En este libro Rafael Argullol se aproxima a la muerte de Jesús de Nazaret. Su narración se alimenta por igual de los Evangelios y de las sucesivas representaciones sobre el tema que nos han legado los artistas. Cristo aparece como un héroe trágico, a la manera griega; una figura profundamente humana alrededor de la cual toda la existencia queda convulsionada. El amor, la amistad, el erotismo, la libertad o la traición son etapas de un itinerario que comporta un destino excepcional. Pasión del dios que quiso ser hombre es un texto emocionante que refleja la belleza de una historia turbadora y llena de fascinación.
Rafael Argullol
Pasión del dios que
quiso ser hombre
ePub 1.0
Edición digital:
John Doe
02.01.15
Pasión del dios que quiso ser hombre
Rafael Argullol
Portada: Detalle de Lamentación sobre Cristo muerto
(c. 1490), de Sandro Botticelli
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Edición digital para uso privado.
A los creyentes en dioses transitorios
RAFAEL ARGULLOL (Barcelona, 1949). Poeta, novelista y ensayista español. Se licenció y doctoró en Estética en la Universidad Central de su ciudad natal. Impartió clases en las Universidades de Roma y Berkeley, y desde 1988 fue profesor de Estética en la Universidad Central de Barcelona, centro en el que ejerció como catedrático.
Entre su extensa producción se encuentran los libros de poemas Disturbios del conocimiento (1980) y Duelo en el valle de la Muerte (1984). De sus novelas destacan Lampedusa (1981) y El asalto del cielo (1986), cuyo protagonista emprende un viaje iniciático marcado por el descenso existencial a los infiernos, así como por una irrenunciable exigencia de belleza, que es un tema recurrente del autor. En 1989 se publicó Desciende, río invisible, novela centrada en una ciudad inmovilizada, que queda atrapada en un invisible estado de sitio. En 1993 le fue concedido el Premio Nadal de novela por La razón del mal, una obra de corte alegórico en la que subyace una reflexión sobre el mal y sobre la lucha humana entre la memoria y el olvido.
Destacado pensador, entre sus ensayos deben citarse El Quattrocento (1982), La atracción del abismo (1983), El héroe y el único (1984), que propone una reflexión sobre el Romanticismo, planteado como una concepción trágica del hombre moderno, Tres miradas sobre el arte (1985), Territorio del nómada (1988), El fin del mundo como obra de arte (1991), El cansancio de Occidente, escrito en colaboración con el filósofo y ensayista Eugenio Trías (1992) y Sabiduría de la ilusión (1994).
En 1998 apareció Transeuropa, en la que introduce una reflexión sobre la Europa actual a través de un viaje que realiza el protagonista por Europa, de extremo a extremo, desde la Península Ibérica hasta Rusia. En 1999 publicó El afilador de cuchillos, donde se funden la historia y la memoria personal del siglo XX , y en marzo del siguiente año salió su ensayo Aventura. Una filosofía nómada. Con Una educación sensorial. Historia personal del desnudo femenino en la pintura obtuvo el I Premio de Ensayo convocado por la Casa de América y el Fondo de Cultura Económica. En 2003 reunió un puñado de artículos periodísticos en Manifiesto contra la servidumbre. Al año siguiente publicó El puente de fuego, donde describe las experiencias vividas en sus viajes, y Del Ganges al Mediterráneo, que recoge sus conversaciones con el pensador indio Vidya Nivas Mishra.
LA MENTIRA
DE LOS ARTISTAS DICE
LA VERDAD
RELATO
I
U na quimera. Un monstruo. ¿Acaso no veis que es un monstruo, el mayor que haya existido, y el destinado a sufrir más que ningún otro? Dejad, pues, que disfrute por un momento del consuelo de unas caricias.
Ella seca con su larga cabellera tus tobillos, aún húmedos por el agua tibia con que los ha lavado, y luego besa tus pies. ¡Qué escalofrío tan dulce te proporcionan esos besos! Si no supieras lo que estás obligado a saber éste sería el instante perfecto con el que sueña cualquier hombre. Un perfume, unos labios. Quisieras prolongar indefinidamente ese instante sin que la promesa de placer precipitara el estremecimiento. Quisieras que el mundo quedara suspendido para siempre antes del beso final.
Pero sabes demasiado. Siempre has sabido demasiado y en esto ha consistido tu naturaleza quimérica. Sabías demasiado al nacer, y sabías demasiado antes de nacer, cuando urdiste el plan, cuando te prestaste a ser el protagonista del oscuro experimento que rompía todas las leyes imaginables. ¿Hay una monstruosidad mayor que un dios metido en la piel de un hombre?
La criatura nacida de esa pesadilla está destinada a padecer el mayor de los tormentos pues, por su propia condición, tendrá el corazón de un ser humano y los pensamientos de un dios. La sangre correrá por sus arterias en busca del goce y el dolor de cada día incierto, pero en su alma se arremolinarán continuamente el pasado y el futuro; el pasado, como una piedra de fuego, y el futuro, como un espejo cristalino en el que todo se refleja con nítida crueldad. ¿Se puede imaginar a alguien sin dudas sobre su porvenir que, al mismo tiempo, esté desprovisto del beneficio del olvido?
Tú eres ese alguien. Y tú la criatura que conoce, con abominable detalle, todos los actos que le esperan. Incluido el día y las circunstancias de tu muerte. Esto lo sabes porque tú mismo la has fijado minuciosamente, como la última escena, la más grandiosa y terrible, del plan trazado para conmover los cimientos del mundo. Has elegido tu muerte, la muerte de un dios, a manera de gran provocación contra el conformismo de las conciencias. Serás el sacrificador y la víctima.
Prisionero de tu propia esencia, obligado a ser puro espíritu, ajeno por tanto a cualquier juego de los sentidos, ajeno a las emociones, sin miedo pero también sin esperanza, envidiabas las veleidades de los mortales, necesitabas ser como ellos. Es más: querías ser uno de ellos. Así empezó el reto y así te dispusiste a emprender un largo viaje, cuyas estaciones conocías de antemano. La muerte te resultaba el hecho más desconcertante y, sin embargo, asimismo, el más imprescindible. Sólo la muerte humana de un dios perturbaría definitivamente el orden de las cosas. El velo del mundo quedaría rasgado; el pecho de los hombres, conmovido; y tú mismo, el dios suicida, se vería al fin aliviado de la terrible monotonía de una errancia meramente espiritual. La luz, para volver a ser luz, necesita extraviarse en caminos oscuros y valles de penumbra.
El círculo ya estaba cerrado cuando empezaste a crecer en el vientre de tu madre. A decir verdad ya lo estaba nueve meses antes, cuando se le anunció a la pobre muchacha que en sus entrañas yacía la semilla de un drama sin precedentes. La adolescente, María, queda sobrecogida por la noticia y su cara se tiñe con una seriedad impropia de las adolescentes.
Los pintores, tus centinelas, lo han reflejado con precisión. Cada pintor, por separado, es un mentiroso, pero la suma de todos ellos recoge la verdad. Tras la Anunciación tu futura madre se pliega sobre sí misma y su expresión es una extraña mezcla de reverencia, devoción y temor. El monstruo divino la ha elegido a ella entre millones para hospedarse en su interior. ¡Qué extraño destino para una muchacha pueblerina que sólo aspiraba a una modesta felicidad!