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Adam Tooze - El diluvio: la Gran Guerra y la reconsturcción del orden mundial (1916-1931)

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Adam Tooze El diluvio: la Gran Guerra y la reconsturcción del orden mundial (1916-1931)
  • Libro:
    El diluvio: la Gran Guerra y la reconsturcción del orden mundial (1916-1931)
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    Grupo Planeta
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    2016
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El diluvio: la Gran Guerra y la reconsturcción del orden mundial (1916-1931): resumen, descripción y anotación

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La Gran Guerra de 1914-1918 transformó por completo el mundo en que vivimos, arruinando la estabilidad que los grandes imperios de Eurasia habían mantenido desde la edad media. Adam Tooze ha emprendido en este libro la ambiciosa tarea de analizar estas transformaciones, en un recorrido que parte de los campos de batalla y nos lleva hasta la Gran Depresión de los años treinta. El primer culpable de que se perdiera esta oportunidad de asentar una paz duradera fueron los Estados Unidos, que habiendo alcanzado un grado de poder nunca conocido en la historia, fueron responsables de que se firmara una «paz sin victoria», y se desentendieron después de sus consecuencias. Pero no fueron los únicos; Tooze integra en su relato las revoluciones de Rusia y de China, la desastrosa política de Francia y Gran Bretaña o el desmoronamiento de la Alemania de Weimar en un libro que, en opinión de Max Hastings, lo acredita como «un formidable cronista de una época crucial de nuestra historia».

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Para Edie

Tarde o temprano, al historiador se le presentan las cuestiones más problemáticas. Para su pesar no dejan de ser problemáticas por el hecho de que los estadistas hayan acabado con ellas, dejándolas a un lado como si prácticamente estuvieran solucionadas ... Resulta sorprendente que el historiador que se toma en serio su trabajo pueda dormir por las noches.

W OODROW W ILSON

La crónica ha terminado. ¿Qué sentimientos despiertan las dos mil páginas del Sr. Churchill? Gratitud... Admiración... Tal vez algo de envidia por su firme convicción de que las fronteras, las razas, los patriotismos, e incluso las guerras si es necesario, constituyen verdades últimas del género humano, algo que, a su juicio, confiere a los acontecimientos una especie de dignidad, e incluso nobleza, que para otros no son más que un espantoso interludio, algo que debe ser evitado permanentemente.

J. M. K EYNES en su crítica del libro de Churchill, La crisis mundial: las consecuencias

Agradecimientos Este libro ha sido fruto de mi último proyecto con Simon - photo 2Agradecimientos Este libro ha sido fruto de mi último proyecto con Simon - photo 3
Agradecimientos

Este libro ha sido fruto de mi último proyecto con Simon Winder y Clare Alexander. A ambos, y también a Wendy Wolf, debo darles las gracias por abrirme el camino. Mis nuevos agentes en Estados Unidos, Andrew Wylie y Sarah Chalfant, siguieron el proyecto hasta su conclusión. Conscientes de que 2014 iba a ser testigo de la aparición de numerosos estudios sobre la Gran Guerra por celebrarse en este año el centenario de su estallido, han sido muchos los que han hecho un gran esfuerzo para publicar El diluvio lo antes posible: desde Simon, Marina Kemp y mi corrector, Richard Mason, hasta el encargado de la elaboración del índice analítico, David Cradduck, y el equipo de producción de Penguin, dirigido por Richard Duguid. A todos ellos les estoy profundamente agradecido por su gran profesionalidad y por su compromiso con el proyecto.

Escribir libros no es tarea fácil, pero algunos son más difíciles de escribir que otros. Este no ha sido un libro fácil. Aquellos que cuentan con amigos y colaboradores dispuestos a ayudarlos deben considerarse afortunados, y yo soy sin duda uno de ellos. En Inglaterra tuve la suerte de contar con Bernhard Fulda, Melissa Lane, Chris Clark, David Reynolds y David Edgerton, con los que pude intercambiar opiniones y que se tomaron la molestia de leer mi manuscrito. Cuando en 2009 me trasladé a Yale, la suerte volvió a sonreírme. Además de buenos amigos, encontré allí una importante comunidad intelectual.

El entramado de una comunidad está formado por muchos hilos. Yo he recibido el apoyo sobre todo de un brillante grupo de estudiantes de posgrado y futuros colegas que, además de servirme de inspiración, han sabido insuflarme energía de maneras hasta ahora desconocidas para mí. Grey Anderson, Aner Barzilay, Kate Brackney, Carmen Dege, Stefan Eich, Ted Fertik y Jeremy Kessler me han ofrecido un diálogo cambiante y en constante renovación que ha ido extendiéndose a lo largo de los años desde 2009. La iniciativa y la energía infatigable que hemos venido generando los integrantes de este grupo han sido extraordinarias. Para mí, ha sido una verdadera delicia y todo un privilegio compartir esta experiencia, que espero que siga adelante.

