La primera y todas las ediciones de este libro están dedicadas a la memoria de mi madre Golda y mis hermanos Reginka, Justinka, David y a toda la familia que fue asesinada en las cámaras de gas de Treblinka.
La segunda edición de este libro en inglés se publica en el aniversario del fallecimiento de mi querido esposo, Shlomo Roth, con quien compartí 64 años de matrimonio. Está dedicado a su memoria.
Reconocimientos
Cuando pensé en los reconocimientos al acercarse el momento de la publicación de este libro, me sentí perpleja. ¿A quién doy gracias y por qué? ¿Por qué debo agradecer a alguien por esta dolorosa experiencia que me abrasó el alma? Una vez le dije a un guardia nacional que nos estaba dando un tour en las celdas de confinamiento solitario de la isla de Alcatraz, —prefiero permanecer diez años en una celda como esta, con comidas regulares y un suministro interminable de libros, que un solo día en Auschwitz.
Esta es mi historia ineludible. Contarla es lo único que puedo hacer. ¡He sobrevivido! Quizá esta sea la única razón por la que sobreviví. La mayoría no lo hizo. Mis familiares, mis amigos y mis compañeros judíos que fueron asesinados no pueden hablar. Así que, no puedo quedarme callada. No tengo paciencia para agradecer a nadie. Quería sacar este libro al exterior. Fuera de mí. Como si su publicación finalmente me trajese la paz. Me liberase de mi carga y me alejase aún más de los nazis. El hecho de que yo haya sobrevivido y que mi semilla crece, de que mis hijos y mis nietos se hayan erguido en el desolado páramo del antiguo campo de concentración a pesar de todos los planes de Hitler para los judíos, no es una victoria suficiente. Mientras yo pueda hablar, estoy obligada a revivir y a contar mi historia una y otra vez.
¿A quién debo dar las gracias? A usted, el lector y a aquellos que han escuchado y aún escuchan las incontables historias de los sobrevivientes. En los primeros años después de la guerra, la gente no preguntaba sobre la prisionera número 48915 de un campo de concentración y nunca lo mencioné. Mis amigos, que eran sobrevivientes, y yo nunca hablamos sobre lo que vivimos. Estábamos preocupados con la restauración de nuestras familias y la construcción de otras nuevas. Mi esposo Shlomo siempre estuvo a mi lado y me escuchó cuando las pesadillas me hacían saltar de la cama. A menudo nos reímos, comentando que tuvimos cinco hijos porque me abalanzaba sobre él como resultado de mis terrores. Él se convirtió en mi audiencia permanente. Él era la única persona en la que confié para permanecer a mi lado para siempre. Él me oyó contar una y otra vez los episodios, y sin embargo me escuchaba. Estuvo junto a mi apoyándome firmemente por 64 años mientras yo luchaba para escribir. Tristemente, mi querido esposo falleció en septiembre de 2012. Le estaré eternamente agradecida; lo echo de menos cada día.
Algunas personas me preguntan, después de leer el libro, si después de la guerra mi vida fue fácil o perfecta. ¿Puede ser la vida de alguien realmente fácil o prefecta? Ciertamente la vida sigue siendo una lucha — con problemas financieros, con problemas familiares y con todos los otros problemas cotidianos que afectan a las personas ... pero una vida normal es todo lo que se puede pedir. Es mucho más de lo que al resto de mi querida familia le fue permitido. Y estoy muy agradecida a mi querido Shlomo por compartir esa vida conmigo, juntos.
En nuestra casa cada uno de mis cinco hijos David, Chezy, Zehavit, Ram y Masha me escucharon a lo largo de los años. Un poco de comida sobrante en un plato desencadenaba recuerdos.
Nosotros no tiramos la comida, … —yo les proclamaba. Y les hablaba de lo que significa pasar hambre. Hoy en día, cuando ruego a mis nietos que no dejen nada en sus platos, sus padres les dicen: —está bien si no pueden terminar, pero pregunten a la abuela por qué no deberían dejar nada en el plato.
Fui invitada por un familiar para mi primer “ compromiso para hablar en público” a una reunión de los exploradores israelíes Benei Akiva en Yom Hashoah (o Día del recuerdo del Holocausto) , en 1956. Desde entonces me han escuchado en escuelas públicas, escuelas de secundaria y en sinagogas. He estado continuamente dando charlas en la escuela de mis nietos, en sus lugares de trabajo y de rezo. Más recientemente , he acompañado en calidad de testigo a los estudiantes de secundaria de la escuela Ramaz en su viaje a Polonia.
Mi brazo izquierdo es mi introducción para los espectadores. Niños y adultos, judíos y gentiles, en una piscina, en una biblioteca o en una tienda de belleza, se fijan momentáneamente en el extraño número azul grabado en mi piel por los nazis. Veo las preguntas formándose en su mente, y empiezo a explicarles antes de darles tiempo a formular la pregunta. En una visita a Yad Vashem un grupo de turistas escandinavos se posicionaron a mi alrededor a la vez que yo estudiaba una foto que me resultaba familiar. Un rezagado se dio cuenta de mi tatuaje y me preguntó: —¿estuvo usted allí? Al grupo le tomó solo un segundo sentir la atracción y ponerse a escuchar.
Empecé a escribir mi historia. Cada día a las 3 a.m. mientras el mundo a mi alrededor estaba durmiendo y yo no podía, escribí a mano, poco a poco, en polaco, utilizando el lenguaje de mi infancia, de la tierra que me traicionó. Todavía es mi lengua materna. He atribuido siempre cualquier talento narrativo a la herencia genética de mi difunto padre Samuel Rothstein, bendita sea su memoria. Mis habilidades de composición en polaco fueron clavadas a mi conciencia a los 13 años, sobre todo por mi última profesora de literatura polaca, la señorita Cynkstein, antes y durante la guerra. Mi prima, Shula Carmi, me introdujo al uso de un procesador de textos, modernizando y acelerando el trabajo.
Las primeras personas que revisaron mi trabajo fueron amigas que podían leer polaco, Eva Kempinski, Lola Praport y Sara Rosen. Ellas me elogiaron y me convencieron para traducir el manuscrito a la lengua inglesa. La larga búsqueda de un traductor me condujo a la maravillosa y capaz señora Roslyn Hirsch. Su difunto esposo, David Hirsch fue profesor de inglés y estudios judíos en la Universidad de Brown, y él jugó un papel decisivo en la traducción. Debido a la envergadura de mis experiencias, él decidió incluir el manuscrito a su lista de lectura asignada. Fui premiada con las primeras respuestas a la versión en inglés cuando viajé a Rhode Island para dar una charla a los estudiantes de su salón de clases, mi primera audiencia universitaria.