Zbigniew Brzezinski - El gran tablero mundial
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- Libro:El gran tablero mundial
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1997
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El gran tablero mundial: resumen, descripción y anotación
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POLÍTICA DE SUPERPOTENCIAS
Desde que los continentes empezaron a interactuar en el terreno de la política, hace alrededor de quinientos años, Eurasia ha sido el centro del poder mundial. De diferentes maneras y en épocas diferentes, los pueblos que vivían en Eurasia —principalmente los de su periferia europeo-occidental— penetraron y dominaron a las demás regiones del planeta a medida que los distintos Estados euroasiáticos alcanzaban el estatus especial de potencias principales del mundo y pasaban a disfrutar de los correspondientes privilegios.
La última década del siglo XX ha sido testigo de un desplazamiento tectónico en los asuntos mundiales. Por primera vez en la historia, una potencia no euroasiática ha surgido no sólo como el árbitro clave de las relaciones de poder euroasiáticas sino también como la suprema potencia mundial. La derrota y el colapso de la Unión Soviética fueron el último escalón de la rápida ascensión de una potencia del continente americano, los Estados Unidos, como la única e, indudablemente, como la primera potencia realmente global.
Sin embargo, Eurasia mantiene su importancia geopolítica. No sólo su periferia occidental —Europa— sigue siendo el lugar donde gran parte del poder político económico y mundial está localizado, sino que su región oriental —Asia— se ha convertido recientemente en un centro de crecimiento económico vital y con creciente influencia política. De ahí que la cuestión de cómo deben enfrentarse unos Estados Unidos con compromisos globales a las complejas relaciones de poder euroasiáticas —y particularmente si ello impide la emergencia de una potencia euroasiática dominante y antagónica— sigue siendo fundamental en términos de la capacidad estadounidense de ejercer la primacía global.
De ello resulta que —además de cultivar las diferentes dimensiones de poder más novedosas (tecnología, comunicaciones, información, así como comercio y finanzas)— la política exterior de los Estados Unidos debe seguir ocupándose de la dimensión geopolítica y emplear su influencia en Eurasia para crear un equilibrio continental estable en el que los Estados Unidos ejerzan las funciones de árbitro político.
Eurasia es, pues, el tablero en el que la lucha por la primacía global sigue jugándose, y esa lucha involucra a la geoestrategia: la gestión estratégica de los intereses geopolíticos. Es de notar que en una fecha tan cercana como 1940, dos aspirantes al poder global, Adolf Hitler y José Stalin, acordaron de forma explícita (en las negociaciones secretas que tuvieron lugar en noviembre de ese año) que los Estados Unidos debían quedar excluidos de Eurasia. Tanto uno como otro habían comprendido que una inyección de poder estadounidense en Eurasia podía obstaculizar sus ambiciones de dominio global. Ambos compartían la creencia de que Eurasia es el centro del mundo y la de que quien controle a Eurasia controlará el mundo. Medio siglo después, el tema ha sido redefinido: ¿se mantendrá la primacía estadounidense en Eurasia? Y, si es así, ¿con qué fines?
El objetivo último de la política estadounidense debería ser benéfico y visionario: dar forma a una comunidad global verdaderamente cooperativa, de acuerdo con unas orientaciones de largo alcance y con los intereses fundamentales de la humanidad. Mientras tanto, empero, es esencial que no se produzca el surgimiento de ningún aspirante al poder euroasiático capaz de dominar Eurasia y, por lo tanto, también de desafiar a los Estados Unidos. La formulación de una geoestrategia global e integrada para Eurasia es, así, el objetivo de esta obra.
Zbigniew Brzezinski
Washington. D.C.
