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Yasmina Khadra - El escritor

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Yasmina Khadra El escritor
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    El escritor
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    ePubLibre
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    2001
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Yasmina Khadra aprovechó la publicación en Francia de El escritor para hacer - photo 1

Yasmina Khadra aprovechó la publicación en Francia de El escritor para hacer pública su verdadera identidad. Si bien unos meses antes había revelado en una entrevista vía fax que Yasmina Khadra era un hombre, nadie se esperaba que tras este seudónimo femenino se escondía un militar argelino, el comandante Mohamed Moulessehoul. Seudónimo que se había visto obligado a adoptar para poder denunciar en su novelas, sin sufrir represalias, tanto las corrupciones e injusticias del régimen argelino como las sangrientas locuras de los integristas islámicos.

En El escritor, con una prosa rica en matices y tonos poéticos, aprovecha sus recuerdos juveniles en la instrucción castrense para brindarnos un retrato de la sociedad argelina. Sus primeros amores, sus ilusiones y desencantos, los sentimientos encontrados con sus padres sirven de espejo a las esperanzas y desesperanzas de una generación que se ha visto abocada a una guerra civil soterrada y cruel.

Khadra recuerda cómo de niño fue inscrito por su padre en un colegio militar para ser «un héroe» cuando su deseo era ser poeta. Cómo en un medio hostil que desconfía de los intelectuales, entre vejaciones y arbitrariedades, se fue sintiendo un «desertor mental». Sólo encontraría refugio en los libros, en Dostoyevski, Gorki, Vallès, Mann, Camus, Steinbeck… La lectura le convirtió en escritor.

El escritor es un grito de orgullo, un canto al libro y a la lectura como fuente de libertad en un marco opresivo. Es el relato de una lucha por no traicionar el compromiso del autor con la literatura, por no traicionarse a sí mismo.

Yasmina Khadra El escritor ePub r10 Titivillus 150117 Título original - photo 2

Yasmina Khadra

El escritor

ePub r1.0

Titivillus 15.01.17

Título original: L’Écrivain

Yasmina Khadra, 2001

Traducción: Santiago Martín Bermúdez

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A los cadetes con todo mi cariño YASMINA KHADRA es el seudónimo femenino - photo 3

A los cadetes,

con todo mi cariño.

YASMINA KHADRA es el seudónimo femenino de Mohamed Moulessehoul Ex comandante - photo 4

YASMINA KHADRA es el seudónimo femenino de Mohamed Moulessehoul. Ex comandante del Ejército argelino, se escondió detrás de este seudónimo para poder denunciar a través de sus novelas el drama que padece su país, desde la corrupción de los círculos de poder a la irracionalidad sangrienta de los fundamentalistas islámicos. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Hoy reside en Francia. Su anterior novela, Lo que sueñan los lobos, fue editada en Alianza Literaria.

Notas

[1] Escuela Nacional de Cadetes de la Revolución. [N. del A.]

[2] En árabe, «destrózale», «rómpele la espinilla». [N. del A.]

[3] «Chupaba las aguas» en lugar de «chupaba los huesos». La pronunciación es idéntica. [N. del T.]

[4] Cristiano. [N. del T.]

[5]Griot: Cantante ambulante, en África, o cuentacuentos; depositarios de la cultura oral. [N. del T.]

[6]Houria, éditions Enal, Argel. [N. del A.]

[7] Editions Enal, gran premio de la ciudad de Orán. [N. del A.]

[8]Erg: palabra árabe, mar de arena, región de dunas en el desierto. Reg: palabra árabe, desierto pedregoso. [N. del T]

[9] Hombre.

[10] Éditions la Baleine, 1997

[11]Mots: palabras; morts: muertos. [N. del T.]

[12] Autor de Les Fils de l’amertume , Plon, 1999.

[13] Esto es, de loin, de lejos. [N. del T.]

[14]Le vieillissement en Algérie. OPU, Argel, 1983. [N. del A.]

