Julio Gil Pecharromán - La I Guerra Mundial (1)
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- Libro:La I Guerra Mundial (1)
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1985
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La I Guerra Mundial (1): resumen, descripción y anotación
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Título original: La I Guerra Mundial (1)
Julio Gil Pecharromán, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 35 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la Primera Guerra Mundial.
Julio Gil Pecharromán
Cuadernos Historia 16 - 035
ePub r1.0
Titivillus 03.09.2022
Por Julio Gil Pecharromán
Historiador. Profesor de Historia Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid
La Primera Guerra Mundial —la Gran Guerra, como la llamaron sus contemporáneos— no fue un simple conflicto armado de los que se saldan con un reajuste de fronteras y el pago de reparaciones por los vencidos. Su desarrollo y consecuencias marcaron el final de toda una época y el comienzo de otra bien distinta.
Tras la guerra el predominio mundial de Europa —característico del siglo XIX— dejó paso a un sistema de hegemonía compartida con otros países que, como el Japón y los Estados Unidos, habían intervenido en la contienda; se abrió una profunda crisis en el sistema colonial vigente; las sociedades europeas alumbraron nuevos tipos de organización estatal, con modelos como el bolchevique o el fascista, que se apartaban del Estado liberal decimonónico; y se aceleró el proceso de integración de las economías regionales en beneficio de un sistema económico de alcance mundial. De las ruinas de la conflagración surgió un nuevo orden internacional.
La guerra no estalló de un modo espontáneo, aunque el hecho que la desencadenó, el atentado de Sarajevo, fuera un acontecimiento inesperado. Los motivos que impulsaron a los gobiernos europeos a lanzarse unos contra otros en 1914 hundían sus raíces en problemas surgidos muchas veces más de medio siglo antes. Las causas del conflicto eran principalmente de tres órdenes.
Unas, las más visibles, afectaban al equilibrio militar y diplomático entre las potencias, a la política interna de los Estados y a la creciente tensión bélica acumulada en determinadas zonas del planeta.
La rivalidad continental entre Francia y Alemania, las ansias expansionistas de esta última y su competencia naval con Gran Bretaña, la tirantez de relaciones entre Austria-Hungría y Rusia por causa de los Balcanes, etcétera, mantenían en permanente ansiedad a las poblaciones de estos países y eran motivos que justificaban a ojos de la opinión pública el continuo incremento de los gastos militares y, en último extremo, la guerra.
Otras eran causas de tipo económico. Casi todas tenían su origen en la agudización de las tensiones provocadas por el crecimiento de las potencias imperialistas en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Los Estados colonialistas habían tendido a establecer un circuito económico cerrado con sus colonias (neomercantilismo). De ellas sacaban las materias primas baratas para el consumo y la industria y en ellas vertían buena parte de sus excedentes de capital, mano de obra y productos manufacturados.
El resultado de esta política fue una feroz competencia colonial primero y una guerra de aranceles después. Los mercados nacionales se cerraron cada vez más al exterior, autoabastecidos gracias a la política proteccionista impuesta por sus gobiernos.
En los cada vez más escasos mercados libres, la lucha entre las grandes empresas exportadoras arrastró a países enteros. La vitalidad y la competitividad de la industria alemana despertaba cada vez mayor irritación en los medios industriales y financieros de Londres y París. La expansión económica de los Estados Unidos y del Japón contribuía a cerrar mercados a los europeos. Y el fantasma de un ruinoso estrangulamiento del comercio mundial llevó a muchos a considerar las ventajas de una guerra que acabara con las economías rivales.
Finalmente, mucho menos visibles, pero no por ello menos importantes, estaban las causas de orden psicológico e histórico. Muchas estaban integradas en aspectos de la vida cotidiana, se enseñaban en las escuelas, en los cuarteles, en las iglesias, y eran consideradas comúnmente virtudes saludables y dignas de estímulo. Pero la gran mayoría de ellas incluían peligrosos componentes que, llevados hasta ciertos límites, harían peligrar la existencia de aquella opulenta sociedad industrial y burguesa.
Mapa de las zonas de Europa afectadas por la ocupación militar durante la Primera Guerra Mundial.
Mujeres trabajando en una fábrica británica de obuses durante la Guerra Mundial.
Señalaremos tres causas de orden psicológico. En primer lugar, el nacionalismo. Consustancial al ascenso de la burguesía europea durante el siglo XIX, había terminado por convertirse en una forma de chauvinismo excluyente y xenófobo. Cada país descubría en el estudio de su historia motivos de resentimientos y reivindicaciones frente a sus vecinos. Las minorías nacionales de Europa central y oriental —polacos, croatas, checos o rutenos— habían tomado lentamente conciencia de su propio ser nacional y sus ansias de autonomía producían cada vez mayores tensiones en el seno de los viejos Estados multinacionales que las cobijaban.
Y, a la vez, surgían corrientes de pensamiento que pretendían saltar las barreras fronterizas en busca de la unión de todos los europeos de origen germánico —pangermanismo— o eslavo —paneslavismo—. Unos y otros parecían dispuestos a valerse de la guerra para el logro de sus objetivos.
También cobraba creciente importancia el militarismo, doctrina que se asociaba a las formas más extremas del nacionalismo para incrementar la carrera de armamentos, favorecer la intromisión de los militares en la vida civil y apoyar la política de agresividad hacia los potenciales adversarios.
Y, por último, la propia psicosis de guerra suponía un fuerte estímulo para la activación del conflicto latente. Realmente, casi nadie quería que estallase. Pero, quienes podían, no hacían nada para impedirlo.
Todos consideraban la guerra como un hecho inevitable. La solución provisional de cada situación conflictiva —la crisis de Marruecos, las guerras balcánicas, etcétera— provocaba un suspiro general de alivio que era cortado casi de inmediato por la siguiente y más grave crisis.
Entre 1911 y 1914 la situación mundial empeoró a pasos agigantados. Se vivía una auténtica guerra fría. El atentado de Sarajeyo fue el último espasmo de una lenta agonía.
El desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial tuvo el efecto de una extraña carambola. Un enfrentamiento entre dos Estados que en otras circunstancias hubiera sido rápidamente aislado o detenido mediante negociaciones, dio origen a una serie de declaraciones bilaterales de guerra que acabaron conformando las gigantescas dimensiones de la conflagración. Dada la complejidad de la política internacional de la época y la creciente sucesión de crisis que condujeron al conflicto europeo, se hace precisa una breve recapitulación sobre los antecedentes de la Gran Guerra.
Desde que en 1890 dejara Bismarck la Cancillería alemana, los países occidentales habían tendido hacia una bipolarización diplomática y militar que escindió en dos bloques a las potencias europeas. Por un lado, la
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