Índice
CUADERNOS DE RUSIA
Dionisio Ridruejo
CUADERNOS DE RUSIA
Diario 1941-1942
Prólogo de
Jordi Gracia
Introducción, edición y notas de
Xosé M. Núñez Seixas
fórcola
Siglo XX
Director de la colección: Fernando Castillo Cáceres
Diseño de cubierta: Silvano Gozzer
Diseño de maqueta y corrección: Susana Pulido
Producción: Teresa Alba
Detalle de cubierta:
Soldados de la División Azul en un momento de descanso en el frente
© Del prólogo, Jordi Gracia, 2013
© De la introducción, edición y notas, Xosé M. Núñez Seixas, 2013
© Herederos de Dionisio Ridruejo, 2013
© Fórcola Ediciones, 2013
Depósito legal: M-10294-2013
ISBN: 978-84-15174-76-9
Imprime: Sclay Print, S. A.
Encuadernación: José Luis Sanz García, S. L.
Impreso en España, CEE. Printed in Spain
P RÓLOGO
Jordi Gracia
Con Ridruejo han cambiado mucho las cosas en los últimos años, pero lo que sigue sin cambiar es la complejidad de su figura, los equívocos entre su dimensión más pública y su actividad privada, la distancia entre la primera etapa de su biografía y la segunda, y hasta la dificultad para identificar con nitidez aquello que ha de situarlo sin vacilaciones en la historia intelectual y política española del siglo XX . Más de dos y de tres novelistas han recreado su peripecia fascista; han proliferado los estudios, las publicaciones de materiales olvidados, de cartas privadas y documentos públicos, las reediciones de algunas de sus obras más relevantes, desde la guía personalísima de Castilla la Vieja hasta su espléndido libro Casi unas memorias , su luminoso y perspicaz Escrito en España o los documentos de su compromiso democrático desde Múnich en un libro que Jordi Amat tituló Ecos de Múnich .
Parece claro que hemos ido prefiriendo entre todos la obra en prosa del escritor antes que el fetiche literario de la posguerra. Para el presente ha dejado de ser únicamente el poeta del fascismo para empezar a ser un puñado de cosas absolutamente inesperadas, al menos a la vista de lo que entonces era aquel muchacho fibroso, brioso y fundamentalmente temible de los años treinta y cuarenta. Tanto Javier Pradera como Jorge Semprún, ambos amigos personales de Ridruejo desde mediados de los años cincuenta, hubieron de aumentar paradójicamente su admiración por el personaje al descubrir, ya en la actualidad, el articulismo político del Ridruejo juvenil y rematadamente fascista. Una cosa era hacerse socialdemócrata y liberal, tolerante y racionalista desde un pasado fascista, y otra llevar encima el pasado hiperfascista y fanatizado de Ridruejo. Comprender, reprobar y derrotar aquella larga temporada en el infierno era todavía más difícil, y esa dificultad hacía de él una figura un poco más insólita: ya no por heroicidad ética sino por la estricta complejidad intelectual y personal de la operación.
Quienes apreciamos la prosa de Ridruejo solemos apreciar también su poesía más tardía. Es irónica, civil, socarrona y escéptica, y nace del deslumbramiento ante el paisaje físico y urbano estadounidense: Casi en prosa (1972) es el libro de poemas que narra sus dos largas estancias como profesor de Cultura Española en Estados Unidos, y ese libro tiene mucho, todavía hoy, de revelación de un Ridruejo otra vez insospechado: caprichoso, feliz, hedonista, observador, divertido y sin el menor rastro de la solemnidad sacral del poeta fascista de la guerra.
Pero pese a la sorpresa, tampoco eso era nuevo en el escritor. La tentativa de una prosa de brevedades y alusiones, de escenas naturales y descripciones quietistas, entre Azorín y Josep Pla, había sido una práctica muy antigua del escritor, y había sido una práctica forzada por la censura. La atenuación del veto a sus escritos en prensa empezó hacia 1945 a condición de que sus temas fuesen literarios, poéticos, abstractos, es decir, no políticos. Y encadenó entonces la serie de artículos publicados en Barcelona que acabaría revisando y reuniendo en un libro de 1960, Dentro del tiempo (que a su vez reeditaría en 1974 con su título original, Diario de una tregua ). Esos artículos van firmados muchos de ellos en 1945 y 1946, cuando Ridruejo reside en un flexible destierro en tierras catalanas, en Llavaneras o en Sant Cugat, y es también ahí donde redacta, revisa o completa muchas de las páginas y notas que ha ido tomando a lo largo de su expedición rusa con la División Azul. Un atento lector de Ridruejo, el poeta y traductor Sam Abrams, nos recordaba hace unos días la publicación de algunas de esas páginas (excluidas de los Cuadernos de Rusia ) en un libro que compuso Manuel Penella en 1993, Memorias de una imaginación (los encontrará el lector en los Apéndices).
