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Lorenzo Fernández Bueno - La España maldita

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Lorenzo Fernández Bueno La España maldita

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1. Fantasmas, nidos de brujas y otras anomalías

FANTASMAS, NIDOS DE BRUJAS Y OTRAS ANOMALÍAS

El árbol se levanta sobre la tapia hundida.

El viejo campanario —la paloma que había

huyó bajo la guerra— está desierto:

Todo es la sombra.

El monte desolado invade el patio,

el pozo seco,

el niño destrozado por la yedra.

Alguien recuerda —antes estuve aquí,

hoy ya no vuelvo— por los muros de adoba calcinados:

¿Quién ha puesto el olivo

enfrente del olivo?

¿Quién ha dejado sangre

enfrente de la sangre?

¿Quién ha traído muerte

en contra de la muerte?

¿Quién, en fin, ha destruido al hombre

contra el hombre?

Sobre la casa yerta ya nadie se levanta.

JOSÉ ANTONIO LABORDETA

«BELCHITE»

Los triángulos mortales

Cuántas veces hemos oído hablar de triángulos mortales, como el celebérrimo de las Bermudas, o el del Diablo, en Japón; incluso de bosques que parecen atraer las malas energías que asustan al mismo miedo, y en los que aquellos que están hastiados de esta cosa maravillosa que es la vida deciden quitársela. Aokigahara, también en el país del sol naciente, es un buen ejemplo de ello. Tan maldito y preñado de muerte como bello es su entorno.

Sin embargo, no hace falta irnos tan lejos: en España tenemos nuestro particular triángulo maldito, una figura geométrica que marca de manera terrible y desde hace años una zona muy determinada del sur de la Península, entre tierras de Jaén y Córdoba. El delimitado entre las localidades de Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznájar.

El centro neurálgico de esta tierra maldita es Alcalá, donde el asunto que vamos a tratar hace tiempo que se convirtió en incómodo. Un tabú que ha sido investigado por psicólogos, y también por expertos en los fenómenos paranormales.

De momento, es interesante prestar atención a lo que dicen las estadísticas respecto a los suicidios. En España se producen cinco muertes voluntarias por cada cien mil habitantes. Si lo llevamos a porcentajes, la media en España es del 6 por ciento de la población. Pero es que en la provincia de Jaén el porcentaje sube al 9 por ciento según estadísticas de la primera década del siglo XXI, y si nos desplazamos a los municipios de la sierra sur, donde se encuentran los llamados triángulos de la muerte, se dispara a casi el 28 por ciento.

Lógicamente son muchos los profesionales de las más diversas ciencias los que han intentado saber el porqué. De hecho, en los enclaves en los que ocurren tantas muertes se dan explicaciones diversas: desde especies de plantas y árboles de la zona que resultarían nocivas para el ser humano, pasando por la altitud del terreno en el que se ubican los pueblos, a la pura transmisión genética, en lo que el psiquiatra Antonio González denomina «lealtades invisibles».

A ese respecto, el investigador Miguel Ángel Sánchez asegura en la página llanillo.com, que es una de las más visitadas a la hora de buscar una explicación para este desconcertante tema, que «las autoridades sanitarias deberían tener en cuenta la inquietud pública sobre este asunto y aportar mayores medios técnicos y humanos para la realización de un estudio definitivo que determine, con la mayor aproximación posible, las causas de este problema. Conviene romper cuanto antes el círculo vicioso e invisible que lleva a muchas personas a un futuro trágico y alimentarlas en la esperanza de que el suicidio es la peor opción y que todo se soluciona menos la muerte».

Evidentemente, hay una cuarta explicación que apenas si se susurra, y en la que hasta hace no mucho tiempo, y seguramente también ahora, se creía con espanto: la aparición de espectros del más allá que llevan a los futuros suicidas a cometer esos terribles actos. Parece ficción, parte de cuentos que se relatan al calor del fuego, pero lo interesante del asunto es que la mayoría de las muertes se han producido en el interior de dichos triángulos, y en cortijos muy apartados con historias extraordinariamente tenebrosas detrás.

