Zygmunt Bauman - Extraños llamando a la puerta
Aquí puedes leer online Zygmunt Bauman - Extraños llamando a la puerta texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
Novela romántica
Ciencia ficción
Aventura
Detective
Ciencia
Historia
Hogar y familia
Prosa
Arte
Política
Ordenador
No ficción
Religión
Negocios
Niños
Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.
- Libro:Extraños llamando a la puerta
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
- Índice:5 / 5
- Favoritos:Añadir a favoritos
- Tu marca:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Extraños llamando a la puerta: resumen, descripción y anotación
Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Extraños llamando a la puerta" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.
Extraños llamando a la puerta — leer online gratis el libro completo
A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Extraños llamando a la puerta " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
EL PÁNICO MIGRATORIO Y SUS (MALOS) USOS
Los noticiarios televisivos, los titulares de los periódicos, los discursos políticos y los tuits por Internet, que sirven de puntos focales y válvulas de escape para las ansiedades y los temores de la población en general, rebosan actualmente referencias a la «crisis migratoria» que aparentemente inunda Europa y presagian el desmoronamiento y la desaparición del modo de vida que conocemos, practicamos y apreciamos. Esa crisis es, en el momento presente, una especie de nombre en clave políticamente correcto con el que designar la fase actual de la eterna batalla que los creadores de opinión libran sin descanso en pos de la conquista y el sometimiento de las mentes y los sentimientos humanos. El impacto de la conexión informativa en directo con ese particular campo de batalla causa estos días algo muy parecido a un verdadero «pánico moral» (que, según la definición comúnmente aceptada de la expresión, tal como la recoge la Wikipedia inglesa, hace referencia a «un temor extendido entre un gran número de personas que tienen la sensación de que un mal amenaza el bienestar de la sociedad»).
En el momento en que escribo estas palabras, otra tragedia —nacida de la despreocupación insensible y de la ceguera moral— aguarda su turno para golpearnos. Son crecientes las señales de que la opinión pública, confabulada con unos medios ansiosos de audiencia, se está acercando, sin prisa pero sin pausa, al punto de «cansarse de la tragedia de los refugiados». Niños ahogados, muros erigidos precipitadamente, vallas con concertinas, campos de concentración atestados, gobiernos que compiten entre sí por rematar una desgracia —como es ya de por sí la de exiliarse, escapar por los pelos de una situación mortífera y correr los atosigadores peligros de ese viaje para ponerse a salvo— y que además tratan a los migrantes como si fueran patatas calientes que pasarse unos a otros: todas estas indignidades morales no solo son cada vez menos noticia, sino que salen cada vez menos «en las noticias». Y es que, por desgracia, el destino de las grandes conmociones es terminar convertidas en la monótona rutina de la normalidad, y el de los pánicos morales es consumirse y desvanecerse de nuestra vista y de las conciencias, envueltos en el velo del olvido. ¿Quién se acuerda ahora de los refugiados afganos que buscaban asilo en Australia y se arrojaban contra las alambradas con concertinas de Woomera, o a los que se confinaba en los grandes campos de detención construidos por el gobierno australiano en Nauru y en la isla de Navidad «para impedir que entraran en las aguas territoriales del país»? ¿O de las docenas de exiliados sudaneses a los que mató la policía en el centro de El Cairo «después de que la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados» los privara de sus derechos?
Las migraciones masivas no tienen nada de fenómeno novedoso: han acompañado a la modernidad desde su principio mismo (aunque modificándose continuamente y, en ocasiones, invirtiendo incluso su sentido), pues este «modo de vida moderno» nuestro comporta en sí mismo la producción de «personas superfluas» (localmente «inútiles» —excedentes e inempleables— por culpa del progreso económico, o bien localmente intolerables, es decir, rechazadas por el descontento, los conflictos y la agitación causados por las transformaciones sociales/políticas y por las consiguientes luchas de poder). Sin embargo, en la actualidad se les han añadido las consecuencias de la profunda desestabilización (sin visos de solución, según parece) de la región de Oriente Próximo y Medio a raíz de las mal calculadas, temerariamente cortas de miras y, reconozcámoslo, frustradas políticas y aventuras militares de las potencias occidentales en la zona.