Y es que tenemos la seguridad de que estos Cuadernos publicados de forma póstuma fueron redactándose y reescribiéndose desde el destierro a Ronda en octubre de 1942, a su vuelta de la División Azul y tras la carta de julio de 1942 a Franco denunciando la irrespirable insuficiencia (insuficiencia fascista) del nuevo régimen y su sumisión a las oligarquías tradicionales, y a la Iglesia como jefatura intelectual y moral de la nación. Pero no tenemos muchas más certidumbres con respecto a la fábrica de ese libro, excepto la posibilidad de confrontar el texto actual con las extensas y detalladas cartas que mandó a los amigos desde Rusia, pero sobre todo a Marichu de la Mora. El resultado de ese cotejo revela una altísima semejanza de tono, escritura, enfoque y hasta fisonomía ideológica; no es posible afirmarlo categóricamente, pero esa comparación tiende a acercar el texto actual a las fechas de redacción de las cartas mismas desde la División Azul y, por tanto, a la etapa de convalecencia política e ideológica que vive Ridruejo a su regreso de Rusia.
La meticulosa reconstrucción que Xosé M. Núñez Seixas ofrece en el estudio introductorio es casi la condición misma para apreciar con libertad y sin escrúpulos la calidad literaria del texto. Y añado que literaria no quiere decir formal o retórica sino integral: estas notas de viaje y asueto, de meditación o de tiento lírico, este cuaderno de vida agitada y remansada destila una viveza de observación y una voluntad de atrapar la realidad de la experiencia que sirven como auténtico hilo rojo del libro. La tentación más frecuente ha sido leer estos cuadernos como testimonio y radiografía de un fascista con voluntad documental: averiguar lo que pensaba, hasta dónde se conmueve ante las hileras de presos y judíos, hasta dónde deplora el bolchevismo o el comunismo y hasta dónde se alinea el autor con el nazismo como esperanza redentora de la Europa contemporánea (que es lo que cree este Ridruejo).
Es una lectura necesaria pero no es una lectura suficiente porque neutraliza otra forma de lectura que hoy es ya de estricta probidad intelectual. Las sorpresas de la lectura política van a ser muy escasas frente a la riqueza de una lectura integral del texto como operación literaria frustrada, abandonada o aplazada para tiempos mejores que ya no iba a vivir. Y ése es el mejor regalo de una edición tan escrupulosamente anotada y prologada como la que ofrece Núñez Seixas: autorizarnos a leer entero al Ridruejo divisionario y fascista y a apreciar por tanto la tensión interna de la prosa, la riqueza descriptiva, los matices estilísticos del paisajista de sensaciones, las analogías con paisajes castellanos o la voluntaria empatía emocional con quienes soportan a la fuerza el paso y la convivencia de las tropas en sus casas y aldeas.
La vida cotidiana en la isba, los retratos humanos de compañeros de armas, la veracidad de algunos diagnósticos políticos, la recreación de la trinchera y la segregación emocional de la batalla, la debilidad de sentirse heroico y la certeza de estar siempre por debajo del héroe entregan los ángulos de un retrato de la vida de aventura que a menudo resulta novelesca en su capacidad de engendrar vida vivida en las guardias nocturnas, en las pequeñas costumbres o en las nimiedades de la vida soldadesca. Ese niño que lee el nombre de la mujer fotografiada en el calendario, con correcta pronunciación castellana (Dolores Ibárruri), esa envidia invencible ante la formalidad impecable de los soldados alemanes, esa intolerancia a la promiscuidad cuartelera o esa visita espectral a una ciudad que nunca volverá a visitar valen como lentes de aumento al laberinto interior de un hombre teóricamente al borde biológico y biográfico de la madurez, de la estabilidad, de la definición profesional y vital. A Ortega le gustaba pensar que los treinta años señalaban la mitad del camino de la vida, y es ahí donde está Ridruejo cuando viaja al frente ruso, con veintinueve años que «recibo en un ambiente interior de nueva y para mí no esperada serenidad y madurez».
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