Abril de 1997
UNA NUEVA CLASE DE HEGEMONÍA
La hegemonía es algo tan viejo como la humanidad. Pero la actual supremacía global estadounidense se destaca por la rapidez con la que ha surgido, por su alcance global y por la manera en que se ejerce. En el transcurso de un solo siglo, los Estados Unidos se han transformado a sí mismos —y han sido también transformados por las dinámicas internacionales— de tal manera que un país que estaba relativamente aislado en el continente americano se ha convertido en una potencia con unas capacidades de acceso y de control mundiales sin precedentes.
La guerra hispano-estadounidense de 1898 fue la primera guerra de conquista de los Estados Unidos fuera de su territorio. La guerra hizo que el poder estadounidense penetrara bien dentro del Pacífico, llevándolo más allá de Hawái hasta las Filipinas. Al iniciarse el siglo, los estrategas estadounidenses ya estaban desarrollando doctrinas sobre la supremacía naval en los dos océanos y la armada estadounidense había empezado a cuestionar la condición de Gran Bretaña de «reina de los mares». Las reivindicaciones estadounidenses de un estatus especial como único guardián de la seguridad del continente americano —proclamadas anteriormente por la doctrina Monroe y justificadas más adelante con el pretendido «destino manifiesto» estadounidense— se hicieron aún más firmes a partir de la construcción del canal de Panamá, que facilitó el dominio naval de los Estados Unidos tanto sobre el océano Atlántico como sobre el Pacífico.
La base de las ambiciones geopolíticas estadounidenses en expansión la proporcionó la rápida industrialización de la economía del país. Al estallar la Primera Guerra Mundial, el creciente poder económico estadounidense constituía ya alrededor del 33% del PNB mundial, lo que desbancó a Gran Bretaña como principal potencia industrial del mundo. Este notable dinamismo económico fue impulsado por una cultura que favorecía la experimentación y la innovación. Las instituciones políticas estadounidenses y la economía de libre mercado crearon oportunidades sin precedentes para los inventores ambiciosos e iconoclastas, a quienes ningún privilegio arcaico ni ninguna rígida jerarquía social impidió avanzar hacia la materialización de sus sueños personales. En pocas palabras, la cultura nacional era extraordinariamente favorable al crecimiento económico, y atrayendo y asimilando con rapidez a los extranjeros más talentosos, la cultura facilitó también la expansión del poder nacional.
La Primera Guerra Mundial proporcionó las condiciones para que por primera vez la fuerza militar estadounidense se proyectara en Europa de forma masiva. Una potencia hasta entonces relativamente aislada transportó rápidamente varios cientos de miles de efectivos a través del Atlántico. Ni el tamaño ni el campo de acción de esta expedición militar transoceánica tenían precedentes, lo que marcó la emergencia de un nuevo jugador principal en las relaciones internacionales. De similar importancia fue el hecho de que la guerra también diera lugar al primer gran esfuerzo diplomático estadounidense de aplicar los propios principios a la búsqueda de una solución para los problemas internacionales de Europa. Los famosos catorce puntos de Woodrow Wilson representaban una inyección de idealismo estadounidense —reforzado por el poderío de esa nación— en la geopolítica europea. (Una década y media antes, los Estados Unidos habían desempeñado un papel fundamental en la solución de un conflicto entre Rusia y Japón en el Lejano Oriente, reafirmando con ello también su creciente papel internacional). La fusión del idealismo y del poder estadounidenses se hizo así sentir con todo su peso en la escena mundial.
Sin embargo, en realidad la Primera Guerra Mundial fue aún, sobre todo, una guerra europea, no una guerra global. Pero su carácter autodestructivo marcó el principio del fin de la preponderancia política, económica y cultural de Europa sobre el resto del mundo. En el transcurso de la guerra, ninguna potencia europea fue capaz de prevalecer sobre las demás de manera decisiva y el resultado de la guerra estuvo muy influenciado por la entrada en el conflicto de los Estados Unidos, la potencia emergente no europea. A partir de entonces, Europa iría dejando progresivamente de ser un sujeto para convertirse en un objeto de la política de poder global.
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