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Dionisio de Halicarnaso - Historia antigua de Roma Libros IV-VI

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Dionisio de Halicarnaso Historia antigua de Roma Libros IV-VI

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LIBRO IV
Servio Tulio sucede a Tarquinio. Orígenes de Tulio

El rey Tarquinio, tras haber sido autor de no pocos y pequeños beneficios para los romanos y haber ocupado el trono durante treinta y ocho años, muere del modo que he mencionado.

En los registros locales se cuenta una versión diferente sobre su nacimiento, que remonta sus orígenes a la leyenda y que encontramos en muchas historias romanas. Si su relato agrada a los dioses y divinidades, es más o menos como sigue: Dicen que del hogar de palacio sobre el que los romanos, entre otros sacrificios, ofrecen las primicias de sus comidas, surgió por encima de las llamas un miembro de hombre. Fue Ocrisia la primera en verlo, al llevar al fuego las acostumbradas tortas para el sacrificio, y al punto fue a informar a los reyes. Tarquinio, al oír y después ver el prodigio, se llenó de extrañeza. Tanaquil, en cambio, que además de poseer otros saberes conocía el arte de la adivinación mejor que ningún otro tirreno, le dijo que estaba determinado por el destino que del altar de palacio naciera un linaje superior a la raza humana, engendrado en la mujer que se uniera a la aparición. Como los demás adivinos dieron su interpretación en el mismo sentido, el rey creyó oportuno que Ocrisia, que fue la primera a quien se apareció el prodigio, se uniera con él. Entonces la mujer, engalanada como una novia, fue encerrada sola en la estancia en que se había visto la aparición. Un dios o divinidad, bien Vulcano, según creen algunos, bien la deidad protectora del hogar, se unió con ella y tras la unión desapareció. Ocrisia quedó embarazada y a su tiempo dio a luz a Tulio. Aunque este relato no parece digno de mucho crédito, lo hace menos inverosímil otra extraordinaria y singular manifestación divina que se produjo con relación a este hombre: Una vez sentado en el umbral de palacio, hacia el mediodía, se quedó dormido, y de su cabeza comenzó a brillar un fuego. Su madre y la mujer del rey, que pasaban por el pórtico, lo vieron, así como todos cuantos en aquella ocasión las acompañaban. La llama continuó iluminando toda su cabeza hasta que su madre corrió hacia él y lo despertó. La llama, desvaneciéndose al mismo tiempo que el sueño, desapareció. Tales son las historias que se cuentan sobre el nacimiento de Tulio.

Hazañas anteriores de Tulio

Las empresas dignas de mención que llevó a cabo antes de su reinado, por las que Tarquinio lo admiró y el pueblo romano lo consideraba digno del máximo honor después del rey, son las siguientes: Cuando todavía era casi un niño, sirvió en las filas de la caballería en la primera expedición que dirigió Tarquinio contra los tirrenos, y dio muestras de combatir tan bien que inmediatamente se hizo célebre y fue el primero en obtener el premio al valor. Luego, cuando en otra expedición contra el mismo pueblo se entabló un violento combate en torno a la ciudad de Ereto, obteniendo también por esta batalla el premio al valor. Otros muchos combates sostuvo contra ese mismo pueblo, unas veces al frente de la caballería, otras de la infantería, y en todos ellos se reveló como el hombre más valeroso y fue el primero a la hora de recibir recompensas. Cuando este pueblo acabó por someterse a los romanos y les entregó sus ciudades, Tarquinio lo consideró también máximo responsable de la consecución de ese dominio y ciñó su frente con coronas de victoria. No sólo era sumamente inteligente cuando se trataba de examinar los asuntos públicos, sino que también era más hábil que nadie para exponer sus planes y era perfectamente capaz de adaptarse a todos los avatares de la fortuna y de congeniar con cualquier persona. Por todo ello, los romanos, por votación, lo consideraron digno de pasar de la clase plebeya a la patricia, como ya anteriormente había ocurrido con Tarquinio y, aún antes, con Numa Pompilio. El rey, por su parte, lo convirtió en su yerno, dándole a una de sus hijas en matrimonio, y le encomendaba todo cuanto por enfermedad o por la edad no podía realizar por sí mismo. Y no sólo le confiaba su propia casa, sino que también le pedía que administrara los asuntos públicos. En su actuación mostró su lealtad y justicia y, en la gestión de los asuntos de Estado, los plebeyos pensaban que en nada se diferenciaba de Tarquinio, hasta tal punto se los había ganado con sus favores.

