Julio Gil Pecharromán - La I Guerra Mundial (y 2)
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- Libro:La I Guerra Mundial (y 2)
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- Año:1985
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La I Guerra Mundial (y 2): resumen, descripción y anotación
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Título original: La I Guerra Mundial (y 2)
Julio Gil Pecharromán, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 36 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la Primera Guerra Mundial.
Julio Gil Pecharromán
Cuadernos Historia 16 - 036
ePub r1.0
Titivillus 03.09.2022
Por Julio Gil Pecharromán
Historiador. Profesor de Historia Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid
Si la inamovilidad de las líneas y el fracaso de las grandes ofensivas fue la tónica dominante en el frente occidental, en el largo frente ruso las cosas se desarrollaron de muy distinta manera durante el bienio 1915-16.
Al contrario que en Francia, los austro-alemanes concluyeron el año 1914 en medio de una ofensiva generalizada. Aunque los rusos ocupaban todavía Galitzia y frenaron en diciembre la penetración alemana hacia Varsovia, el Ejército germano no había perdido la iniciativa conseguida en Tannenberg y era muy superior al ruso en calidad y armamento. Además, una vez que Falkenhayn renunció a la guerra ofensiva en occidente estuvo en condiciones de enviar nuevos refuerzos —25 divisiones— a Hindenburg.
Con la llegada de la primavera se reanudaron las operaciones. El 2 de mayo, una masa de 30 divisiones alemanas se puso en marcha en los límites de la Polonia rusa. Las tropas zaristas estaban deficientemente equipadas y su Estado Mayor, convencido de la inutilidad de toda resistencia, ordenó su repliegue tras el Vístula.
En el sur, los austro-húngaros pasaron también al ataque y antes de la llegada del verano habían infligido una seria derrota a los rusos en Gorlitz (27 de abril) y recuperada casi toda la Galitzia, incluidas las ciudades de Lemberg y Przemysl. Sólo la entrada en guerra de Italia obligó a los austriacos a ceder en su presión sobre la zona.
En el mes de julio los alemanes intentaron completar el aniquilamiento de las fuerzas enemigas. Por el norte, cruzaron el río Narev en dirección a Varsovia; en el sector central progresaron hacia Ivangorod con la intención de cruzar el Vístula y rodear a los rusos en las inmediaciones de Varsovia.
La operación conoció un fracaso parcial: las unidades rusas pudieron escapar antes de que el cerco se cerrase, pero aun así, Varsovia y la mayor parte de la Polonia rusa cayeron en manos de las tropas de Hindenburg.
Inmediatamente, sin conceder tregua al adversario, los alemanes atacaron en el norte, en los países bálticos. El 8 de agosto los germanos cruzaron el Niemen y se extendieron por Lituania. Kovno, Vilna y otras importantes ciudades cayeron en su poder antes de que los rusos pudieran improvisar una línea defensiva, que, atravesando los pantanos del Pripet, iba desde Riga a Tarnopol.
Al finalizar el año 1915, los rusos habían perdido casi dos millones de hombres entre muertos, heridos y prisioneros. El frente se introducía peligrosamente en el seno del Imperio y el fracaso del intento franco-británico de forzar el bloqueo a Rusia mediante el ataque a los Dardanelos, hacía aún más critica la situación.
Si los rusos no conocieron un desastre mayor en el otoño de 1915 fue porque la activación del frente balcánico desvió hacia allí —como antes hacia Italia— a una gran cantidad de tropas austro-húngaras, a las que no mucho después tuvieron que unirse importantes contingentes alemanes.
La zona balcánica cobró importancia estratégica a raíz de la entrada de Turquía en la guerra. Ya vimos cómo los franco-británicos creyeron encontrar uno de los puntos débiles del enemigo en los Dardanelos.
El fracaso de esta operación y la presión austriaca sobre Serbia aconsejaban buscar nuevos aliados en la península. Por su parte, también las Potencias Centrales se mostraban interesadas en encontrar colaboradores entre los pueblos balcánicos, con vistas a una acción conjunta contra los serbios.
Griegos y rumanos se mantuvieron apartados del conflicto durante el año 1915. En Grecia, el rey Constantino era ferviente partidario de la neutralidad, mientras que su primer ministro, Venizelos, era un convencido aliadófilo. En Rumanía, pese al anhelo nacional de liberar del dominio austro-húngaro la región de Transilvania, así como la Bukovina y el Banato, los reveses rusos aconsejaban al jefe del Gobierno, Bratianu, un máximo de prudencia, sobre todo cuando sus vecinos meridionales, los búlgaros, tomaban ostentosamente partido por los Imperios Centrales.
Bulgaria ocupaba un lugar clave en los Balcanes. Situada a espaldas de Serbia y de Turquía, su entrada en la guerra podía suponer un giro de la misma. Humillados tras la Segunda Guerra Balcánica y rapiñados por sus vecinos, los búlgaros se habían ido acercando a los austro-alemanes conforme se alejaban de los rusos.
A lo largo de 1915, el Gobierno de Sofía recibió toda suerte de incitaciones. Los países de la Entente le ofrecían algunas zonas de la Turquía europea y, de un modo lógicamente condicionado, las zonas de Macedonia que controlaban sus aliados serbios. Los austro-alemanes ofrecían lo mismo, pero de un modo seguro e inmediato.
El rey Femando terminó inclinándose por esta última solución. Tras la batalla de los Dardanelos y el desastre ruso en Polonia y Galitzia, los búlgaros ya no dudaron. El 21 de septiembre se decretó la movilización y el 5 de octubre se entró en la guerra.
Aliviados en el frente oriental por sus victorias del verano y alentados por la entrada en combate de los búlgaros, los austriacos se lanzaron sobre Serbia a comienzos de octubre. Atacados por el norte y por el este, los serbios no pudieron oponer una resistencia eficaz ante la invasión austro-búlgara.
Los restos de su Ejército, encabezados por el anciano rey Pedro y acompañados por buena parte de la población civil, emprendieron una penosa retirada hacia el puerto de Valona, en Albania, que habían ocupado los italianos. Los franceses, violando la neutralidad griega, ocuparon la isla de Corfú y acogieron allí a los refugiados del pequeño reino.
La guerra en los Balcanes hubiera terminado aquí si Venizelos no hubiera autorizado —contra el parecer del rey Constantino— el desembarco de un cuerpo expedicionario francés en Salónica (septiembre de 1915). Austriacos y búlgaros tuvieron que acudir a taponar la nueva brecha. De este modo, desde el territorio neutral de Grecia, los aliados estaban en condiciones de mantener un foco de resistencia que terminaría siendo fatal para sus adversarios.
El año 1916 trajo un cambio en la orientación de la guerra en el este. Conforme a lo acordado en Chantilly, los rusos planearon una ofensiva para la primavera. Aprovechando la dispersión de los esfuerzos del enemigo, comprometido en Francia, Italia y Macedonia, y tras haber sido considerablemente reforzado en hombres y material, el Ejército zarista había mejorado paulatinamente sus perspectivas.
La ofensiva debía coincidir, o preceder ligeramente, al ataque italiano en el Isonzo y al anglo-francés en el Somme. El resultado de este esfuerzo coordinado —que finalmente no dio fruto— sería el derrumbamiento militar del enemigo.
El 22 de mayo, cuatro cuerpos del Ejército ruso, dirigidos por el general Brusilov, desencadenaron una ofensiva en un sector de 150 kilómetros de ancho, con la ciudad polaca de
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