Kusnetzoff, Juan Carlos Guía ilustrada del orgasmo femenino / Juan Carlos Kusnetzoff y Fernanda Cohen. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012. E-Book. ISBN 978-987-599-256-6 1. Sexualidad. I. Cohen, Fernanda CDD 613.907 1 |
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Presentación
Juan Carlos Kusnetzoff
La relación sexual se considera hoy parte de la calidad de vida de los seres humanos. No es sólo la ausencia de dolor lo que interesa estudiar en la mujer y su vida sexual, sino principalmente las razones ocultas detrás de su falta de excitabilidad sexual y, por supuesto, la falta de orgasmo.
Las suposiciones sobre la vida sexual, las satisfacciones eróticas y la capacidad de llegar al orgasmo suelen estar basadas en condicionantes sexuales y en la educación obtenida por cada persona. En el pasado, la mujer era educada bajo la premisa de que disfrutar de la vida sexual era netamente inmoral. La mujer actual, en cambio, no se orienta sólo a tener más sexo, sino a tenerlo de mejor calidad. Tal característica se constituye en una cierta exigencia hacia los hombres, mucho más acostumbrados a dar los primeros pasos. De este modo, surge un temor o una inhibición masculina como consecuencia de esa característica de las mujeres con cierta experiencia, que lleva a determinar una condición defensiva de la masculinidad, una fuerte desconfianza hacia estas actitudes eróticas de sus compañeras.
En este libro nos ocuparemos de cómo la mujer puede lograr una vida sexual más plena evitando prejuicios, malos entendidos y facilitando la comunicación.
Algo de historia
Hasta la segunda mitad del siglo xx, la sexualidad se mantenía como un secreto bien guardado, circulando por las profundidades de una subjetividad que debía disimularla.
La sexualidad de la época victoriana, desde la cual Freud construyó el psicoanálisis, se sostenía en inhibiciones y represiones que eran la base de una serie de síntomas especialmente agudos en la época.
La sociedad burguesa del siglo xix definió nuevas reglas de juego para los placeres, que no estaban ya en manos de la religión, sino que comenzaban a estar en la ciencia médica, en la que se apoyaban los Estados modernos que consideraban un deber gobernar las prácticas sexuales para establecer qué era lo “normal” y qué era lo “patológico”.
Los escritos médicos de la época, para describir la sexualidad considerada “anormal”, crearon una lista impresionante de términos derivados del griego y del latín: zoofilia, coprofagia, pedofilia, a tergo, cunnilingus, interruptus, entre otros. El objetivo era establecer una separación clara entre una sexualidad denominada “normal” –al servicio de la procreación, de la felicidad de las mujeres en el matrimonio y la maternidad, y del hombre como pater familiae (‘el señor de la casa’)– y una sexualidad “anormal”, que se asoció con la enfermedad, la muerte y la búsqueda del placer absoluto.
Era necesario subrayar la capacidad de procreación y distinguirla de la función placentera, una función históricamente dejada de lado, disminuida y, en muchos casos, perseguida. Esta sexualidad “anormal” se podía encontrar en la mujer histérica, que al simular sus síntomas evitaba la responsabilidad de la maternidad.
La raigambre de estas posiciones doctrinarias tiene su fundamento esencial en la Biblia, un texto sagrado referido a la Tierra como un páramo con enormes extensiones desiertas y necesitadas de ser pobladas. De manera simultánea con la orden de Dios –“¡Creced y multiplicaos!”–, se desestima y se castiga todo aquello que no sea reproductivo: masturbación, coito interrumpido, homosexualidad. Con variaciones, esta temática continúa hasta el presente, al repudiar la Iglesia el uso del preservativo y de los métodos artificiales de fertilidad.
Recién a mediados del siglo xx podemos encontrar el primer estudio sistemático y científico sobre la sexualidad, realizado por Alfred Kinsey. En los años sesenta, William Masters y Virginia Johnson iniciaron sus estudios controlados de laboratorio, publicados en Respuesta sexual humana (1978).
Estos trabajos de investigación formaban parte del clima de las décadas del sesenta y setenta, cuando una contracultura se opuso a la cultura dominante. Dicho movimiento, si bien incluía a una minoría de la población, expresaba las ideas, las fantasías y los deseos de la época, cuya significación produjo transformaciones en la subjetividad. Los movimientos gay se organizaron para luchar por sus reivindicaciones. Los grupos feministas llevaron a una revolución referida al sometimiento de la mujer a una cultura patriarcal.
La revolución sexual, impulsada por la píldora anticonceptiva, de venta autorizada a partir de 1960, permitía liberar al placer. La familia dejaba de ser el fin último de la pareja.
Sin embargo, el feminismo de la igualdad equiparaba la sexualidad femenina con la masculina, ignorando diferencias y matices. De esta manera, la sexualidad seguía centrada en la genitalidad y en el mito del orgasmo vaginal como modelo de la salud sexual considerada normal.
En la década del ochenta comienza un avance en las luchas feministas, al proponer la apropiación de la experiencia subjetiva de la mujer por fuera de la sexualidad heterosexual patriarcal. La sexualidad de la mujer comienza a considerarse distinta a la del hombre, y el cuerpo femenino aparece erotizado en su totalidad.
La insatisfacción sexual
La experiencia clínica corriente suele mostrar, directa o indirectamente, que muchas parejas se encuentran insatisfechas en términos sexuales. Es tan necesario para las mujeres conocer mejor sus posibilidades sexuales como para los hombres ayudarlas a desarrollarlas. Este panorama ha cambiado de un modo vertiginoso en las últimas décadas. Pero no debemos engañarnos: aún existen numerosas parejas y –obvio– muchísimas mujeres que padecen importantes insatisfacciones en materia sexual.
Siglos de opresión, discriminación, exclusión de satisfacciones y goces en este aspecto han permitido el desarrollo de tabúes, que hicieron del género femenino un terreno plagado de ignorancia, desde la simple anatomía femenina hasta las diferentes maneras de obtener satisfacción y goce sexual.
Sin embargo, hay sociedades en las que, a diferencia de las nuestras, se permite y se espera que las mujeres tomen un rol activo en sus deseos sexuales y tengan decisiva iniciativa en pos de ese rol. En esas culturas, las mujeres tienen participación activa, tanto antes como durante el acto sexual. Todos están de acuerdo al afirmar que la diferencia entre una sociedad y otra reside en el grado de libertad sexual concedida durante la adolescencia y las etapas que la preceden. Allí donde las sociedades se muestran muy estrictas en estos aspectos, y donde se cree que la modestia y la sumisión son virtudes femeninas que deben ser exaltadas, el resultado final es que las mujeres se consideran inhábiles e incapaces, poco deseosas de tomar iniciativas y de desempeñar un papel activo en lo referente a la sexualidad. No es extraño, entonces, que en estas sociedades abunden los problemas sexuales femeninos.