Plan de Tanaquil

Este hombre, dotado de aptitudes para el mando y agraciado por la fortuna con numerosas y grandes oportunidades, cuando se produjo la muerte de Tarquinio por las intrigas de los hijos de Anco Marcio, que querían recuperar el poder de su padre, como he explicado en el libro anterior, consideró que los propios acontecimientos lo invitaban a ocupar el trono, y, hombre enérgico, no dejó que la ocasión se le escapara de las manos. La que le ayudó a conseguir el poder y la responsable de toda su buena fortuna fue la mujer del difunto rey, que colaboró con él por ser su yerno y porque sabía, por múltiples oráculos, que aquel hombre estaba destinado a reinar sobre los romanos. Se daba la circunstancia de que un hijo suyo había muerto joven hacía poco tiempo, dejando dos hijos muy pequeños. En efecto, ella, a la vista del desamparo de su casa y ante el temor de que, si los hijos de Marcio se hacían con el poder, matasen a los niños e hiciesen desaparecer a toda la familia real, como primera medida ordenó cerrar las puertas de palacio y dispuso guardias en ellas con orden de no dejar entrar ni salir a nadie. A continuación hizo que, excepto Ocrisia, Tulio y la mujer de éste, todos los demás salieran de la habitación en la que habían colocado a Tarquinio moribundo, y después de encargar que las nodrizas trajeran a los niños, les dirige estas palabras: «Tulio, nuestro rey Tarquinio, del que has recibido alimento y educación y que te honró más que a ningún amigo o pariente, ha cumplido su propio destino, víctima de un asesinato impío, sin dejar ninguna disposición sobre sus asuntos propios ni ningún encargo sobre los públicos y sin ni siquiera poder abrazar a alguno de nosotros ni dirigirnos un último saludo. Estos niños desdichados quedan desamparados y huérfanos y en grave peligro de sus vidas; pues si el poder cae en manos de los hijos de Marcio, los asesinos de su abuelo, los matarán del modo más miserable. Y para vosotros, a quienes Tarquinio casó con sus hijas, despreciando a aquéllos, la vida no será nunca segura si los que lo asesinaron obtienen el poder, ni tampoco lo será para sus demás amigos y parientes ni para nosotras, mujeres desgraciadas; por el contrario, tratarán de destruirnos a todos tanto abierta como secretamente. Por tanto, ante estos peligros, no debemos permitir que los impíos asesinos de Tarquinio y enemigos de todos nosotros se hagan con un poder tan grande, sino que debemos oponernos e impedirlo. De momento, sirvámonos de engaños y estratagemas (pues en la actual situación hay que recurrir a estos procedimientos), y cuando comiencen a resultar nuestros primeros planes, entonces también marchemos a su encuentro con todas nuestras fuerzas y, si fuera necesario, incluso con armas. Pero no lo será si nosotros estamos dispuestos a hacer ahora lo que hay que hacer. ¿Y qué hay que hacer? En primer lugar, ocultemos la muerte del rey y dispongámonos a referir a todos que no ha recibido ninguna herida mortal, y que los médicos aseguren que en pocos días lo harán aparecer sano y salvo. Después, yo compareceré en público y, como si Tarquinio me lo hubiera encargado, diré a la muchedumbre que, mientras sana de sus heridas, nombra custodio y vigilante de todos sus asuntos privados y públicos a uno de sus yernos, y diré tu nombre, Tulio. Y a los romanos no les disgustará, sino que desearán que administres la ciudad tú, que ya lo has hecho muchas veces. Cuando conjuremos el presente peligro (pues los enemigos no tendrán ya ninguna fuerza si se anuncia que el rey está vivo), toma las fasces y el poder militar y, tras hacer comparecer ante el pueblo a los que planearon el asesinato de Tarquinio, empezando por los hijos de Marcio, somételos a juicio. Después de castigar a todos ellos con la muerte, si comparecen, o con el destierro de por vida y la confiscación de sus bienes, si el juicio se celebra en rebeldía, lo que supongo preferirán, entonces ya asegúrate el poder. Para ello deberás ganarte al pueblo con un tratado afable, tener sumo cuidado de no cometer ninguna injusticia y atraerte a los ciudadanos pobres con algunos favores y regalos. Luego, cuando nos parezca oportuno, anunciemos que Tarquinio ha muerto y celebremos su entierro públicamente. Tulio, ya que te hemos criado y educado, has disfrutado en nuestra casa de cuantos bienes reciben los hijos de sus padres y estás casado con una hija nuestra, si además llegas a ser rey de Roma, contando también en esto con mi colaboración, es justo que des a estos niños el trato benevolente de un padre y que, cuando sean hombres capaces de ocuparse de los asuntos públicos, nombres al mayor caudillo de los romanos».

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