Para no dormir…

El investigador Paco Bermúdez, en su libro El triángulo de la muerte, entrevistó sobre este tema a Antonio Jiménez, enterrador de Priego de Córdoba, uno de los vértices del triángulo cordobés, y éste le aseguró que hay «un triángulo maldito en esta zona, está claro. Eso lo llevo oyendo desde que era un niño, y ahora tengo sesenta y un años. No sé por qué será, pero está claro que algo raro pasa. Hace unos años yo también estuve a punto de hacerlo. Me metí llorando dentro de un nicho con una escopeta. Gracias a Dios ya pasó todo. Yo entierro todos los años a unas diez personas que se han colgado o se han pegado un tiro. Sin ir más lejos, la semana pasada enterré al último, un viejo que se colgó. Pero no son sólo viejos los que se cuelgan; también lo hacen personas de treinta años y hombres igual que mujeres».

Evidentemente, en estos años de sepulturero Antonio ha vivido anécdotas tan curiosas como ésta que narraba al citado Paco Bermúdez: «Hace treinta años llegó al cementerio un hombre de mediana edad y, como tantos otros, llevó flores a las tumbas de sus familiares. El antiguo capellán de la zona le preguntó si se encontraba bien, puesto que hacía mucho frío y llevaba allí unas horas “hablando” con sus difuntos. El extraño personaje le contestó que se estaba despidiendo. El capellán lo dejó seguir con ello y se fue a atender a otras personas que se encontraban en el camposanto, no sin antes oír una frase del individuo que, dirigiéndose a las tumbas, decía: “¡Ahora nos vemos. Ya voy!”. Al cabo de unos diez minutos se oyó un disparo. Encontraron al hombre tendido sobre la losa de mármol con un tiro en la cabeza. El suicida había colocado instantes antes su chaqueta a modo de almohada y depositado una cubeta bajo la cañería de la losa para recoger la sangre. Después se tumbó, se introdujo la pistola en la boca y disparó. No murió en el acto. Falleció días después en el hospital. Quienes fueron a visitarlo mencionaron que el extraño personaje los había citado al día siguiente mediante una carta para que acudieran a su entierro, puesto que se iba a matar».

Los cortijos malditos

Muy cerca de las cortijadas de la Carrasca y la Lastra, en la provincia de Córdoba, encontramos la primera leyenda que serviría para explicar lo que allí se ha producido: decenas de suicidios que no tienen explicación, si acudimos a la siempre fría estadística.

Allí se habla del «hombre de las uñas», un anciano encorvado de larga melena que permanece sentado observando al aterrado testigo y cuya característica principal, como es de suponer, es el tamaño desproporcionado de sus uñas. Pues bien, en la aldea de Silera, no muy lejos de las anteriores, vivía el siguiente testigo al que Bermúdez, en una labor de campo verdaderamente encomiable, entrevistó; y éste le relató que en una ocasión se encontraba cerca de una de las casas, ya entrada la noche, y «de repente volví la vista hacia el cortijo que había dejado atrás y vi esa cosa. ¡Por poco me muero de miedo! Estaba sentado sobre las piedras del cortijo. No era muy alto y tenía unas uñas enormes, grandes y enroscadas hacia dentro. Parecía muy anciano y no tenía pelo por arriba, pero por detrás de la cabeza le asomaba una melena muy grande. Me acerqué porque supuse que era una persona mayor que estaba perdida o necesitaba algo. Aquí nos conocemos todos y nunca lo había visto. Al acercarme, ese hombre se levantó y me hizo un gesto con la mano como para indicarme que me fuera. Le pregunté si necesitaba algo o si quería que lo bajase en un mulo al pueblo, y me respondió con un bufido, muy grave y muy fuerte, casi como si chillara. Entonces se levantó y empezó a venir hacia mí. Yo, por impulso, empecé a correr, y él siguió detrás. Los mulos empezaron a encabritarse y no los podía controlar. Los solté y seguí corriendo. Calculo que estuvo como un cuarto de hora persiguiéndome entre los olivos. Cuando me calmé lo suficiente, volví a por los dos mulos y me fui de allí como alma que lleva el diablo. Nunca he vuelto a pasar a esas horas por ahí».

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