino en la historia queda muy oscurecida por el androcentrismo de las fuentes. Los autores médicos, por ejemplo, han abordado esta cuestión principalmente desde un punto de vista prescriptivo; los autores populares lo mencionan muy ocasionalmente. Hasta la mitad del siglo XX, incluso en la literatura, las referencias al orgasmo femenino destacan por su ausencia, aun en obras que tienen el sexo como asunto central. El pensamiento médico occidental sobre la sexualidad consideraba razonable y necesario para el apoyo social del ego masculino o bien considerar al orgasmo femenino como un subproducto del masculino o negar completamente su existencia. Ambas estrategias se han usado históricamente, pero también ha habido una corriente subterránea persistente que reconocía que el modelo androcéntrico de sexualidad no representa adecuadamente la experiencia de las mujeres.
Como ha señalado Thomas Laqueur, la tradición occidental no desarrolló un vocabulario completo para describir la anatomía femenina hasta el siglo XVIII, lo cual ayudaba a la confusión médica. La vulva, labios y clítoris no se distinguían siempre de la vagina, ni esta del útero, de modo que es difícil al leer la literatura ginecológica premoderna descifrar los tratamientos, porque no distingue entre los genitales femeninos. Con frecuencia se refiere a la sexualidad femenina empleando términos masculinos, como las referencias a las secreciones de las glándulas Bartholin como «semen» o «semilla». Laqueur dice que los médicos que escribían de anatomía «no consideraron necesario desarrollar un vocabulario preciso de la anatomía genital porque si el cuerpo femenino era una versión del cuerpo canónico menos caliente, menos perfecta y por tanto menos patente, las distintas referencias orgánicas, en particular las genitales, importaban mucho menos que las jerarquías metafísicas que ilustraban».
Aquí intento esbozar los contornos de la respuesta médica y tecnológica masculina a las faltas de correspondencia entre las experiencias masculinas y femeninas de la sexualidad a través de la construcción social de paradigmas de enfermedad. Las cuestiones de respuesta mutua orgásmica siempre han estado en el vulnerable centro de la relación heterosexual, con gran potencial desestabilizador. Históricamente se las ha desplazado a un territorio aséptico y neutral, en el que a la sexualidad femenina se la considera enfermedad, y en el que el orgasmo femenino, redefinido como crisis de la enfermedad, se conseguía clínicamente, en una justificada terapia. Esta interpretación obviaba la necesidad de cuestionar el papel exaltado del pene y del coito como productor de orgasmos femeninos. Aún más, no requería cambios de actitud ni de habilidades por parte del elemento masculino de la pareja. Lo que Foucault llama «histerización del cuerpo de las mujeres» protegía y reforzaba las definiciones androcéntricas de éxito sexual.
Fig. 4. El Chattanooga Vibrator, que en 1900 se vendía a los médicos por unos 200 dólares. De The Chattanooga Vibrator (Chattanooga, Tenn., Vibrator Instrument Company, [ca. 1904]), portada.
Una parte de mi argumento se apoya en el carácter vago y enfocado sexualmente de la histeria, tal como la definen las autoridades médicas antiguas, medievales, renacentistas y modernas, antes de Sigmund Freud. Muchos de sus síntomas clásicos son los de la excitación crónica: ansiedad, insomnio, irritabilidad, nerviosismo, fantasías eróticas, sensación de pesadez en el abdomen, edema en la baja pelvis y lubricación vaginal. Los médicos con anterioridad a finales del siglo XIX raramente mencionan los estados de parálisis descritos por Freud y algunos más. Como señalaba Franz Josef Gall en la segunda década del siglo XIX y A. F. A. King unos setenta años después, durante el síncope que algunas histéricas experimentaban la aparente pérdida de conciencia se asociaba con sonrojo de la piel, «sensaciones voluptuosas» y vergüenza y confusión tras una breve pérdida de control, normalmente inferior al minuto.
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