Así pues, hay dos tipos de factores que originan los actuales movimientos masivos de personas en los puntos de partida de estas, pero también son de dos clases las repercusiones de esos movimientos en los puntos de llegada y las reacciones de los países receptores. En las zonas «desarrolladas» del planeta en las que tanto migrantes económicos como refugiados buscan acogida, el sector empresarial ve con buenos ojos e incluso codicia la afluencia de mano de obra barata, cuyas cualificaciones diversas ansian rentabilizar (Dominic Casciani resumió muy sucintamente la situación cuando escribió que «los empresarios británicos saben ahora muy bien cómo conseguir trabajadores extranjeros baratos, pues aprovechan las agencias de empleo que en el continente se esfuerzan por detectar y reclutar esa mano de obra foránea»). Sin embargo, para el grueso de la población, acuciada ya por una elevada precariedad existencial y por la endeblez de su posición social y de sus perspectivas de futuro, esa afluencia no significa otra cosa que enfrentarse a más competencia en el mercado laboral, a una mayor incertidumbre y a unas decrecientes probabilidades de mejora. Esto compone un cuadro mental general políticamente explosivo, en el que los gobernantes y los candidatos a serlo oscilan torpemente entre dos objetivos mutuamente incompatibles: satisfacer a sus amos (los poseedores del capital) y aplacar los temores de su electorado.
En definitiva, tal y como están las cosas (y como todo indica que estarán durante mucho tiempo), es improbable que las migraciones masivas vayan a remitir, ni porque desaparezcan los factores que las impulsan, ni porque se pongan en práctica ideas más ingeniosas para frenarlas. Como ocurrentemente comentó Robert Winder en el prefacio a la segunda edición de su libro, «podemos plantar nuestra silla en la playa tantas veces como nos plazca y gritarles a las olas que llegan a la orilla, que el mar no va a escucharnos ni a retirarse de allí». La erección de muros con los que parar a los migrantes para que no entren «en nuestros propios patios traseros» guarda un ridículo parecido con aquella historia sobre el filósofo antiguo Diógenes, a quien vieron un día haciendo rodar la tinaja en la que vivía de un lado a otro por las calles de su Sinope natal. Cuando le preguntaron por la razón de tan extraño comportamiento suyo, él respondió que, al ver a sus vecinos tan ocupados parapetando con barricadas las puertas de sus casas y afilando sus espadas ante la inminente ofensiva de las tropas de Alejandro de Macedonia sobre Sinope, pensó que de alguna manera tenía que contribuir él también a la defensa de la ciudad.
Ahora bien, lo que se ha producido en fechas más recientes, en estos últimos años, es una enorme subida de las cifras que los refugiados y los solicitantes de asilo añaden a la del total de migrantes que llaman a las puertas de Europa; ese aumento se ha producido por la creciente lista de Estados «en derrumbe» (o, mejor dicho, ya derrumbados), o de territorios que, a todos los electos, son ya países sin Estado y, guerras tribales y sectarias, de asesinatos en masa y de un bandidaje sin descanso impulsado por la máxima del «Sálvese quien pueda». En buena medida, ese es el gran daño colateral provocado por las fatídicamente mal calculadas, desventuradas y calamitosas expediciones militares en Afganistán e Irak, que culminaron en la sustitución de los anteriores regímenes dictatoriales por este teatro (abierto las veinticuatro horas) de indisciplina y violencia frenéticas actuales, instigadas y secundadas por el comercio mundial de armas —totalmente fuera de control— y engordadas por la industria armamentística, sedienta de beneficios, con el apoyo tácito (aunque también exhibido con frecuencia en público en las ferias de muestras de armamento internacionales) de unos gobiernos nacionales obsesionados por mejorar las cifras de crecimiento del PIB. El aluvión de refugiados impelidos por el imperio de la violencia arbitraria a abandonar sus hogares y sus más preciadas pertenencias, de personas que huyen para guarecerse de los campos de exterminio, se añadió al flujo constante de los llamados «inmigrantes económicos», llevados estos últimos por el muy humano deseo de cambiar tierras estériles por otras donde verdea la hierba: países empobrecidos y sin perspectiva por lugares de ensueño donde abundan las oportunidades. De esa corriente continua de personas que se lanzan a la búsqueda de la oportunidad de tener un nivel de vida digno (una corriente que fluye constante desde los comienzos de la humanidad misma y que la moderna industria de fabricación de personas superfluas y vidas desperdiciadas no ha hecho más que acelerar), Paul Collier ha dicho lo siguiente:
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
Libros similares «Extraños llamando a la puerta»
Mira libros similares a Extraños llamando a la puerta. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.
Discusión, reseñas del libro Extraños llamando a la puerta y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.