[15] Señor, entre los militares. [N. del T.]

De mis errores, no estoy arrepentido. Mis alegrías no tienen ningún mérito. La Historia no tendrá otra edad que la de mis recuerdos, y la eternidad el engaño de mi letargo.

SID ALÍ, Lo que sueñan los lobos

I

Las murallas de El Mechuar

Y mañana, ¿qué le aportará el mañana al perro sagaz que / encierra sin traza los huesos en la arena mientras / sigue a los peregrinos hacia la ciudad santa?

KHALIL GIBRAN, El profeta

II

La isla de Kolea

El pecado original del arte es haber querido convencer y complacer, como si se tratara de flores que crecen con la esperanza de terminar en un jarrón.

JEAN COCTEAU

Durante la noche había llovido, y el sol, aún titubeante, fertilizaba las huertas al tratar de salir. Era una mañana idéntica a las anteriores, casi tan primitiva como un surco de labranza. Se dispersaba la bruma a través de la colina, semejante a una escuadra de fantasmas que se batieran en retirada ante el avance del día. Se despertaba el mundo con el piar de los pájaros y el crujir de las hojas muertas, que se agarraban al pie de los árboles como si se negaran a que las deportara el viento. Aquí y allá se veían chozas que agitaban pálidos fulares por encima de las chimeneas, como si nos dijeran adiós. Miraba yo el cielo que ya renunciaba a sus estrellas, los senderos que pulían sus roderas, la montaña, allá en el quinto infierno, que se velaba el rostro tras el gris; miraba el vaho que transpiraba por los cristales y que hinchaba de hematomas mi reflejo. Ya podía, con los ojos, suspenderme de los cipreses, de los cerros, de los ríos, de los puentes, de las cercas, que no por eso dejaban de alejarse. Los ojos no sólo retienen lágrimas…

Hacía más de una hora que habíamos salido de Orán, y por una vez no le temblaron los labios a mi padre. Aquella mañana de otoño de 1964, mientras el Peugeot emitía sonidos guturales por las espantosas carreteras de Tlemcen, él conducía en silencio, la nuca rígida, el gesto maquinal. Mi padre callaba así cuando se sentía desdichado. Se le oscurecía la cara como a un embalse al paso de una nube. Cuando se replegaba sobre sí mismo, su mundo se cubría de penumbra. Situarlo se hacía imposible.

Normalmente sabía inventar alguna que otra pantomima para hacerme estallar en carcajadas, pues mi risa resonaba en él como el canto de una cascada, le refrescaba los humores y le fustigaba el ego con un agua lustral.

Yo era su orgullo.

Me quería hasta perder la razón.

Estoy convencido de que me ha querido por encima de todo.

Estábamos muy unidos. Cuando se iba a trabajar, yo le echaba de menos; cuando volvía, se apresuraba a saltarme encima y me molía a golpes cariñosos con una felicidad tal que yo me daba perfecta cuenta de hasta qué punto debía de languidecer sin mí cuando yo le volvía la espalda…

Yo le quería tanto como él me quería a mí. Alzar la vista hacia él era algo sublime. Apoyado en su bastón, cojeaba debido a una bala en la rodilla. Para mí, aquello era afectación. Era el más guapo de los hombres y me parecía tan alto que a veces creía que era Dios…

Entonces, ¿por qué me llevaba tan lejos de su felicidad?

Cada vez que su mirada se posaba en mí, volvía a retirarla. Adivinaba yo que estaba en un tris de dar media vuelta para llevarme de nuevo a casa. Sus manos, al oprimir el volante, delataban la batalla que se libraba en su interior, la incertidumbre que le atormentaba con la terquedad de un caso de conciencia. Y sin embargo debería haber estado contento: me llevaba a la escuela de cadetes, un colegio prestigioso que dispensaba la mejor educación y la mejor formación, donde harían de mí un futuro oficial, un gran conductor de tropas y, por qué no, un señor de la guerra y un héroe…

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