Yale constituye un mundo intelectual muy diverso, en el que mi segundo círculo está formado por amigos y colegas especializados en historia de las relaciones internacionales del Departamento de ISS (International Security Studies), el equipo que en 2013 heredé del magnífico Paul Kennedy. Todo director necesita un director adjunto. El trabajo desempeñado de manera ejemplar por Amanda Behm como directora adjunta en el Departamento de ISS ha sido crucial para que pudiera terminar el presente libro en 2013. No es que el departamento de ISS sea como una película de solo dos personajes. En el reparto de actores vinculados con los estudios de historia de las relaciones internacionales de la Universidad de Yale destacan, por la influencia que han ejercido en las cuestiones abordadas por estas páginas, mi colega Patrick Cohrs y Ryan Irwin, predecesor de Amanda en el cargo de director adjunto.

Por último, quiero expresar mi agradecimiento a todos los colegas de los departamentos de Historia, Ciencias Políticas y Alemán, así como a los miembros de la Facultad de Derecho, que han gastado su tiempo para discutir y comentar los capítulos de este estudio, o que han compartido conmigo momentos de inspiración, iluminándome el camino y dándome el ánimo necesario. En Yale, Laura Engelstein me hizo sentir como en casa y me dio seguridad al confirmar mis pocos conocimientos de historia de Rusia. Tim Snyder, Paul Kennedy y Jay Winter contribuyeron enormemente al desarrollo de un memorable debate sobre un primer artículo de toma de posición. Julia Adams mantuvo conmigo una charla apasionante en el Seminario de Transiciones. Karuna Mantena proporcionó unas sólidas bases para poder abordar las cuestiones relacionadas con la India y el liberalismo. El entusiasmo de Scott Shapiro y Oona Hathaway por el derecho internacional y el orden pacífico del pacto Kellogg-Briand resulta contagioso. John Witt se convirtió en todo un modelo de camaradería académica a lo largo de muchísimas mañanas, a primera hora, en el Blue State Café. Las conversaciones que mantuve con Bruce Ackerman me ayudaron a consolidar mi interpretación de la etapa wilsoniana. Paul North me llevó a justificar una posición reformista en el campo de la política moderna. Seyla Benhabib supo expresar una defensa de esa posición mucho más brillante que la que yo habría podido ofrecer jamás. El maravilloso entusiasmo que demostró Ian Shapiro por mi último libro supuso un verdadero aliciente para mí.

Además de todo lo indicado, los sucesivos grupos de estudiantes de Yale a los que di clase sobre diversos aspectos de la historia de las relaciones internacionales en el período de entreguerras han sabido ofrecerme valiosísimas ideas y aportaciones. Pienso, en particular, en Ben Alter, Connor Crawford, Benjamin Daus-Haberle, Eddie Fisherman y Teo Soares. Todos ellos dejaron su huella en este texto, en algunos casos literalmente. Ben y Teo me proporcionaron una valiosísima ayuda editorial, lo mismo que Ned Downie, Isabel Marín e Igor Biyurkov, mi fiel ayudante en el Departamento de ISS.

Aparte de Cambridge y de Yale, el primer documento sobre el proyecto fue el que presenté en el legendario seminario de Hans-Ulrich Wehler, de la Universidad de Bielefeld. Para mí fue un privilegio participar en ese foro. Anteriormente, había recibido comentarios muy útiles del seminario de Historia Americana de la Universidad de Cambridge. El último artículo que publiqué en Gran Bretaña fue la comunicación que presenté en el seminario de Historia de la Universidad de Bristol por invitación de James Thompson. Peter Hayes y Deborah Cohen me ofrecieron una tarima desde la que dirigirme al público en Northwestern University, y Geoff Eley hizo lo mismo en un taller sobre fascismo en Notre Dame. Charlie Bright y Michael Geyer compartieron conmigo su entusiasmo en un taller en Yale. Dominique Reill y Hermann Beck caldearon un fascinante debate en la Universidad de Miami. En el congreso sobre la Gran Depresión celebrado en Princeton a comienzos de 2013, Barry Eichengreen reaccionó con una elegancia ejemplar ante mis críticas a su libro Golden Fetters . Nada habría podido resultar más estimulante. En la Universidad de Pensilvania, Jonathan Steinberg, Dan Raff y Michael Bordo me ayudaron a reforzar mi opinión sobre la hegemonía norteamericana durante el período de entreguerras. El entusiástico comentario de Jonathan sobre mi trabajo me ha acompañado durante toda mi carrera a lo largo de casi veinte años. Su amistad y la de Marion Kant han sido un regalo estupendo. Harold James y otros colaboradores del National Intelligence Council Analytic Exchange, celebrado en Washington D. C. en enero de 2013, me ofrecieron un maravilloso ingreso en el mundo nuevo para mí del debate de la política norteamericana. En el taller de Tecnopolítica en la época de la Gran Guerra, 1900-1930, organizado por el IFK (Centro Internacional de Investigación de Estudios Culturales) de Viena, tuve la extraordinaria suerte de recibir el estímulo de Hew Strachan, Jay Winter y una vez más de Michael Geyer. Deseo dar las gracias especialmente a Jari Eloranta por la ayuda de última hora que me prestó proporcionándome datos.

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